Alpinismo,
amor y muerte hacen esta novela de Roger Frison Roché, cuya acción el autor
sitúa en el primer tercio del siglo veinte, en la población de Chamonix, Alpes
Franceses.
El alpinismo
profesional en los Alpes europeos empezó varios siglos antes de este relato. Fue
una epopeya llevada cabo por el hombre que primero tuvo que enfrentar la
conquista psicológica de su medio ambiente.
Con el
derrumbe de los grandes imperios de la antigüedad el cristianismo y su
fortaleza espiritual sobrevivieron al cataclismo de las sociedades antiguas.
Pero, al
igual que sucediera en México en el siglo dieciséis, con la conquista europea, la
manera de representar los valores empíricos y subjetivos cambiaron. No
mejoraron ni se devaluaron, sólo cambiaron de nombre y forma, no de esencia.
Los ídolos
del paganismo hablaban de una profunda vocación que durante milenios fue el soporte espiritual
en la vida de millones de humanos. El
cristianismo tiene dos mil años y las puntas clovis, de Norteamérica, hablan de
tal vez veinte mil años. Y Ur y Homero nos hablan también de mucha antigüedad
en convivencia con sus dioses.
Hablando de
la importancia primaria y secundaria de las cosas, de su esencia y su
representación, Jean Whal, el gran filósofo marsellés, dice: “Un acto es bueno
porque participa del bien; una persona es bella porque participa de la belleza;
pero lo real es la belleza y el bien.” Lo
vital, lo esencial, entonces, bien puede
representarse con la cruz que con el tótem.
A la vez el
lado utilitarista de esas religiones
comprendía las fuerzas de la naturaleza sol, viento, fuego y tierra,
como el campus donde tenían lugar las pulsiones, el amor y la muerte, de todos
los animales, incluido el egocéntrico, el antropocéntrico, como él se llamó a
sí mismo, homo sapiens.
Ya los
ídolos de madera, piedra y arcilla del paganismo ahora representaban la parte
fea conocida como demonios y brujas envueltas en apestosos vapores sulfurosos.
Como contraparte del cielo del cristianismo lleno de bellos ángeles y demás
criaturas celestiales envueltas en los deliciosos vapores del incienso que se
elevaban como una oración hacia Dios.
Los primeros
alpinistas profesionales europeos tuvieron que adentrarse en este ambiente eneásico-dantesco (en el sentido amplio del término que comprende infierno, purgatorio y cielo, con sus modos
de expresión de filosofía y teología) y conquistarlo.
Todavía en
la época en la que Edward Whymper buscaba conquistar su Matterhorn, y Carrel su
Monte Cervino, muy entrado el siglo
diecinueve, ya muy desarrollado el
alpinismo profesional, algunos consideraban que
la cumbre del Matterhorn-Cervino
era el último reducto de los demonios, de ahí su aparente inaccesibilidad.
Después, o
al mismo tiempo, los guías tuvieron que inventar el modo de subir por
pendientes cada vez más verticales y extraplanos, el equipo y hacerse a la idea
que en ocasiones era necesario pasar la noche, o las noches, en las alturas
verticales de roca, nieve y hielo, a lo que llamaron vivac.
El Weisshorn
tomada del libro El primero de la cuerda
En el tiempo
en el que se desarrolla la novela El
primero de la cuerda, no se habla de anoraks ni cuerdas de perlón sino de
dos suéter y rompe vientos, mantas en lugar de sleeping y gruesas cuerdas de henequén,
de once milímetros, que se endurecían al mojarse al contacto con la nieve y se
ponían rígidas como cables metálicos cuando la temperatura bajaba.
Ese es el
contexto histórico-geográfico en el que vemos a tres alpinistas salir de
Chamonix, una mañana del año 1925, para
escalar los Drus, ascensión tenida entonces como una de las “punto y aparte”.
Un cliente norteamericano, el guía Juan Servettaz y su ayudante Jorge de la
Clarisse.
Están ya en
el reino de los guías alpinos, en su terreno de juego, en su taller de trabajo,
pues son profesionales del alpinismo. Aunque, de vez en cuando, algo les dice
que en realidad esa es la tierra de
nadie.
Es la tierra indiferente, con sus periodos geológicos, donde el humano ha irrumpido con sus locas, angustiosas y felices ideas de espacio, tiempo, causalidad y azar.
Es la tierra indiferente, con sus periodos geológicos, donde el humano ha irrumpido con sus locas, angustiosas y felices ideas de espacio, tiempo, causalidad y azar.
Las formas
de esas montañas, sus corredores, sus “repisas”, llenas de nieve y sus
impresionantes desplomes es donde el espíritu de los escaladores de los Drus va a
vivir en la plenitud hasta tocar temerariamente los linderos de lo permitido,
por esa cosa que llaman gravedad, cuando vemos extraer de su mochila su
“ferretería” y avanzar colgado de las cuerdas sobre los precipicios y desplomes
que parecerían sólo posible en composición fraudulenta del fotoshop.
Parece que para ellos hayan sido escritas
estas otras líneas de Whal: “Cómo puede transformarse en el día de hoy el
esquema kantiano, puede verse en las obras
de filósofos como Cassirer y Brunschvicg, que ponen de relieve el poder legislativo
del espíritu y prestan poca atención a la materia que el espíritu informa…”
En un punto
del descenso, ya conseguida la cumbre, se ven castigados por la tormenta. Un
rayo fulmina a Juan Servettaz en tanto prepara el rappel para el descenso de su
cliente y la descarga eléctrica le entra por la mano que hacía contacto con la
roca y le sale por un pie.
De ahí
arranca toda la acción de la novela. El penoso descenso del ayudante que tiene
que convertirse en guía para poder salvar a su cliente y salvarse a sí mismo.
Aunque a la postre el precio va a ser la amputación de los dedos de sus pies por
congelamiento.
Aiguille des deux aigles
Del libro El primero de la cuerda
El rescate
del cuerpo de Juan Servettaz por los guías de Chamonix. La participación en el
rescate de Pedro Servettaz, el hijo del guía muerto. Hasta entonces apartado
deliberadamente por su padre del peligro de la escalada. Pero que ahora se
empeña en las acciones de rescate.
De esto, a su vez, va a tener lugar el
enfrentamiento inicial con la montaña a la que el muchacho considera como
enemiga por haber sido parte de la muerte de su padre. Su trauma al caer
mientras escala, su penoso y largo camino para encontrar la cura. Y el
consecuente descubrimiento de su gran amor por la montaña.
Camaradería
con sus amigos los guías alpinos de la
localidad y su amor apasionado y tierno por Alina, su novia.
Menudean los
momentos dramáticos, como en la realidad sucede mientras se escala una montaña.
Hasta la siempre sospechada, pero también siempre inesperada tragedia alpina,
que ahora acaba de entregar su carta de presentación.
Los Alpes,
de Europa y de todo el planeta, es la cancha donde una parte de la humanidad, a
través de los acontecimientos empíricos y volitivos, funde los conceptos de
espacio y de tiempo que tanto preocuparon a los pensadores de los siglos
anteriores de “occidente”, desde Platón, Aristóteles, Descartes, Whitehead, etc.
Cuando Juan
Servettaz y su grupo emprendieron la ascensión, desde los primeros prados,
todavía el piolet guardado en las
mochilas, están ya en pleno movimiento, en el devenir. Con las primeras gotas
de sudor, al cruzar el glaciar, los sentidos son puestos en alerta máxima por
el pensamiento sobre la materia.
Pensamiento y movimiento lo hacemos todos los días desde el primer día que llegamos a este mundo, pero pronto nos olvidamos, si es que alguna vez tuvimos conciencia de ello, y es en el alpinismo, apenas dejadas las últimas calles de Chamonix, que volvemos a encontrar ese binomio con toda nitidez.
Todo para
llegar al descubrimiento que escalar montañas en los Alpes, y en todo el
planeta, es una manera, tal vez la más bella, de vivir la vida.
El contacto
con la naturaleza, como lo contaron Novalis, Emerson, Thoreau y Alexis Carrel,
propicia el encuentro con valores vitales que difícilmente se despiertan en el
valle.
La novela
canta más a la naturaleza que a la escritura antropocéntrica, tan
comercializada a través de los ruidosos premios culturales.
Frison Roche es de la cepa de los intelectuales, como el argentino Carlos Dávalos que, igualmente, le canta a su amada provincia de Salta y a las grandes cumbres andinas.
Frison Roche es de la cepa de los intelectuales, como el argentino Carlos Dávalos que, igualmente, le canta a su amada provincia de Salta y a las grandes cumbres andinas.
El primero de la cuerda es un poema alpino que habla de los
valores empíricos y esenciales del humano y de esa gran desconocida que
nombramos como “naturaleza.”Naturaleza biológica, naturaleza geológica.
Novela escrita por un guía alpino que no sólo amaba a la montaña sino que la observaba y la describía como pocos lo pueden hacer.
Novela escrita por un guía alpino que no sólo amaba a la montaña sino que la observaba y la describía como pocos lo pueden hacer.
Roger Joseph Fernand Frison-Roche, né le 10 février
1906 à Paris 8 et mort le 17 décembre 1999 à Chamonix-Mont-Blanc où il est
enterré, est un alpiniste, ..WIKIPEDIA
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