T. WOLFE Y EL ESCEPTICISMO SUPREMO


Una hormiga de pie, a  la entrada de un hormiguero, con su cuaderno de notas y apuntando observaciones de cómo se comportan sus congéneres, las hormigas, sería una prueba abrumadora de que  hay ahí una casi deslumbrante inteligencia en desarrollo.

Sin embargo no iría muy lejos esa inteligencia. Sólo tiene pocas maneras de comunicarse entre sí. Y todas guardan una relación de antes. De causalidad, de a posteriori.

Con óptica científica construiría teorías que serán derribadas por otras teorías y éstas por otras. Porque el escepticismo en la ciencia es como la duda en la religión, no niega, busca.

Y busca para lo positivo, aun a través de lo negativo. Cuando Dorian Grey destruyó su retrato nos estaba ofreciendo todo un tratado de filosofía.

Hemos imaginado esta idea del hormiguero, con  Tom Wolfe, que imagina un congreso, de perros, para estudiar al Perro:”El cerebro humano (dice en su obra El periodismo canalla y otros artículos), aunque muy superior al de los perros, también es limitado. En consecuencia, no cabe la posibilidad de que seres humanos lleguen a una teoría definitiva, completa y acotada de la existencia humana.”
 
dibujo tomado del libro
La psiquiatría en la vida diaria, de Fritz Redlich,1968 
Enseguida cita varios nombres de científicos que han puesto en duda  teorías como la de Darwin y la de Einstein: “Los científicos, y no los religiosos…Esta visión, la del Escepticismo Supremo, se ha ido extendiendo desde entonces. En los últimos dos años, se ha puesto en duda incluso el darwinismo, una doctrina sagrada entre lo científicos estadounidenses durante setenta años.”

Cita a varios hombre de ciencia: “en particular  el matemático  David Berlinski y el bioquímico Michael Behe han arremetido contra el darwinismo alegando que se trata de una simple teoría, no de un descubrimiento científico, una teoría tristemente infundada, para la que no existen pruebas fósiles y que, en su lógica interna, no es más que sentimentalismo puro.”

Más adelante se refiere a Einstein: “Ya en 1990, el físico Petr Beckmann, de la universidad de Colorado, empezó a cuestionar a Einstein. Lo admiraba mucho por su ecuación de materia y energía E=mc2, pero calificó su teoría de la relatividad de grotescamente absurda e indemostrable.”

Wolfe cita a Noam Chomski en aquello que no hay tal situación evolutiva del hombre: “no existe un eslabón perdido, puesto que no hay ninguna cadena.”

Lo había dicho Chesterton en El Hombre eterno: “no existen ni los más leves indicios de que la inteligencia humana se haya formado por evolución natural. En el sentido científico más estricto, no sabemos nada de cómo se desarrolló. Existe una cadena rota de piedras y osamentas que sugieren vagamente cierto desarrollo del cuerpo humano; nada parecido existe referente a su espíritu.”

Wolfe lo dice dentro de un marco evolutivo-creacionista en el que los genes son los dioses que, al igual que los dioses del Popol Vuh maya, ensayan  a hacer individuos humanos. Chesterton en cambio va directo y dice en la teoría creacionista que el primer motor que fabrica genes sigue siendo Dios.

En este mismo capítulo, del libro Periodismo canalla, Wolfe se refiere al escepticismo de Nietzsche. No dice a cuál obra de Nietzsche pero creemos que se apoya en Aurora. Aquí Nietzsche escribe, en contratesis obligada por el tratamiento dialectico,  también con escepticismo, que

“Cualquiera que sea el grado de superioridad que pueda alcanzar la evolución humana ( o el de las hormigas o el de los perros)no hay para ella medio de pasar  a un orden superior, como la hormiga u otro insecto. Terminada su carrera terrestre, no entran en la eternidad ni van a reposar en el seno de Dios. El devenir arrastra detrás de sí lo que fue en el pasado. ¿Cómo había de hacerse una excepción de ese eterno espectáculo  por un pequeño planeta  y una mísera especie de ese planeta?”

Es un escepticismo cuestionador, investigador, que se halla abundantemente documentado en Schopenhauer. Por su parte Max Scheler cuestiona a Darwin en el sentido que su teoría se refiere a la supremacía del más fuerte pero, dice Scheler, es la solidaridad la que ha jugado un papel decisivo en la humanidad, no la aniquilación. En la sección quinta-5, de su Ética, Scheler se refiere ampliamente a este aspecto de solidaridad predominante y no tanto de lucha:

 “Darwin, considerando la lucha, que él, como lucha de los hombres, veía a su alrededor, también en el mundo de los animales y las plantas, no se ha planteado nunca de modo riguroso y consciente el problema de las relaciones de medida que existen, dentro de la totalidad de la naturaleza orgánica, entre las tendencias a la solidaridad y el apoyo mutuos, al renunciamiento y al sacrificio, y el principio de lucha fundado en el egoísmo de la conservación de la existencia.”

Las hormigas hipotéticas y los perros también hipotéticos en su congreso hipotético, y los humanos en la realidad científica, construyen teorías que al igual, dice Wolfe, del que levanta muros de ladrillos y se le viene abajo, o que ellos mimos, los hombres, echan abajo.

Esa cadena fenomenológica parece no tener otra consecuencia que más y más teorías hasta que, agrega Wolfe: 

“De repente tuve la visión de un edificio  imponente derrumbándose y el hombre cayendo en picado al lodo primigenio. Lucha por mantenerse a flote, manotea, trata de respirar, se arrastra desesperadamente en el barro, hasta que advierte que algo enorme y suave se acerca  nadando a él y lo levanta, como un delfín todopoderoso. El hombre no alcanza a verlo, pero está impresionado. Lo llama Dios.”
 
T.WOLFE




“Tom Wolfe (Richmond, Estados Unidos, 2 de marzo de 1931) es un periodista y escritor estadounidense, padre del llamado Nuevo Periodismo, una revolucionaria tendencia en el campo de la prensa, que nació en los Estados Unidos en los años sesenta.”Wikipedia



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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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