CHESTERTON, YO FUI UN GRAN LECTOR DE NOVELAS


 

Se nota, en un patio de adoquines, cuando falta un adoquín.

(Expresión  de José Ortega y Gasset)

No llaman la atención los adoquines que conforman casi todo el patio. La llama  el adoquín que falta.

En nuestro mundo rebosante de aparatos de comunicación, celulares, tabletas, relojes de pulsera-teléfono, etc. hay un hueco, falta un adoquín.

La lectura de los libros de cultura. No los libros, la lectura. No hay fobia tecnológica, hay anemia cultural.

Sin valores culturales será siempre  un pueblo de ciudadanos funcionales, insertados en el mundo industrial, y mercado del trabajo. No más. Luchando a brazo partido por el bienestar económico y pasando indiferente ante el progreso cultural.

Por eso Chesterton anota  que el gobierno que quiera recibir la adecuada  cantidad de oxígeno,  para su buen funcionamiento:

“La literatura es, en realidad, uno de esos noble lujos que todo Estado bien gobernado debería de extender a todos; e incluso debería ser mirada como un necesidad en el más noble sentido de la palabra.”

Toci es una guía alpina (mejor dicho, andina) con especialidad en el sector central de loa Andes chilenos-argentinos. Es bella y con atractivas formas físicas. Nos cuenta que al final de las expediciones, al regreso a Uspallata o a Mendoza o a Santiago, en las reuniones de despedida, sus clientes organizan una comida que con frecuencia deriva en  velada literaria. Alguien  comenta de su autor favorito en la novela o en la poesía.

Unos proceden de países con buen nivel promedio poblacional  de lectura. Otros exhiben una cultura de baratija que algunas editoriales saben promocionar como la cereza del pastel.

Santayana: "Soy un filósofo
 vejestorio de los que
leen y escriben"

Viñeta tomada de El País.
Casi siempre se interesan esos expedicionarios por algún aspecto de la cultura mexica precristiana, que Toci conoce bastante bien en lo general.

En cambio, dice, en México los galanes que la pretenden tienen algo en común: viven en el ciberespacio. Van a tomar una taza de café, en la perspectiva de tal vez noviazgo, platicar, besarse…Cuenta que más de una vez se ha levantado de la mesa y dejado al otro que se la pasa hablando por el celular o viendo algo en su tableta.

Recuerda algo que leyó a Jordi Soler, en el diario El País, cuando habla de los medios abundantes modernos de comunicación: “Tiene en alta estima su aparato electrónico, lo lleva a todos lados, no puede vivir sin él, lo ama y le preocupa que su aparato envejezca y caiga en desuso, le preocupa no estar al día…”

Toci, educada desde niña en la lectura de los clásicos, de los clásicos grecorromanos, ha llegado a la conclusión, que los dispositivos de comunicación electrónica son el “nadie” que nos condiciona. A la par que en el cine las películas dejaron de ser románticas, o realistas metafísicas, y empezaron a disparar balazos a diestra y siniestra.

No hay sustancia en ese modo de vivir. Agrega que en una de esas veladas de la cordillera, alguien comentó algo que había leído  en Jean Wahl, acerca de Kant, y es que el conocimiento necesita tener los ingredientes de intuición y conceptos: “El conocimiento siempre es el resultado de la cooperación que tiene lugar en una especie de terreno intermedio entre los noúmenos y los datos empíricos, no organizados.”

Dice Toci que ella   recuerda a Chesterton cuando escribe: “Yo fui un gran lector de novelas…El placer que sentía era tan intenso que me gustaba ir demorando la lectura.”

Uno de los autores que Chesterton gustaba leer, despacito, como con miedo de que los párrafos se acabaran, era Cervantes.

Sin abstraerse de la sociedad te das cuenta que la lectura juega un papel en humanizar al antropoide pues te lleva de lo soñado a lo aterrizado.

Tal vez pensando en el Quijote, Chesterton escribió de la lectura: “El mundo ideal es siempre perfecto. El mundo real está siempre loco; pero loco cada vez acerca de cosas diferentes.”

 
CHESTERTON

“Gilbert Keith Chesterton ['gɪlbət ki:θ 'ʧestətən] (Londres, 29 de mayo de 1874 - Beaconsfield, 14 de junio de 1936), escritor británico de inicios del siglo XX. Cultivó, entre otros géneros, el ensayo, la narración, la biografía, la lírica, el periodismo y el libro de viajes.”WIKIPEDIA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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