La razón
y la suerte son dos personajes de la Gran ética de Aristóteles y siempre
están presentes en el alpinismo.
Hay triunfos
que llevan al fracaso humano y fracasos que salvan del desastre existencial.
Esta realidad es más frecuente de lo que creemos en la esfera en la que cada
uno nos movemos.
En el
alpinismo pero también está presentes en la gente que vive en el mar, a los que de una u otra forma van y
vienen en aviones, a los guerreros, a los bomberos, a los toreros…
En las actividades del valle podemos hablar,
tal vez, de resultados lógicos si sus causas son lógicas. Tal vez, porque
tampoco en la ciudad todo es tan automático para medirlo por las leyes de
la fenomenología.
Si bien en
la práctica del alpinismo no profesional se reduce mucho el concepto de razón. ¿Qué tiene de razonable que alguien
deje la seguridad, de la calle donde vive, y vaya a meterse a un mundo en el
que las reglas de la naturaleza son diferentes a las de la ciudad?
Si todo
fuera cosa de conocer, y de prepararse en consecuencia, nos preguntamos por qué
hay alpinistas que mueren contándose entre ellos sacerdotes y egresados de las
más diversas disciplinas académicas. O por qué ninguno de estos murió donde era
de esperar que murieran?
Hay toda una
técnica para subir montañas, incluidos conocimientos generales de los estados de las rocas en sus diferentes cotas,
condiciones atmosféricas...
Y no obstante, hay ocasiones, que sucede lo que no era de esperar que sucediera
y otras en las que no sucede lo que
tenía muchas probabilidades de haber
sucedido:
“Mi voluntad y mi discurso se remueven ya de un lado, ya de otro, y hay muchos de esos movimientos que se gobiernan sin mi ayuda. Mi razón acredita impulsos y agitaciones diarias y casuales”, dice Montaigne en sus Ensayos
“Mi voluntad y mi discurso se remueven ya de un lado, ya de otro, y hay muchos de esos movimientos que se gobiernan sin mi ayuda. Mi razón acredita impulsos y agitaciones diarias y casuales”, dice Montaigne en sus Ensayos
En la
Segunda Guerra Mundial hubo combatientes que estuvieron en todos los frentes de
batalla y no sacaron ni un rasguño. Otros, en cambio, no tuvieron la
oportunidad de dispara un solo tiro y ya estaban muertos.
Aristóteles
lo dice así: “La buena suerte, pues, parece consistir en el goce de algún bien
que la razón no esperaba, o bien en evitar algún mal que la razón anticipara.”
Como la
buena suerte llega por igual a buenos y a malos, más parece que la suerte o azar nos está exigiendo otra
interpretación del asunto.
Aristóteles
cree que aquí no hay intervención de Dios porque “no es posible que Dios se
ocupe de los malos”. ¿Y si se ocupara también de los malos? ¿Cómo lo haría?
No castigándoles porque el cristianismo se ocupa, para bien, principalmente de
los malos.
De los
buenos no se ocupa Dios, como los padres del hijo que saca nueve o diez en
calificaciones en la escuela. Hay la lleva solo y la lleva bien. Pero el otro,
el de calificaciones deficientes, ese sí necesita que se le ayude, pero ¿cómo?
Dibujo tomado del libro La psiquiatría en la vida diaria,de Fritz Redlich, 1968.
Aristóteles
tiene una expresión capciosa: “donde hay más suerte hay menos inteligencia”.
Parece una expresión clara como el agua de las playas de Cancún. Pero el mismo
Aristóteles nos previene de esta fácil interpretación porque en seguida agrega;
“la inteligencia, la razón y el conocimiento parecen ser algo absolutamente
extraños a ella”, a la suerte.
¿Es licito
pensar en corregir a un tragón dándole más comida con la idea que regresara a
la mesura?
La expresión
moderna, de lo que Aristóteles dijo hace veinticinco siglos, es que hay gente
que no le tiene miedo al éxito. Porque sólo siendo dueño de dinero y fama el
individuo será plenamente libre de revelarse tal como es. Y es aquí donde
Aristóteles quiere situar al individuo para revelarnos el secreto de su
pensamiento.
Honorato de
Balzac ya lo había desentrañado con su personaje Rafael, de su novela, La piel de zapa.
En México la mayoría de boxeadores que han conocido la gloria, el triunfo, el dinero, el sexo y el poder, han acabado en el callejón de las almas perdidas. Y no pocos personajes de Hollywood, de nuestros días, también acabaron siendo víctimas de su “buena suerte”.
En México la mayoría de boxeadores que han conocido la gloria, el triunfo, el dinero, el sexo y el poder, han acabado en el callejón de las almas perdidas. Y no pocos personajes de Hollywood, de nuestros días, también acabaron siendo víctimas de su “buena suerte”.
Si todo en
el universo está en perfecta armonía, como dice Leibniz, habría que considerar
que lo ilógico del azar o suerte, tiene una manera ordenada de actuar en
ciertas condiciones. Aristóteles señala esas condiciones:
“La buena
suerte opera en la misma esfera en que nuestras capacidades o probabilidades no
pueden hacer nada, donde nosotros no tenemos ningún control, ni podemos llevar
a efecto la acción.”
Montaigne agrega: “vemos las cosas porque
suceden, no suceden a causa de que nosotros las vemos.”
Ante lo que
nos parece ser el triunfo o el desastre, es donde tienen sentido las veladas palabras de Aristóteles. “Donde hay más suerte hay menos inteligencia.”
Y sigue lo
que está más difícil de interpretar: “la buena suerte puede consistir en evitar
algún mal que la razón anticipara.”
Por ejemplo el que se dice tener mala suerte
por haber llegado tarde y no pudo alcanzar el avión y luego se enteró que ese
avión se perdió en el mar o se estrelló en las montañas...
La “buena
suerte” que nos llevó al fracaso humano
la tenemos a la vista. De la mala suerte salvadora, de la que fuimos
beneficiarios, tal vez nunca nos
enteremos.
“Aristóteles (en griego antiguo Ἀριστοτέλης, Aristotélēs) (384 a. C.-322 a. C.)1 2 fue un polímata: filósofo, lógico y científico de laAntigua Grecia cuyas ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios.” Wikipedia
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