UNA TAZA DECAFE CON COPLESTON-ARISTÓTELES


El pensamiento de Santo Tomás
F. C. Copleston
Fondo de Cultura Económica, México- Buenos Aires-1960

Hablar de Copleston es conversar con Aristóteles y con Santo Tomás de Aquino.

Es hablar de la relación (todavía  hipotética en el  tiempo de Santo Tomás, siglo XIII ) de las relaciones entre el Estado laico y  la Iglesia, separados pero no antagónicos, Humanismo cultural no agresivo, educación, moral, libertad, la razón…

A través de la lectura de  la Gran ética, de Aristóteles, el santo se dio cuenta que aquel tenía la capacidad de distinguir las diferentes clases de moral: “Santo Tomás tenía plena conciencia de que un filósofo griego como Aristóteles era capaz de distinguir entre las acciones moralmente buenas y las malas, y por ello adoptó gran parte del análisis ético aristotélico”, dice Copleston.

Cuando  escuchamos en la televisión “vamos a evitar la moral en esta cosa”  están diciendo, tal vez, por antinomia, que se quiere evitar la moral ortodoxa…

Como decir: “las arenas del desierto eran tan malas que sepultaron a los alpinistas en el fondo de las dunas”. Saint Loup es autor de un bello libro de alpinismo al que puso como título: La montaña no quiso.

 Las arenas, las montañas, las cosas o los animales, son como son, pero no son morales. Sólo las personas son buenas o son malas. Una víbora no sería mala porque mata para comer pero un hombre sí es malo cuando mata a la víbora por diversión.

Solamente el hombre hace predicados morales. Y el conocido imperativo categórico, kantiano, para obrar con razón, es el que el asunto se ajuste a la moral universal.

Con la expresión “fuera de esto la moralidad” en rigor se está diciendo “fuera de esto la humanidad, la intencionalidad”.

 No es que se esté ponderando la animalidad sino que de manera confusa tal vez se quiso decir “dejemos de lado toda forma de actividad espiritual y ajustémonos a la legalidad.

Un modo de pensar, el occidental, hecho a base de tesis y contratesis. Un mundo en el que muchos viven en la síntesis. Cada vez más lejos de la abstracción de actuar y se deciden por el Todo.

 Es decir, prefieren vivir en un sano equilibrio entre las cosas de apariencia y las cosas de esencia.

Santo Tomás conoció a Aristóteles, y desarrolló mucho de su pensamiento, por una especie de antinomia o contraste. El griego se preguntaba qué es una cosa y el pensamiento tomista se detenía pensando por qué  esa cosa es. Pudo haber no sido, pero es, ¿por que?

Copleston anota que, al parecer,  al mismo santo le fue dificultoso separar la acción de la Iglesia de la del Estado y viceversa (una hazaña de pensamiento si no olvidamos que estamos en el siglo XIII).

Pero al final fue claro en decir que tanto la institución humana como la espiritual tenían la responsabilidad de la formación del individuo y pueblo en su totalidad.

 Formación en la perspectiva de vivir bien. Más adelante Aristóteles  nos da su definición de lo que entiende por vivir bien, que no es otra que alcanzar la virtud a través de la razón.

Considérese este pensamiento no desde el siglo veintiuno, con abundancia de universidades públicas y privadas, sino situados en el siglo trece, con escaso número de lugares de aprendizaje, para las clases pudientes. Y para el pueblo bajo prácticamente cero oportunidades de formación académica.

Un mundo por demás empírico, siguiendo lo inmediato, después del hundimiento del Imperio Romano, metido todo en el caldero llamado Europa, con pulsiones a flor de piel, necesidades legítimas de sobrevivencia, ambiciones, mujer vital para la vida diaria pero ocupando el segundo lugar,  explotación económica, culturas  y supersticiones de toda clase y procedente de muchas partes de otras regiones, otrora conquistadas por Roma, como árabes, africanos…

Ante este panorama (nada diferente de lo que sucede en el siglo veintiuno con la emigración y la migración de los países, tanto hacia Europa como hacia Estados Unidos), Santo Tomás, anota Copleston,  “subrayó la idea de una alianza intima entre la Iglesia y el Estado…El Estado tiene la función positiva propia, y Santo Tomás no lo consideró como un departamento de la Iglesia, ni creyó que el gobernante fuera un vicario de Cristo. “

En el capítulo IV de su Gran Ética, con subtitulo de “Relaciones entre la virtud y felicidad” Aristóteles anota: “Vivir bien y obrar bien no es otra cosa que la felicidad. Y vivir bien  consiste en vivir de acuerdo con la virtud. La virtud, es por tanto, el fin, la felicidad y lo mejor”.

Pues todo eso está muy bien, preguntamos en tanto tomamos una taza de café siguiendo la lectura de la obra de Copleston. Pero, ¿cómo llegamos, desde la selva de nuestra apremiante pulsiones y hábitos de consumismo y atropellamiento al prójimo, a eso de la  virtud?

El mismo Copleston nos indica que sigamos leyendo a Aristóteles, pero ahora en el Capítulo VI, y encontramos: “un habito puede ser arrancado por medio de otro, no hay nada que pueda eliminar la naturaleza de un hombre…también obra lo que, asesorado por un principio racional, parece  ser lo mejor.”

 Lo mejor desde el imperativo categórico  con tal que el asunto se ajuste a la moral universal.
 
COPLESTON
“Frederick Charles Copleston S.J., (10 de abril, 1907, Taunton, Somerset, Inglaterra3 de febrero, 1994, Londres, Inglaterra) fue un sacerdote de la Compañía de Jesús y un escritor de filosofía. Copleston se convirtió al catolicismo romano mientras asistía al Marlborough College. Fue el autor de la influyente obra Historia de la filosofía, publicada en once volúmenes. Es conocido además por el debate que sostuvo con el famoso pensador inglés Bertrand Russell, transmitido en 1948 por la BBC. El debate se centró en la existencia de Dios. El año siguiente debatió con A. J. Ayer sobre el positivismo lógico y la significación del lenguaje religioso.”










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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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