MONTAIGNE, ESCÉPTICO




“Somos creyentes por naturaleza”.

 Lo anterior lo escribió Emerson al hacer su sincera y apasionada apología de Montaigne.

(Edgar Lee Masters, Emerson, Buenos Aires, 1945)

Creemos porque confiamos en la bondad de los hombres, igual sí el que habla es del arrabal, como el que está detrás del micrófono en el seminario de la academia, como el ministro religioso o el ateo, el historiador o el filósofo con su extensa y acabada teoría. ¿Y quién no ha confiado de entrada en los políticos en campaña?

Pero luego descubrimos que, en ocasiones,  nos dan gato por liebre en la comida a la que fuimos invitados.

No dejamos de creer en la bondad del mundo, pero ahora hay que pasar por el tamiz los dichos y los hechos.

En otras palabras, hay mentiroso profesionales y otros ignorantes bien intencionados que ellos mismos creen de buena fe  lo que dicen. Y otros que pueden estar en lo cierto.

 ¿Qué hacer? Dudar, investigar.

Es así como aparecen los escépticos. Emerson:

“aunque somos conservadores y causalistas por naturaleza y rechazamos  la incredulidad amarga y fastidiosa, los escépticos, cuya clase representa Montaigne, tienen razón y todos los hombres pertenecemos a  esa clase durante cierto tiempo.”

El escéptico es un individuo de profunda fe, cree y esgrime, siempre que puede, o hasta donde puede, la contra tesis para depurar los postulados de lo que empezó como hipótesis.

Puede ser un ateo con responsable formación filosófica. Pero también un crónico negador empírico amargoso.

San Agustín dio muchas vueltas filosóficas antes de aceptar de lleno ser parte del cristianismo.

Y santo Tomás de Aquino, perfectamente instalado en su convento de Monte Casino, desde la edad de cinco años, pasaría el resto de su vida observando la existencia de los humanos, no tanto como teólogo, lo que él era, sino sobre todo como filósofo.

Por eso Montaigne escribe: “No está la verdad como Demócrito decía, escondida en el fondo de los abismos, sino más bien elevada a una altura infinita, en el conocimiento divino. El mundo no es más que la escuela de la búsqueda.”

(Michel  de Montaigne Ensayos escogidos)

Una de las cualidades que Emerson ve en Montaigne es su sinceridad en el pensar y actuar. Montaigne no es de los que descubren el agua tibia en literatura. Lo que quiere es conocer lo que otros ya descubrieron y, si es posible, imitarlos.

Ya sabemos lo que dijeron Platón, Descartes, Kant… Ahora hay que ir  a la praxis. Someter sus teorías al microscopio de la alta resolución del  escepticismo.

Emerson nos revela que somos escépticos pero que no tenemos vocación de quedar  volando en el eclecticismo desintegrador sin síntesis.


Una vez que hemos pasado por el tapiz de la duda, nos retraemos a nuestra creencia, ahora fortalecida.

 Y desde luego susceptible a volver a revisarla si eso fuera el caso. Tal como sucede en la ciencia, que son verdades temporales que suelen ser, no desplazadas sino, enriquecidas, por los nuevos datos.

Hasta en la religión, según recomienda san Pablo (en Colosenses 3,1-5. 9-11) es necesario ponerse al día en conocimientos:" despójense del modo de actuar del viejo yo y revístanse   del nuevo yo, el que se va renovando conforme va adquiriendo el conocimiento de Dios, que lo creó a su propia imagen. "

O como sucede en la Academia, con los llamados "cursos de actualización".

Así en  filosofía, como en la religión. No son cosas que se echen al basurero sino una misma línea del pensar, siempre en la línea de fortalecimiento o enriquecimiento.

Esto es lo que dice Montaigne:

 “Igualmente persigo la comunicación de algún espíritu famoso, no con el fin de que me  adoctrine, sino para conocerlo y, si es preciso, imitarlo.”
MONTAIGNE


“Michel Eyquem de Montaigne (Castillo de Montaigne, Saint-Michel-de-Montaigne, cerca de Burdeos, 28 de febrero de 1533 - ibíd., 13 de septiembre de 1592) fue un filósofo, escritor, humanista, moralista ypolítico francés del Renacimiento, autor de los Ensayos, y creador delgénero literario conocido en la Edad Moderna como ensayo.” Wikipedia

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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