Once vías de escalada en el cerro Chiquihuite

Plano del norte de la ciudad de México a partir de la Basilica de Guadalupe
Acercamiento del flanco oriental del Chiquihuite y la colonia La Presa

El Chiquihuite es una montaña que forma parte de la Sierra de Guadalupe, en el  norte de la ciudad de México. Su altitud es de 2,500 m. La altura de sus paredes, en el flanco oriental, tiene un promedio de 50 metros. Fue explorada y escalada en la década de los años cincuentas del siglo pasado.

En el principio era una región desierta. A partir del acueducto que va de Indios Verdes  a Ticomán –Tenayuca, era introducirse en el paisaje desconocido para los escaladores. Tres lustros más tarde la colonia La Presa había trazado ya  sus calles, que en su mayoría, al menos las originales, llevaban nombres de clubes alpinos vigentes en esos días. Se dio el fenómeno que en la medida que la colonia se extendía, y remontaba la ladera, hacia la base de las paredes, los escaladores empezaron a retirarse del lugar.
Manuel García, en la "llave" de la vía Whymper

En el principio se creyó que este fenómeno se debía a la proximidad de la gente. Lo que sucedió fue que, a la sazón, aparecieron en la ciudad  los gimnasios en los que se practicaba la escalada. Estos gimnasios  estaban a la vuelta de la calle. Se podía llegar a ellos en unos minutos. De esa manera el Chiquihuite quedaba ya demasiado lejos. Así fue como muchos  escaladores empezaron a perder  contacto con el aire, la lluvia, el frío, el viento, el hambre, el calor, la sed, la luz, la noche y el cielo.

En este espacio ofrecemos once fichas técnicas. Rutas abiertas por nosotros, según consta en el pie de cada foto, así como su fecha de apertura.

Pero sólo es el diez por ciento de la potencialidad alpina que contiene este flanco. Los escaladores de las nuevas generaciones tienen todavía mucho terreno nuevo  para la exploración vertical.

Es terreno casi nuevo   para la escalada horizontal. Realizamos algunas travesías pero no hicieron escuela. Era una idea adelantada al tiempo (al estilo de nuestra escalada La Transversal, de la pared norte de El Abanico, en el Popocatepetl).Los escaladores seguían pensando aun  en el desarrollo clásico base- cumbre.

 Estas once fichas fueron publicadas en el libro Alpinismo Mexicano, Editorial ECLALSA, 1972.


Valle de México y la ubicación de la Sierra de Guadalupe

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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