LA LEYENDA DE LOS SOLES TEOTIHUCANOS


 

Ser y devenir es la síntesis del pensamiento náhuatl plasmado en la leyenda de los  soles. Creación-estar  y evolución-movimiento.


Escultura de la civilización azteca
Cinco soles. Cada uno va a suceder al otro. La duración de cada sol difiere. El promedio es de 507 años.

Esa cantidad de años es metafórica, metafísica, porque sabido es que en cosas esenciales, espirituales, ni el tiempo ni el espacio existen.
De la Guía oficial del Instituto Nacional
de Antropología e Historia, 1956

El pensamiento occidental lo entenderá mejor si recuerda lo que Sócrates dijo a Hermógenes, hablando de los seres nouménicos “No cabe la menor duda que los seres tienen en sí mismos, una esencia fija y estable; no existen con relación a nosotros, no dependen de nosotros, no varían a placer de nuestra manera de ver, sino que existen en sí mismos, según la esencia que les es natural.”

Platón-Diálogos

En realidad son seis soles.

Entre el Quinto Sol (Sol de Día) y Meztli, su gemelo, el Sexto Sol, (Sol de Noche), el nacimiento es casi al mismo tiempo. Son cuates.

Coatlicue
Escultura de la civilización
azteca
(Gemelo en náhuatl se dice  cuate. Se dice cuate, o  cuates, hasta la presente, en el siglo veintiuno, entre mexicanos, de origen mexicano. Cuate se da este tratamiento  entre conocidos, o amigos, que se aprecian mucho,  se quiere dar a entender que son  como hermanos, si cabe la expresión).

Tezcatlipoca rojo y Tezcatlipoca azul (Quetzalcóatl)

Los cuates
antagónicos e inseparables.

El glifo es conocido como
 Olin =movimiento,

suprema representación
del pensamiento náhuatl.




 






Pero también, como sucede con frecuencia entre los  hermanos naturales, van a ser antagónicos. Diferentes hasta el extremos de ser enemigos. Son los contrarios entre los que se va a desarrollar la cosmogonía náhuatl.

 



Es lo que se  conoce como el Atlachinolli, el  “Agua quemada”, la Guerra Florida, La guerra religiosa como deporte.

Otra representación de la lucha de los cuates.

Con varios miles de años de antigüedad,
el Olín náhuatl nada tiene de común
con la cruz gamada del nazismo ni
con su remoto antecedente del Lejano Oriente.
Ésta habla de un eterno retorno de los ciclos
 históricos.
El Olín de un ejercicio dialéctico
 entre iguales que los hace diferentes, a la vez que eternos
 referentes.
Es propio de algunas etnias
 precristianas
 al menos desde México hasta
 Estados Unidos.


 

Se repetirá el Atlachinolli entre Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, principalmente. Y volverá a darse el Atlachinolli entre Huitzilopochtli y su
hermana Coyohauqui.

En cada una de las cuatro destrucciones del sol queda solamente una pareja y de ahí la tierra se  va a poblar otra vez.

“Es difícil  discernir si las Edades o Soles significan mundos nuevos o solamente hombres nuevos en el mismo mundo; si las destrucciones fueron totales o parciales, es decir, si fueron destrucciones de todo el mundo o sólo de los hombres o sólo de la mayoría de los hombres.”

Mercedes de la Garza, El hombre en el pensamiento religioso náhuatl y maya, editado por  Universidad Nacional Autónoma de México, 1991.
En la parte centro oriental del Valle de México
se encuentra la zona arqueológica Xihuingo.
En una de sus rocas está grabado el glifo Olín, con al
menos 1,800 años de antigüedad, procedente de
la civilización teotihuacana.

Creación y evolución, que en el pensamiento occidental se vio precisado a dar un largo viaje para llegar a esa dicotomía, o dualismo, haciendo abstracción de una y otra. Así lo pide el pensamiento individualista. O eres creacionista o eres evolucionista.

No llegan a cinco los eclécticos o ecuménicos.

En contra tesis la vida comunitaria de la etnia no tiene problemas para conciliar  Creación y Evolución. Se acabó un Sol, el solipsismo se fue al drenaje, y los dioses empiezan otro Sol. Y cada vez, en cada etapa,  la existencia es mejor. Hay evolución. Igual que en el axioma de Tucídides: repetir para aprender y aprender para remediar.




Sólo que aquí, mediante la facultad de razonar,  la evolución no es por eliminación del débil sino mediante la solidaridad que ayuda, no  aniquila.

Se devoraban los dinosaurios, pero en el humano se busca que sea diferente. El avance es lento pero es avance.

 Los mismos dioses están dispuestos a sacrificarse para que la humanidad pueda tener luz. Luz de Sol y “Luz episteme”, del quinto Sol y del Sexto Sol.

Existen varias versiones de este episodio fundamental de la leyenda de los dioses. La más aceptada es la de los dioses Nanahuatzin  y Tecuciztecalt, que (en el actual San Juan Teotihuacán, ver su localización en el número 15 del plano general), se inmolaron arrojándose a la hoguera sacrificante para que se hiciera  la luz.

La línea roja delimita a los cuates, personajes de la espiritualidad  náhuatl.
Línea carmesí hace de los colmillos, de las serpientes, los colmillos clásicos de Tláloc,
dios del agua.
Línea azul que  corresponde a Chicomecoatl (con sus 7 cuentas en el cuello), la diosa fundamental, la tierra, del humus del que van a brotar los mantenimientos para bestias y para humanos. 
Así pues cada vez los dioses recomponían el caos y la pareja volvía a poblar el mundo. 

“¿Entonces, ¿qué sentido tuvo todo el proceso de trasformación de los seres humanos si iban a ser destruidos totalmente?”

Seguramente  que nos encontramos aquí con el sentido metafórico respecto del  concepto “destrucción”. ¿No es lo que significa Quetzalcóatl hecho verbo (yo cambio, tú cambias, yo me quetzalcoatlizo, tú te quetzalcoatlizas)?

Cuando la serpiente (no se piense en la “serpiente occidental”, avatar del mal) cambia de piel. Así el hombre viejo. Al estilo de cómo lo dice Nietzsche, es capaz de surgir de nuevo. No el hombre de la tercera edad sino el joven.

La leyenda de los soles encuentra así el puente que durante 25 siglos de la filosofía  occidental no ha logrado, y es  no escindir el pensamiento lógico de los valores vitales.

“para acceder a una vida religiosa, el hombre tiene que morir; sólo con la muerte de su vida profana el hombre puede vincularse con lo divino. Así, la destrucción del mundo y los hombres en el mito cosmogónico náhuatl puede interpretarse como la muerte necesaria para el nacimiento de un hombre cualitativamente distinto de los anteriores, un hombre sacralizado por haber sido creado con la sangre y el sacrificio de los dioses, y que, por ello, puede vincularse con sus creadores…dioses, mundo y hombres, por medio  de un proceso evolutivo y de un salto cualitativo, a constituir un cosmos perfecto y armónico.”

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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