CICERON Y LOS TRANSTERRADOS


Toci, la muchacha mexicana  que escala cumbres en prácticamente  todos los macizos montañosos del planeta, dice que  pertenecer a un lugar específico es como la salud corporal. Hay conciencia de ello hasta que se ha perdido. Lo que queda, en el segundo caso, es una realidad patológica, en el primero, algo semejante, al que se le ha llamado éxodo.

Variados matices tiene este tema que se pueden evocar con las palabras transterrados (empatriados), desterrados, refugiados políticos,  etc.

Toci observa que se cruzan las fronteras de los países todos los días, por cielo, mar y tierra, de manera legal o no. Para estudiar, ganar dinero (en lugar de pesos, dólares, o gastando dólares viviendo en un país pobre) escapar del peligro, turistear, por amor, o por cien cosas más.

Tiene la impresión que de  este lado de la frontera somos los  internacionalistas más convencidos. ¡Y nuestro país apesta! Cuando estamos de aquel lado de la raya tenemos más conciencia de lo que dejamos.  Afectos, valores y cosas. Todo eso resalta en la medida que allá  soy una extranjera.

La hemos acompañado al aeropuerto y tomamos un café en tanto llega su turno de partir. Va a la pared sur del monte Ameghino, en la Cordillera Central de los Andes, arriba de Mendoza y Uspallata. Una ascensión como  para devolverle seriedad al alpinismo.
La pared sur del monte Ameghino

Yuma,  otro de nuestra cordada de escalar, comenta que Cicerón, romano, y Fidelino de Figueiredo, portugués, escribieron  de las migraciones tanto internas como externas. Entre uno y otro median diecinueve siglos y, sin embargo, el pensamiento de ambos tiene enorme semejanza en este tema.

Si existe a través del tiempo, casi podríamos decir que el  patológico sentimiento del éxodo es una cosa en sí, una deidad con esas características.

Cicerón escribió, dice Yuma : “Son muchos los grados de la sociedad humana. Porque descendiendo de aquella infinita y universal, la más inmediata es la de una misma nación, la de una misma tierra, la de una misma lengua, por la cual se unen mucho unos  hombres con otros. Pero todavía es más estrecha la de una misma ciudad, porque son muchas las cosas que tienen comunes los ciudadanos, como la plaza. Los templos, los paseos, los caminos, leyes, votos, privilegios, y además los tratos, amistades y muchos negocios y contratos particulares. Aun más de adentro de los parientes, que reduce a un estrecho punto la sociedad universal de todos los hombres. Porque como sea propio de todos los animales el deseo de multiplicarse, la primera sociedad está en el matrimonio, la segunda en los hijos, de que se forma una casa y un todo común, y éste es el principio de las ciudades y como semillero de la república…

Y agrega Cicerón:

  “…síguense después los hermanos, sus hijos y los hijos de éstos; que no cabiendo ya en una casa, se extienden y reparten en otras familias, de quienes resultan otros muchos parientes, la cual propagación y descendencia es causa y origen de las repúblicas. El vínculo de la sangre es uno de los que más estrechan la unión y benevolencia de unos hombres con otros, a lo cual contribuye mucho tener en su familia los mismos monumentos, la misma religión y las mismas sepulturas.

Es la tierra física la que primero entra por los ojos, asegura Toci, pero también, y al mismo tiempo, numerosos factores culturales. Y es esto lo que nos llama cuando estamos fuera de nuestro ámbito. Otro paisaje, otra temperatura atmosférica y la historia de otros pueblos que ya  no es la nuestra. La comida puede ser deliciosa pero, no es la nuestra…Los mexicanos venden tamales en Estados Unidos y los chinos, españoles y argentinos han instalado restaurantes en México con la cocina de sus respectivos países…

En otros países siempre seremos extranjeros, así tengamos ahí cuarenta años, para ellos y sobre todo para nosotros mismos. Pasamos a ser “ciudadanos de pastillaje” (pastillaje, ¿recuerdan?  es una técnica de la cerámica mexicana de tiempos precristianos consistente en agregar, ir pegando, rasgos que no  estaban incluidos en la pieza inicial).


Tomado del libro La psiquiatría en la vida diaria, de Fritz Redlich,1968

Siempre nos impactaban, ¿recuerdan?,  las tumbas de los ingleses del panteón de Real del Monte, Estado de Hidalgo, México ( cuando íbamos a escalar Peñas Cargadas), que desde el siglo dieciocho están orientadas hacia su amada Inglaterra. Es el postrer intento de “sentirse” o estar, en el seno de la comunidad en la que nació y a la que ya no pudo o ya no quiso (por los   nuevos vínculos desarrollados en la lejana tierra) volver.

 Les recuerdo que, para escapar del franquismo, se fundó en México la Segunda República Española en el exilio, en 1939, y bajo su bandera  30 mil españoles  abrigaban en el país el sentimiento de acercamiento con la tierra que habían dejado.

Toci es de una etnia del norte de México y tiene información histórica. Nos comenta: La arqueología dice que la Troya, cantada por  Homero, nueve  veces lo troyanos regresaron a reconstruirla. Los teotihuacanos recorrieron, caminando, medio continente hacia Centroamérica llevando su cultura y, durante treinta siglos, siempre regresaron a su sagrado Valle de Teotihuacán.

Comenta la  conocida  anécdota de la mujer mexicana kikapú que siempre soñaba con regresar a la tierra norteña  en la que había nacido. Cuando sus nietos la llevaron quedaron horrorizados. Era el erial más desolado. La viejecita en cambio lloraba de felicidad al tiempo que decía: “esta es la tierra,  hermosa sin par, donde yo nací”.

Es hasta la generación de los nietos que el trauma del éxodo desaparece.

Yuma cita las palabras de un filósofo portugués: Fidelino de Figueiredo, donde  se refiere a la pertenencia mediante los aspectos culturales:

 “Los idiomas son verbos  de familias de hombres que viven en uno u otro punto de la Tierra. El arte-literario ha de ser, por ello, como actividad de comunicación, localizada y territorial o arraigada en la gleba sobre que se habla  y se vive el idioma  que la expresa. Literaturas desarraigadas de un territorio o emigradas son literaturas de vida efímera, que sólo viven mientras duran las adherencias de la gleba que trasportaron. Es lo que, experimentalmente nos prueban las literaturas de los refugiados de las dos Grandes Guerras, que se debilitan de prisa…”
CICERÓN


“Marco Tulio Cicerón, en latín Marcus Tullius Cicero1 (pronunciado ['mar.kʊs 'tul.liʊs ˈkɪkɛroː]), (Arpino, 3 de enero de 106 a. C. - Formia, 7 de diciembre de 43 a. C.) fue un jurista, político, filósofo, escritor y orador romano. Es considerado uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en latín de la República romana.









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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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