JEAN WAHL Y EL REGRESO DE PEER GYNT


Cincuenta años duró Peer Gynt (de Ibsen)  recorriendo el mundo y al final regresó a su aldea, Hagstad, entre los fiordos noruegos.

Su exilio fue elegido. Pudo apreciar los suyo sólo cuando estuvo fuera. Por voluntad propia se fue  y siempre pudo regresar cuando él lo decidiera. O no regresar. Pero regresó porque en Hagstad estaba la parcela de tierra que lo vio nacer y el pedazo  de firmamento que le tocó vivir  por arriba de su cabeza.

Ese conocimiento de lo suyo  se exacerba cuando el exilio es impuesto. Ya por razones políticas, económicas o de seguridad social. Los árabes y africanos buscan irse para Europa, los latinoamericanos  nos vamos para Estados Unidos porque allá la moneda vale veinte veces más y, sobre todo, porque,  para respetar las leyes, todavía se pone a Dios  como testigo, los norteamericanos se viene a México porque aquí su moneda vale veinte veces más, etc.
Peer Gynt conoce el mundo

Odiseo también regresó a Ítaca  después de participar en la destrucción de Troya. Un tal Quijano siempre regresaba a   su parcela en algún lugar de La Mancha. Martín Fierro  regresaba a la nada de  sus pampas argentinas, que para él estaban llenas de todo. José Vasconcelos regresó de Paris a México. Pancho Villa regresó de Estados Unidos a México, Dostoievski regresó a Rusia, Malcom Lowry regresó a Inglaterra…

En un trabajo sobre La filosofía de José Ortega y Gasset y José Gaos, de Héctor Guillermo Alfaro López, publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1992, vemos que a resultados de la Guerra Civil, de los años treinta del siglo pasado, muchos españoles lograron adaptarse, con marcada    dificultad, (hay toda una literatura del exilio español), pero otros no lo lograron y hubo quienes, ya en el exilio, prefirieron el suicidio.

 ¡El exilio, del color que sea, no es un juego! Ortega y Gasset, con todas sus luces, nunca pudo adaptarse  “a lo americano “, con haber estado varias veces en Argentina y siempre defendió el eurocentrismo. Otro gran filósofo español, Manuel García Morente, exiliado, cuando lo del Frente Popular, impartió clases en la universidad de  Tucumán y al final regresó a España.

Jean Wahl, en su valiosa obra Introducción a la filosofía, explica por qué  el regreso de Peer Gynt:”Es verdad que somos lo que conocemos, pensamos y sentimos, que estamos vinculados a nuestra cultura, la historia y finalmente al mundo.”

Ya es muy complicado  cuando se tiene sólo una cultura. Es una síntesis de ideas, hechos históricos a través  de inmensurables años, más allá de lo que la arqueología ha logrado descubrir. ¡Antes de existir en lo documentado  ya existíamos!

Los pueblos indoamericanos, desde Alaska a la Tierra del Fuego, tenemos doble tarea, conocer  lo nuestro y conocer lo “occidental”( y luego hay nos iremos hacia lo asiático).No es un cabo suelto cuando Wahl dice:”sentirnos que estamos vinculados a nuestra cultura, la historia y finalmente al mundo”.

El pedazo de firmamento  sobre nuestra cabeza es la metáfora de lo nuestro intelectual. Los mitos, las leyendas, los cuentos para niños, la poesía y la novela, se alimentan de las rocas ígneas, metamórficas y sedimentarias de esa única parcela de la Tierra. Tom Swayer, Peer Gynt, y  Don Quijote son soñadores que se fueron en busca de locas aventuras, pero no se perdían y encontraban el camino de regreso.

Fue Sócrates el primero que dijo, dice Wahl, que “por detrás de fluctuantes cualidades particulares hay ideas universales”. Y con esto tenemos ya el añorado horizonte de la plena libertad. Porque en el fondo eso es lo que se busca con lo de la cultura, la libertad. Las lecturas y las escrituras, sin la perspectiva de la libertad, de poco o nada valen. Si hay algo más valioso que la vida, es la libertad, por eso muchos dan la vida por tener libertad.

 No quedar encerrado en una abstracción cultural. Nada  más “lo nuestro” sería una abstracción, pero nada más lo de “allá” también sería otra abstracción. Y ya lo pueblos han sufrido (y algunos lo siguen sufriendo) por vivir en tanta abstracción cultural.
Pero, como una vez  escribió Séneca, entre otros, el mundo está lleno de libros de calidad que han escrito grandes pensadores, y, son tantos, que lo más seguro es que no los conozcamos todos. Impotentes para conocer la tradición cultural de los milenios, en ocasiones optamos por dar pistoletazos y salir con algo que declaramos  nuevo. Hegel fue el que primero dijo esto.

Marco Tulio Cicerón se detiene (en Los oficios)  en tratar de penetrar en el entramado de eso que con tanta frecuencia llamamos Sociedad. Que es   por lo que  Peer Gynt regresa a  su aldea:

 “Son muchos los grados  de la sociedad humana. Porque descendiendo  de aquella infinita   universal, la más inmediata es la de una misma nación, la de una misma tierra, la de una misma lengua, por la cual se unen en mucho unos hombres con otros. Pero todavía es más estrecha la de una misma ciudad, porque son muchas las cosas que tiene  comunes los ciudadanos, como la plaza, los templos, los paseos, los caminos, leyes, votos, privilegios, y además los tratos, amistades y muchos negocios y contratos particulares.

“Aun es más de adentro la de los parientes, que reducen a un estrecho punto  la sociedad universal de todos los hombres. Pero como sea propio de todos los animales el deseo de multiplicarse, la primera sociedad está  en el matrimonio, la segunda en los hijos, de que se forma una casa y un todo común, y este es el principio de las ciudades y como semillero de la república:

“síguense después los hermanos, sus hijos y los hijos de estos, que no cabiendo ya en casa, se extienden y reparten en otras a manera de colonias, después los casamientos y entronques con otras familias, de quienes resultan otros muchos parientes, la cual propagación y descendencia es causa y origen de las repúblicas. El vínculo de la sangre  es uno de los que más estrechan la unión y benevolencia de unos hombres  con otros, a lo cual contribuye mucho tener  en su familia los mismos monumentos, la misma religión y las mismas sepulturas.”

Hombre cercano al poder del Imperio Romano, y dueño de una  gran cultura, Cicerón conocía que la tesis contraria,  a lo que él escribió, era utilizada como arma para erosionar los cimientos mismos de la sociedad.

Hace veinte siglos Séneca no tenía la televisión  en el corazón geográfico  de su casa, con las comedias de las abuelitas y todos esos programas  de la cinematografía light, que se hacen con cartabón para dar entrada a los “comerciales”. De modo que encontrar el camino de los pensadores de calidad ahora es abrirse paso entre el laberinto.
Peer Gynt regresa a sus fiordos 

Y esa es la lección que nos dejó Peer Gynt. Conoció la cultura de “allá”  y no se perdió en el eclecticismo disolvente del mundo. Y  pudo regresar a su parcela entre los fiordos de Noruega y a su porción de estrellas sobre su cabeza.



Jean Wahl

Jean Wahl nació en Marsella, en  1888. Falleció en París en 1974. Filósofo francés. Tras ejercer como profesor en EE UU, regresó a Francia (1945) para enseñar en la Sorbona y fundó el Colegio Filosófico de París. Es recordado, sobre todo, por su estudio sobre La desdicha de la conciencia en la filosofía de Hegel (1929). Otras obras a destacar son, entre otros títulos, Filosofías   pluralistas de Inglaterra y América (1920), Hacia lo concreto (1932) e Introducción a la filosofía (1948).”






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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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