Aun el Antiguo Testamento, en opinión de Benito Spinoza, no se salva de esos lirismos humanos. A tal punto que se ve impulsado a escribir respecto del mencionado libro: "si ocurre algún acontecimiento contrario a las leyes naturales o que absolutamente no puede deducirse de ellas,entonces hay que creer que fue agregado a la Sagrada Escritura por alguna mano sacrílega." (Tratado Teológico-Político). Y, si eso sucede con los textos sagrados...
Contaremos lo que nos hicieron y callaremos lo que hicimos,según nuestros intereses actuales,parece ser la divisa de los trabajos de historia que circulan por el planeta. "Es una forma básica del engaño histórico el que una época introduzca,por ejemplo,los valores propios en el conjunto de valores de otra época más antigua." apunta Max Scheler en el capítulo segundo de su Ética.
Descrédito de la historia. Esta es la opinión de Novalis, el alemán que escribió, hace siglos, Enrique de Ofterdingen. Es la opinión de Norman Mailer, el judío estadounidense que escribió la gran novela Los desnudos y los muertos.
Y es la opinión de Federico Nietzsche, en Aurora: “ Lo que se llama historia universal, no es más que la exposición de las opiniones presuntas acerca de acontecimientos presuntos también, que a su vez han dado origen a opiniones y hechos cuya realidad se evapora inmediatamente y no obra más que como un vapor . Es un continuo parto de fantasmas entre las espesas nubes de una realidad impenetrable. Todos los historiadores refieren cosas que no han existido más que si acaso en la imaginación… Lo que se llama historia universal no es más que el ruido que se ha armado alrededor de algunos hechos.”
Zaratustra pugna por un hombre superior. En Aurora dice que esto no puede ser. Al menos se contradice. El humano, asegura, no puede evolucionar más allá de lo que ya es. Hasta teme que regrese a estados inferiores. Quiere decir concretamente que no puede darse el brinco de lo humano al espiritual para vivir en la eternidad:
“Cualquiera que sea el grado de superioridad que pueda alcanzar la evolución humana no hay para ella medio de pasar a un orden superior, como la hormiga u otro insecto. Terminada su carrera terrestre, no entran en la eternidad ni van a reposar en el seno de Dios. El devenir arrastra detrás de sí lo que fue en el pasado. ¿Cómo había de hacerse una excepción de ese eterno espectáculo por un pequeño planeta y una mísera especie de ese planeta?”
Malcom Lowry, en su novela, Bajo el Volcán, mueve a sus personajes en la dinámica de su egoísmo etílico que encontramos en Aurora. La embriaguez se trata de una gran metáfora.
Nietzsche dice que hay hombres que en estado de embriaguez consideran que están viviendo en su verdadero yo y que en estado “normal”, en cambio, son conflictivos, se sienten míseros y cizañosos:
"Los hombres que tienen instantes de sublime arrobamiento y que en estado normal, por efecto del contraste y del desgaste de sus fuerzas nerviosas, se sienten míseros y desconsolados , consideran aquellos momentos como la verdadera manifestación de sí mismos, de su yo, y la miseria y desolación, por el contrario, como efectos del no-yo. Por eso abrigan sentimientos de venganza hacia lo que les rodea, hacia su época y hacia su mundo entero. La embriaguez es para ellos la verdadera vida y el yo verdadero, en lo demás sólo ven adversarios e impedidores de la embriaguez espiritual, de cualquier especie que sea, moral o religiosa o artística.”
Nietzsche alerta sobre la patología de la soledad al referirse, en el versículo 54, del Libro Primero, sobre le enfermedad inventada. En fecha reciente (mayo del 2011) el Instituto para la Atención de los Adultos Mayores, en el Distrito Federal, México, publicó una revista que trae en su portada el ilustrativo título: “¿Pastillas? Sólo las necesarias”.
Se refiere a la polifarmacia que, con cada vez más frecuencia, acostumbra ingerir la gente, en especial los adultos. Es necesario buscar la manera de no incrementar la tensión existencial de la gente, dice.
Sobre todo en un mundo donde la nota roja vende y ocupa los titulares de los más connotados diarios y canales televisivos, día tras día. Nietzsche aquí es muy positivo,comprensivo para los que sufren:
“Tranquilizar la imaginación del enfermo para que las cavilaciones sobre su enfermedad no le hagan padecer más que la enfermedad misma, creo que es algo. ¡Y no poco! ¿Comprenden nuestra misión?”
Los orígenes del cristianismo son un tema insoslayable para Nietzsche. Piensa que el cristianismo existe no porque Jesús haya muerto en la cruz para redimir los pecados de la humanidad, sino porque Pablo odiaba, casi hasta la locura, la ley judía.
Nietzsche, al igual que para Kierkegaard , la tradición luterana familiar se hace presente y pierde objetividad (dialéctica) histórica al referirse al cristianismo católico romano.
Centra su punto de vista en la figura de Pablo, el apostol-estandarte de los cristianismos liberales. Dice que la destacada actividad de este apóstol fue motivada no por su convencimiento de seguir al Cristo. Sobre todo por su enorme fastidio que en el fondo sentía por la ley.
Su disciplinada fidelidad del principio, al Sanedrín, se trastocó de pronto ( camino a Damasco) al ver la oportunidad de rebelarse y adherirse al movimiento que empezaba: “Sin esa historia singular, sin las turbaciones y las tempestades de ese espíritu , de una alma semejante, el mundo cristiano no existiría, apenas habríamos oído hablar de una obscura secta judía cuyo maestro murió en la cruz… ¡Cuánto la odiaba (a la ley)!¡qué rencor sentía hacia ella!¡como se puso a buscar por todos lados para hallar un medio de aniquilarla!”
Lo suyo de Nietzsche es la cultura de la Helade. Sin embargo su tradición familiar luterana le hace perder de vista que el cristianismo tiene el noventa por ciento de griego y sólo el diez por ciento de judío.
No es un absurdo mencionar que el cristianismo más parece un neo socratismo. Al leer a Plotino, el último de los filósofos griegos “paganos”, da la impresión que se está leyendo a los apóstoles cristianos. El mismo San Agustín vivió mucho tiempo dentro de la filosofía pagana antes de decidirse por el cristianismo.
La presión social me obliga a usar teléfono celular. De otro modo soy un ser obsoleto. O colgarme al cuello una corbata color amarillo con puntos negros si eso está de moda. O pantalones acampanados, como los de los marineros o tener el automóvil del año, aunque mi carrito de los años setentas todavía esté bastante cuidado. Necesito hablar en las tertulias de mis viajes a las mesas de apuestas en Las Vegas…
En el Libro Segundo Nietzsche dice que: “hay que reducir todos nuestros actos a modos de apreciar las cosas. Nuestras apreciaciones o nos son propias o son adquiridas. Estas últimas son las más numerosas. ¿Por qué las adoptamos? Por temor. Es decir: porque nuestra prudencia nos aconseja aparentar tomarlas por nuestras y nos habituamos a esta idea, de modo que acaba por convertirse en una segunda naturaleza.”
Al final del libro añade que: “No son las cosas las que han perturbado de tal modo a los hombres, sino las opiniones que se han formado de cosas que en realidad no existen.”
Les damos una importancia, a las cosas, tal que de no poseerlas nos suben los triglicéridos, se nos declara la diabetes o nos arrojamos a las ruedas del metro. O si no somos tan valientes adquirimos una neurosis de pronósticos reservados. Una psicosis maniático-depresiva que ahora amablemente la ciencia médica señala como "trastorno bipolar", reír a carcajadas o llorar a a gritos casi sin transición.
En el pueblo,mas naturales, dicen que nos enfermamos de bilis a tal grado que los ojos se nos ponen amarillos. Y, como las bolas de billar, chocamos por todos lados.
Nietzsche cierra esta obra de la siguiente manera: “Hay que tomar las cosas más alegremente de lo que merecen, principalmente porque las hemos tomado en serio durante mucho tiempo.”
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