RAZÓN Y VIRTUD EN B.SPINOZA


Razón y virtud   en Spinoza están en armonía para que el individuo viva feliz.

W. Jaeger agrega la nobleza no como título nobiliario, o valor utilitario, sino como valor  vital.

En abstracto parecería que se trata de valores antitéticos. Una parte  de su discurrir podría agarrarse, legítimamente, como bandera de un pensamiento  laico:

“Cuanto más nos esforzamos  en vivir dirigidos por la razón, tanto mayores esfuerzos hacemos para no  depender de la esperanza, librarnos del temor, dominar en lo posible la fortuna y dirigir nuestras acciones  conforme al seguro consejo de la razón” dice Spinoza en la cuarta parte de su Ética.

La otra exposición que  Spinoza hace podría interpretarse como una posición más bien  yoica, solipsista, ante la vida: “Que uno se ame a sí mismo.”

La lectura que encierra el texto nos da otro contexto.

Imagine  el cuadro de alguien que va por la calle y arroja basura en la banqueta, contamina con el ruido  o pintarrajea las paredes de las casas. Está atentando contra el ambiente que a la vuelta del tiempo esa atmósfera sucia se va a volver contra él mismo.

Ahora piense en otro que es consciente de lo anterior y, por amor a él, no arroja basura. En el respeto que se tiene a sí mismo está practicando el respeto a la naturaleza, a sus semejantes. Una actitud con repercusiones generales así es valiosa, tiene valor, es virtud.

De ahí que con facilidad Spinoza pase al tema de la virtud. No hay antinomia, no hay tal pleito entre los lógicos y los ilógicos (en sentido filosófico):

“El principio de la virtud es el esfuerzo mismo para conservar el ser propio, y que la felicidad consiste que el hombre pueda conservar su ser. La virtud debe ser apetecida por sí mismo, y que no existe cosa alguna más valiosa que ella o que no sea, a causa de la cual debe ser apetecida” agrega Spinoza.

W. Jaeger: “Toda virtud  se halla contenida  en la justicia y sólo es noble quien es justo.”(Paideia, Libro Primero-X)

Perdido casi, revolviendo entre los libros viejos, y lleno de polvo, con todos los ácaros del mundo que se pueda imaginar, escuché la voz del librero:

“Lléveselo, por cinco pesos. Ese Spinoza tiene ahí veinticinco años. La gente ya no se preocupa por esas lecturas.”
Dibujo tomado de El País 11/10/14

Me digo que la gente tiene razón. La industria del libro nos ha acostumbrado a lecturas ligeritas. 

 El asunto de la razón y de la virtud está por ahí, perdido, entre las muchas hojas  del denso libro de este filósofo del siglo diecisiete. 

En tiempo de Baruch no había televisión, fútbol ni teléfono celular. No les quedaba otra que leer estos libros.

Pero, cuando me asomo por la ventana y veo la calle llena de basura, entiendo que Spinoza, en este punto, es vigente. 

Como una confirmación, en ese momento escucho por la radio que se abstenga todo mundo de hacer ejercicios al aire libre y, de ser posible, no salga de su casa, hay contingencia ambiental, el cielo está tan sucio, con cien puntos imecas más de lo establecido como “normal”…"Niños,ancianos y deportistas", estarían en peligro mortal.
 
SPINOZA
“Baruch Spinoza (conocido como Baruch de Spinoza o Benedict/Benito/Benedicto (de) Spinoza, según las distintas traducciones de su nombre, basadas en distintas hipótesis sobre su origen) (Ámsterdam, 24 de noviembre de 1632 - La Haya, 21 de febrero de 1677) fue un filósofo neerlandés de origen sefardí portugués, heredero crítico del cartesianismo, considerado uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto con el francés René Descartes y el alemán Gottfried Leibniz.” WIKIPEDIA



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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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