SCHOPENHAUER, LOS VIEJOS LIBROS


 

Dicotomía de la nota: ser y reescribir.

Un libro propio, salido de la imprenta treinta años atrás, es casi irreconocible si lo volviéramos a leer.

Ahora yo le agregaría esto o le quitaría aquello.

Es el doloroso descubrimiento que el romanticismo se ha ido, en gran medida, y en su lugar se ha instalado el calculador razonamiento.

 ¿Cómo puede haber poetas rebotando entre átomos?

De seguro que en el mundo de las letras hay pocos Novalis, ingeniero de minas y poeta.

Ya no es posible imaginar que aquella nube blanca es una enorme montaña de nieve y hielo. Que  por la mañana Huckleberry Finn  y yo emprendíamos su escalada por la arista más difícil. En cada paso Huck decía palabrotas de carretonero, encendía su cachimba de olote que él mismo había tallado. Como siempre andaba descalzo, ahora se sentía incómodo con las botas para subir por el hielo. Y sobre sus desgarrados pantalones lleva puesto, de mala manera, un excelente pantalón de plumas con malla interior. Una boina de lana sustituía su acostumbrado maltrecho sombrero de paja. ¡y la cebolla entera que se había comido en el almuerzo lo hacía  eructar como un volcán en plena actividad! En la noche, mientras caía la nieve sobre nuestra tienda-vivac,  colgando sobre el vacío,y el viento nos mecía, me contaba los detalles de la búsqueda del tesoro en la Casona Encantada...Como Huck dormía, en el pueblo, en los quicios de las puertas, ahora nuestro refugio aéreo le parecía un hotel de 5 estrellas....

Sus sueños románticos y de aventura
los expresaba con palabrotas.
Como sea, la  ascensión, real o fantástica, se encargaba de mantener lejos a la razón o, como escribe Schopenhauer:

“El sentimiento de lo sublime es idéntico en el fondo al de lo bello y se mantienen lejos del principio de razón.”

Esa fantástica escalada ya no es posible escribirla así.

 ¡Ahora hay que ser lógico!  ¡Hay que razonar no soñar! La conciliación de  fantasía y  realidad es una dicotomía posible pero difícil de domar.

 Sólo en el casillero de la novelística tiene posibilidad el tratamiento lirico.

El caso es que un viejo texto es como encontrarse con la novia encantadora que tuvimos hace treinta años. Ella tampoco nos reconocería.

Protegemos nuestro viejo sueño romántico  contra la fáctica realidad:

“Nadie vende el sueño de su vida“ dijo Charles Bronson en la película Hasta que llegó su hora.

Así le sucede al escritor con sus escritos. Pocos se atreven a volver a leerlos. ¿Por qué es tan complicado?

Vivimos de las experiencias del pasado pero ya no vivimos en el pasado. Al menos eso es lo que presumimos. Pero esa aproximación con el pretérito  es la que nos pone en guardia.

Una de las mil explicaciones que podemos encontrar es que el escritor  sigue siendo el mismo, por eso puede ver la diferencia. Si hubiera cambiado sería otro, y eso no es posible. Somos como cuando teníamos tres años de edad, que es hasta donde  puede recordar la mayoría.

 Si  queremos ponernos la máscara de la amnesia, la madre puede atestiguar que somos el mismo que cuando nos cambiaban los pañales. Ella lo recuerda bien, entre otras cosas porque se pasaba horas, todo los días, lavando el “pañal retornable” de algodón. ¡Qué  tiempos! ¡Qué madres! ¡Todas unas pioneras!

El contexto del escritor cambió y no una sino varias veces.

El viejo Schopenhauer casi se avergüenza de uno de sus escritos de antaño. Lo escribió dejándose llevar por el lirismo, arrastrado, literalmente, por algo que san Agustín había escrito contemplando la naturaleza.

Se trataba de la antiquísima e interesante disputa si el panteísmo es ateísmo o no. Si hay eternidad para que se dé la evolución o la creación para que tenga lugar la revelación. Eran cuestiones que se discutían, acaloradamente,  en las tabernas, todavía en el siglo diecinueve.

Dejándose llevar por el lirismo, ahora, casi una vida más tarde, Schopenhauer escribe:

“Sorpresa y orgullo me produce  tropezar hoy, cuarenta años después del día en que escribí estas líneas con timidez y vacilación, con esta misma idea  en San Agustín…”sigue la cita en latín.

¿Por qué no escribí hace treinta o cuarenta años como lo hago ahora? ¿Por qué Schopenhauer se queda atónito con un escrito de cuarenta años atrás?

“Nadie puede dar más de lo que tiene” insiste Schopenhauer.

Más que un determinismo el que enuncia Schopenhauer, es una advertencia. Quiere decir que si no hay vitamina C hay escorbuto. En otras palabras, urge ir a la librería a comprar vitaminas culturales…  En caso contrario, no podrá dar más de sí. Como si fuera una amonita fosilizada. Se quedará sin desarrollar sus potencialidades.

Nada nuevo, nada de calidad, va a activar las potencialidades del escritor. Y seguirá encontrando su libro, perfecto, no perfectible.

Schopenhauer
 “Arthur Schopenhauer [  'ʔatʰu:ɐ 'ʃo:pnhaʊɐ (?•i)] (Danzig, 22 de febrero de 1788 — Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta.”Wikipedia

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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