ANTES DEL PLACER: H.NOHL


Primero el  impulso de la vida creadora y después el  placer y  el dolor.

Lo anterior lo hacen las criaturas del universo zoológico. El placer es un vehículo para alcanzar el fin, que es la generación.

En el humano es donde se practica la generación ya mecánica animal de las pulsiones, ya la generación consciente, cognitiva, responsable.

Desmond Morris describe en su libro El zoo humano varias intenciones por lo que se practica el sexo como son las pulsiones, por la generación, por estatus, por aburrimiento, etc.

El placer como fin, dice Nohl, es una patología. En el mismo nivel enfermizo que el dolor por el dolor. Ninguno de los dos trasciende, sólo entretiene los ratos aburridos del solipsismo. Los niños no viene de esa manera.”De la nada no puede venir nada”, dice A. N. Whitehead en La función de la razón.

Los hedonistas tiene la bandera del gozo y los estoicos intentan  ser ajenos al dolor. Son estos los juegos mentales preferidos del hombre.

Es la mujer, a la hora del parto, que pone las cosas en su lugar. Todo el placer que puede tener en el coito no compensa el dolor del parto. Y, sin embargo, no rehúye. Lo que actúa es el espíritu de la especie, dice Schopenhauer. Todo en la perspectiva para que la humanidad no perezca.

Tampoco la generación por la generación, a tontas y locas, sino con programa. Kant es directo en este punto: “Toda esperanza tiende a la felicidad, pero ésta para ser racional, ha de conformarse con la dignidad humana. El soberano  bien reside en el nexo esencial de felicidad, lo que es posible por la libertad.” (Critica de la razón pura)

Dibujo tomado del libro La psiquiatría en la vida diaria, de Fritz Redlich, 1968.

Lo que trasciende el asunto es que el doloroso episodio de tener, de traer, a la criatura, lejos de ser el fin apenas es el principio.

Por los siguientes cinco lustros, o algo así, se dedicará a cuidarlo, alimentarlo, vestirlo, formarlo profesionalmente (para los valores utilitaristas) y, lo más difícil y tardado, educarlo (para los valores esenciales).

Lo utilitario se enmarca en un principio cosmológico de causa y efecto y otra vez causa y efecto, así hasta el infinito. Como un determinismo ineludible, como una herencia genética, negadora de la libertad.

Lo esencial en un ideal de perfecta sistematización. Jamás alcanzada pero realizada en cada intento, como el escritor que una vez intentó escribir la novela de la Comedia Humana o, como escribe Kant en la Dialéctica Trascendental: “Las ideas mantienen en el hombre la conciencia del progreso infinito”. Donde el humano puede dejar con un palmo de narices a la causalidad.

Con la educación se cierra el círculo en la perspectiva de la conservación de la especie.¿Si no, para qué queremos a las universidades?

De otra manera la fiesta acabará en zafarrancho. Las calles, y aun los círculos más elegantes, se llenarán de rufianes. No hay que caminar mucho para comprobarlo: basta ver entre los vecinos…

El caso es que las ciencias empíricas, las artes y los valores esenciales, ya no podrán desarrollarse con libertad.

Es lo que dice Nohl: “El placer es sólo un indicio de la existencia y del pleno desarrollo de nuestros impulsos e intenciones axiológicas, sólo un indicio de que el impulso alcanzó su fin…el placer nunca es un fin en sí mismo, a no ser que se trate de una perversión. El instinto sano persigue sus fines inmanentes; placer y dolor no son sino reguladores o anticipaciones de sus metas auténticas. La mujer que entre dolores da a luz no compensa la cuenta del dolor con las del placer sexual, sino que cumple su destino.”

Todo juega en el nivel de solipsismo o de la trascendencia. Puede suceder de una o de otra manera.

 Como el grupo de excursionistas que acamparon una noche en el bosque. Por la mañana, cuando se marcharon, dejaron el campus lleno de basura y porquerías o lo dejaron limpio y ordenado. Para ser habitado  por otros que mañana llegarán.

“Herman Nohl. (Berlín, 1879-Gotinga, 1960) Pedagogo y filósofo alemán. Fue discípulo de Dilthey y profesor en Gotinga. Editó los Escritos teológicos de juventud, de Hegel (1907), y es autor, entre otras obras, deSócrates y la ética (1904), Introducción a la filosofía(1934), Antropología pedagógica (1938) e Introducción a la ética (1939).”Wikipedia






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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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