Cuicuilco, la casa del tiempo



Es la figura original de Cuicuilco, realizada en barro.
Una representación geriatrica. El niño, setenta años más tarde, registra el paso del tiempo...



Huehueteotl (Viejo Dios), interpretación teotihuacana. Su dentadura se encuentra  en pésimo estado. El bracero sobre su cabeza implica la presencia de Xiutecutli (dios  del Fuego)
Bosquejo de la zona arqueológica de Cuicuilco. Se ve el contexto montañoso (tomado de Preclasicos, autor Arturo Pinto Orozco s/ fecha de publicación, probablemente mediados del siglo veinte)

Cuicuilco es un lugar que se localiza  en el suroeste del Valle de México. Se le considera  una antigüedad de unos 450 años antes de la era cristiana. Allí se adoraba al Sol, al Viento, al Agua, al Fuego y al Tiempo. A la cultura mesoamericana se le ha calificado  como cronovisión, más que como cosmovisión.

Es la casa donde se adoraba el devenir, al movimiento, en la figura de dos dioses: Huehueteotl y Ehecatl. Huehueteotl es el Dios Viejo y Ehecatl al viento que pasa. Sin embargo  es a Huehueteotl al que se le señala como dios tutelar de Cuicuilco.

Pintura que muestra el abandono de Cuicuilco.  La etnia es  expulsada por el magma del volcán Xitle (al fondo). Se cree que de aquí  emigraron  al norte medio del Valle de México y fueron los constructores de Teotihuacán.


La interpretación agrícola dice  que Huehueteotl  es el que da calor en la cocina para preparara los alimentos.  Ehecatl el viento que trae las nubes con lluvia para beneficiar a las cosechas.

Historiadores de los siglos pasados, y antropólogos modernos, consideran dios a Huehueteotl. Si bien este panorama tampoco ha escapado del proceso zenonizante que es laicizar todo lo espiritual. El contexto laico de la investigación científica tiende a señalarlo  como “héroe cultural”.

De todo esto dan testimonio las investigaciones que se han llevado a cabo en esa zona arqueológica. Es la cronovisión, ya completa, acabada, de la cultura náhuatl, no obstante que al sitio se le señala en la etapa  del Arcaico o Preclásico del Altiplano Mexicano.

Tradicionalmente a Huehueteotl s e le considera  dios del Fuego, por el sombrero, como bracero, que lleva en la cabeza. Pero es necesario aclarar  que el dios del Fuego en la cultura náhuatl es Xiuhtecuhtli. Otros llaman a Huehueteotl “Viejo Dios  del Fuego”.
Calendario Azteca.Museo Nacional de Antropología, Chapultepec,Cd. de México.Foto del 10 de julio 2011

Cuicuilco es el lugar donde los humanos fueron conscientes de la existencia del tiempo. Al estilo de los niños que nacen en Argentina, cuando tienen cierta edad, se dan cuenta que viven en Argentina. O los niños mexicanos o los españoles o los alemanes… en sus respectivos países. Y, como dice W.B. Yeats, poeta irlandés:  "no hay religión sin imágenes", los hombres procedieron a representar  al tiempo. ¡Y ésta sí fue su creación!

 Así  surgió la imagen del dios Huehueteotl. Figura antropomorfa,  la de un viejito lleno de arrugas, le faltan dientes, y la espalda encorvada por la edad. Sobre la cabeza lleva un recipiente para contener el fuego, lo que en México se llama “bracero”, que en este caso también sirve de incensario. 

Está representando al tiempo teniendo como modelo a las viejas montañas cercanas de suaves líneas y, a la vez, a las montañas nuevas que nacen “de pronto” dado su origen volcánico. Cerca de Cuicuilco y dominando el paisaje, está la montaña Ajusco, restos de un volcán,  cuya cumbre más alta está en los 3,937 m.s.n.m.  Con base en esta interpretación el Instituto Nacional de Geriatría lo ha adoptado en la figura de un niño y dentro  la cara arrugada de un anciano.

Si bien a Huehueteotl se le considera dios representativo de Cuicuilco, no hay que olvidar que su enorme pirámide principal es de forma circular y esto habla de otra deidad, que es Ehecatl-Quetzalcóatl. Una presencia altamente espiritual, el viento espiritual, que siglos más tarde sería el numen principal de los toltecas. Esta pirámide tiene dos rampas, una en el este y la otra hacia el oeste. Es la orientación mítica de la arquitectura mesoamericana que sigue la trayectoria solar…

Cuicuilco desapareció copado por  el magma del volcán Xitle. En unos sitios el espesor de la lava tiene siete metros y en otros hasta quince. Se sostiene la tesis que los habitantes de Cuicuilco abandonaron entonces el lugar y emigraron hacia el norte-medio del Valle de México. Que fueron los creadores de la esplendorosa ciudad de Teotihuacán, el centro ceremonial y habitacional  más grande del Altiplano Central Mexicano. Desde luego no olvidaron a su dios Huehueteotl y le siguieron dando culto como lo hacían en Cuicuilco.
Lado sur de la  piramide. El  pasto, base de los árboles, es la altura que alcanzó la lava. Se nota el desnivel que han quitado de  roca volcánica para llegar a la base (foto 10 de julio 2011).

Se considera a Huehueteotl el dios más antiguo. La publicación Arte Preclásico, del Museo Nacional de Antropología e Historia (INAH) 1968, se refiere a Huehueteotl como: “El dios del Fuego es el primero del panteón mesoamericano y su culto perduró hasta el momento de la conquista española. Los mexica que reconocían su antigüedad le llamaron Huehueteotl. Que significa “el dios viejo.”
Huehueteotl, versión veracruzana

Cuicuilco es un lugar que se localiza  en el suroeste del Valle de México. Se le considera  una antigüedad de unos 450 años antes de la era cristiana (Preclasicos). Allí se adoraba al Sol, al Viento, al Agua, al Fuego y al Tiempo. A la cultura mesoamericana se le ha calificado  como cronovisión, más que como cosmovisión.

En cambio, en la zona, el INHA consigna el dato de una antiguedad de 800 a C. a 150.
La piramide circular de Cuicuilco. Se aprecia al fondo su rampa oeste (foto del 10 de julio 2011)

Todavía queda pendiente lo de la antigüedad del sitio. La antropología le da  unos 2,500 años. Pero se considera que el magma, del volcán Xitle que lo cubrió, tiene una antigüedad de unos  5,000 años. “El notable geógrafo Jorge L. Tamayo coloca al Xitle como un volcán contemporáneo y el Ingeniero geólogo Federico Mulleried le da una antigüedad de unos 5,000 años a la erupción que le dio lugar al Pedregal de San Ángel; pero el mismo maestro la clasifica desde el punto de vista geológico como erupción reciente.” (Preclásicos, autor: Arturo Pinto Orozco)

 Paul Rivet dice que esta lava tiene 2,422 años. No es la antiguedad de la etnia pues él se refiere a la lava (Los orígenes del hombre americano, Fondo de Cultura Económica, 1974).


Huehueteotl, sin bracero en la cabeza (Museo Nacional de Antropología e Historia, México) foto julio 2011.





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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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