G. GREENE, RESURRECCIÓN, cuento


 

Piensa mucho, en algo concreto, y te lo darás.

No algo, o alguien, de fuera lo concede, sino que tú te lo concedes.

Como en la adolescencia, con las hormonas todas alborotadas, se sueña con aquella muchacha y se produce lo que se conoce como eyaculación nocturna.

Así le sucedió a Craven, el personaje del cuento de Greene: Un lugarcito en los alrededores de Edgware Road (Londres). Le preocupaba mucho el asunto de la resurrección.

Nada extraño. Omnipresente es el tema de la muerte para el humano desde temprana edad. Se dice que eso es lo que nos hace humanos. Sabemos que vamos a morir, algún día, y el asunto no admite discusión.

 Nadie nos preguntó si queríamos nacer y tampoco nadie nos pregunta si queremos morir. Ambas cosas  suceden y ya.

Se cree que entre toda la fauna de este planeta, el hombre es el único que posee ese secreto.

Lo que sigue, también de manera ineludible, es la pegunta ¿Y, después? ¿Después de morir, “morir mortalmente”, qué sigue? ¿O no sigue?

Esta sola  pregunta ha inspirado que el humano escriba N cantidad de obras filosóficas, como para llenar el Mediterráneo. Unos que sí y otros que no.

Bellas obras filosóficas que nada más por eso valió la pena haber nacido, aunque no nos hayan consultado al respecto. Es maravilloso, es abrumador, cómo al humano se le ocurren tantas cosas, es decir, argumentos de filosofía.

Por eso los que saben de estas cosas siempre están alertando respecto de las obsesiones. Son escasas las que persiguen una meta positiva, y abundan las patológicas.

De haber sido escritor Craven, le habría obsesionado la hoja en blanco y cómo llenarla de letras, palabras y párrafos. Así habría vivido  hasta cien años más o menos feliz.

 Pero él seguía pensando en la resurrección. No era filosofo ni teólogo, sino un inglés que vivía bajo la obsesión de ese ¿y después?

En tiempos normales la pregunta brota con cierta frecuencia, pero es el caso que este relato se sitúa en el año 1939, cuando se hace inminente que las bombas nazis caerán sobre Inglaterra.

Otros podrán seguir trabajando, divirtiéndose, peleando, estudiando, pero Craven no. Él pensaba en la resurrección. Se había hecho una atmosfera  sombría, angustiante.

 Deambulando, una tarde se metió a la sala de un cine, tratando de distraerse. Antes de entrar vio a algunas personas con pancartas que decían algo de “La tragedia de Bayswater”.

Era una sala vieja en la que se exhibían películas sólo de vez en cuando. Ni siquiera pudo concentrarse en el tema de la película y sólo veía escenas aisladas de lo que ahí sucedía.

Un individuo se sentó a su lado en la semioscuridad. Situación extraña porque en la enorme sala habría cuando más veinte personas, por aquí y por allá. Era bajito, la cabeza la echaba un poco de lado y, al tiempo que le preguntaba algo del crimen que se desarrollaba en la pantalla, ponía una mano encima de la mano de Craven. Craven sintió que era una mano húmeda y pegajosa.

-¿Está dormida?-preguntó el hombrecillo refiriéndose  la mujer de la película.

-No, muerta.

-¿Asesinada?

-No lo creo se clavó un puñal.

Siguió el dialogo entre estos dos desconocidos. En un momento el hombre dijo que él sabía de esas cosas de asesinatos.

“Su cabeza tenía el hábito de inclinarse a un lado. Dijo con claridad y sin venir al caso: “La tragedia de Bayswater”.

-¿Cómo estuvo eso?-preguntó Craven recordando las pancartas de la calle.

El hombrecillo se levantó y se fue.

En eso hubo una falla en el proyector de la película y las luces de la sala se encendieron. Fue cuando Craven se dio cuenta que la humedad de su brazo era sangre. Imaginó una relación entre el hombrecillo-asesino y La tragedia de Bayswater.

Craven salió y marcó el número 999.Cuando llegaron los del departamento correspondiente, y él les contó del hombrecillo, le informaron que, efectivamente, había habido un asesinato: “A un hombre le habían cortado el cuello de lado a lado con el cuchillo para el pan.”

Les dijo que había visto al criminal y contó lo de la sangre.

El hombre del departamento le respondió:

-Oh, no, ya tenemos al criminal, no hay duda alguna. Es el cuerpo el que desapareció.”

 
GREENE

“Escritor, crítico y dramaturgo inglés, Graham Greene fue uno de los más conocidos escritores anglosajones del siglo XX, recibiendo tanto alabanzas por parte de la crítica como del público en general. Comenzó a escribir todavía en la universidad -poesía, sin demasiado éxito- y pasó a trabajar para The Times. Su primera novela, Historia de una cobardía, salió a la luz en 1929 y su éxito le permitió dedicarse a la literatura a tiempo completo.”WIKIPEDIA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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