Creer que el arte deja su sello cada
diez años es, como escribe Chesterton, tener una filosofía el lunes y otra
filosofía el viernes, a nivel de la sociedad.
El estilo artístico impone su
espíritu artístico sobre las épocas en una sociedad.
Se considera que los criterios de los
hombres más informados marcaban la pauta. Poseían conocimientos de arte, literatura, filosofía.
Tenían parámetros culturales en medio de los cuales se desarrollaban sus
personales potencialidades.
Potencialidades que a su vez estaban
alimentados por la tierra que los vio nacer. Se decía esto y más. Fue cuando
los partidos políticos sacaron eso de arte burgués y de arte proletario.
En Europa hay historias de pintores
que surgieron desde el arrabal, como desde la cuna burguesa. Todos ellos, sin
importar su origen social, pasaron por encima del “espíritu de la época” por el
zeitgeist, e impusieron su genio a su propio tiempo y a la posteridad.
No es el origen de su cuna por lo que
los conocemos. Su grandeza como pintor, escultor, músico filósofo, está en la medida
que resume, que sintetiza, el modo de ser de ese pueblo, en particular, y los
valores esenciales en lo universal.
Aristóteles dice que la palabra ethos es costumbre o habito, no cosa
perenne.
Sucede lo mismo en nuestra sociedad,
por más que unos escriban con faltas de ortografía y otros no: “Ninguna
cualidad innata y natural puede ser alterada por el hábito.”(Aristóteles, Gran ética, capítulo VI)
El “espíritu de la época” es esa
necesidad de la televisión de cambiar de escenarios, con frecuencia, y algunos
de esos modos llegan a hacer hábito en la juventud.
Con frecuencia esos programas son
creación original del extranjero que tuvo éxito allá. Se les busca la adaptación
en la televisión de los países al sur de la frontera. Con lo que las juventudes
están adaptando los modos y hábitos que les son extraños y acaban por creerlos
suyos.
“¿Por qué cambiar los tiempos-escribe
José Ortega y Gasset, en su obra ¿Qué es
filosofía?-por qué no sentimos ni pensamos hoy como hace cien años, por qué
la humanidad no vive estacionada en un idéntico, invariado repertorio, sino
que, por el contrario, anda siempre inquieta, infiel a sí misma, huyendo hoy de
su ayer, modificando a toda hora lo mismo el formato de su sombrero que el
régimen de su corazón.”
Se propala la aviesa y silenciosa
penetración cultural, del exterior, cuando en la realidad no es más que la
incapacidad propia. Esta opta por la
imitación. Así fue como empezamos a ser rockeros en los países indoamericanos, por
poner un ejemplo. El extranjero no
necesita en afanarse por traernos su modo de ver la vida, nosotros vamos por
ella.
Con la creación artística y cultural
propia es diferente. Es trascendente. Un huichol no pudo haber descrito a la
sociedad norteamericana, de su tiempo, como lo hizo Margarita Mitchell en su
gran novela Lo que el viento se llevó.
Tampoco un inglés de Londres, que
tenga como fundamento de la moral, la utilidad, no sabría qué hacer con el
milenario ritual huichol del caminar durante días, para ir a la caza del Dios
Venado, en su avatar, de peyote, en la mítica Virikuta.
Un individualista sólo es posible con
relación a una comunidad. A partir de ella se hace y a ella se refiere. Ningún
hongo brota al margen del bosque en el que nace.
Quizá Fitzgerald no habría escrito su
Gatsby en Estados Unidos como escribió
en Paris. Siempre se necesita un alejamiento para redescubrir el mundo donde uno
vive todos los días de su vida. Así sea en el paraíso.
Algunas de las mejores novelas sobre
México fueron escritas por extranjeros: Malcon Lowry, Traven, D.H. Lawrence,
Graham Greene.
Veían el contraste de la tierra a la
que llegaban con respecto de donde venían.
El arte sigue fiel en el mostrar los
valores perennes de la totalidad de la población. Es como siempre fue.
Ortega: “las masas ingentes de
hombres no adoptan una idea nueva, no vibran con su peculiar sentimiento simplemente porque se les predique. Es preciso que esa
idea y ese sentimiento se hallen en ellos preformados, nativos, prestos. Sin
esa predisposición radical, espontánea de la masa, todo predicador sería
predicador en desierto.”
J.Middleton Murry escribe en su libro
El estilo literario, habla que el estilo personal no puede ser tocado por el
espíritu de la poca, por el zeitgeist,
por más ruido que se haga en el mundo:
“lo valioso de un estilo personal
depende de que sea o no la expresión de una auténtico sentimiento individual.” ARISTÓTELES |
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