J.G.FICHTE, EL MILAGRO DE LEER


 

 Países en los  que se leen dos, o menos, o nada, libros de cultura promedio al año por individuo, donde el niño no tiene modelos lectores en el hogar para empezar el hábito por imitación, donde los maestros de la escuela están tan mal remunerados en sus salarios y prestaciones que se la pasan protestando en la calle en lugar de estar enseñando, en donde se ven al menos cinco horas al día de televisión, que “salga” un niño lector de toda su vida, no parece corresponder tal situación al mecanismo de causalidad.

Los modernos sistemas pedagógicos apuntan a que el lector se hace,  no   nace. Pero la realidad (medio libro de cultura promedio al año) dice que pudiera ser  que nace, no que se hace.

 O, si se hace, ¿por qué no se hace? ¿Por qué en un país que se conforma de cien millones de personas, pongamos por caso, al menos noventa millones fueran lectores de libros de cultura?

¡Edipo, gran descifrador de enigmas, resuélvenos este laberinto de cómo hacer de la lectura una cosa cotidiana en el pueblo! ¡O que se manifieste tal cosa! Que tenga origen divino, genético o pedagógico, como sea, pero que sea.

 Una dosis de cada cosa podría conciliar criterios. Para Fichte el filósofo (dentro de la filosofía idealista) nace, no se hace:

“Para ser filosofo hay que haber nacido filósofo, ser educado para serlo y educase a sí mismo para serlo.”

El pensamiento de Fichte comprende:1) un determinismo,2) no rechaza la opción pedagógica y 3) lo impele a que el individuo haga su parte de la tarea.

Es encantador el pensamiento que los padres den el ejemplo, se pongan a leer para que el niño aprenda con el ejemplo. Esto es un bello, y valioso,  lugar común en los libros que tratan el tema.

La realidad es que hay países, y no pocos, en los  que se cuentan por millones los hogares donde un solo libro jamás ha franqueado el dintel de esa puerta.

Equivale a enseñar a comer a niños campesinos según una dieta balanceada, cuando ni siquiera un tortilla dura hay para comer.

Aquí no aplica el ejemplo del doctor Thomas Stockmann, de Ibsen, en Un enemigo del pueblo. Rechazados sus hijos de la escuela, debido a las ideas que tiene el doctor Stockmann,  decide que él los enseñará. No necesitan la escuela.

Tenía el doctor  formación académica. En los hogares donde no hay un solo libro no hay nada, en lo que a lectura de entretenimiento se refiere. “Los ciegos no pueden guiar a ciegos.” O, como dice Aristóteles con su teoría de la eternidad: de la nada no sale nada.

Y, sin embargo, en estos hogares alguna vez brota el lector que parece que nació para ser lector de toda su vida. Es una realidad pero, ¿desde dónde brotó, del cielo, de los genes, de la pedagogía?

Así sucedió en Ulman, madre de la gran cultura olmeca-maya, y así sucedió con los caldeos de la gran Ur hace cinco mil años y con los griegos de la Hélade. Del erial surgió todo.

Primero  conocer, hasta donde sea posible, las ideas de los otros. Y después lanzarse a soñar utopías propias, alguna se alcanzará (a la postre muchas  utopías se alcanzan, sobre todo en el nivel académico).

“¿No está, acaso, el espacio cósmico en nosotros mismos?” (Novalis)

“Pensamos, y sentimos, que estamos vinculados a nuestra cultura, la historia y finalmente al mundo.”(Jean Wahl El camino del filósofo)

PROMETEO
de RUBENS
La tesis pedagógica, a ultranza o, como ahora se dice, en blanco y negó, pudiera parecer peligrosamente  paternalista.

La formación del individuo está a criterio de terceras personas. ¿Si estas personas no quieren formarlo, o no pueden o no saben cómo hacerlo o deciden mal formarlo?

“La idea romántica según la cual hay en nosotros bellos  sentimientos no expresados conduce a una especie de pereza efectiva y a una interiorización egoísta.”(Wahl)

Los gobiernos federal, estatal y municipal, de los  países, tiene el mandato constitucional de educar a su pueblo y no hay que quitarles tal responsabilidad. Pero esperar todo de ellos es propio de un pueblo apoltronado.

“El que recibe una idea tiende a ahorrase la fatiga de representarla y recrearla en sí mismo. Esta recreación no consiste  en más que en repetir  la faena del que la creó, esto es, en adoptarla sólo en vista de la incontrastable evidencia con que se le imponía.”(Ortega y Gasset, En torno a Galileo)

Más que un precipitado determinismo es  pasarle el balón(o el libro) a las manos del individuo. Que se haga responsable de su propia formación como lector.

La televisión, así como está en este siglo veintiuno, es un cúmulo de valiosas lesiones (lecciones) de lo que no se debe hacer. Conque los individuos hicieran el reverso del molde, de lo que ahí se ve, tendríamos una sociedad de 9, de calidad, en una escala del 0 al 10.

Aprendemos de los otros de manera empírica. Pero quedarse ahí es vivir en un mundo que otros han hecho. Como el emigrante que llega a un país que no es el suyo. El que lee se da cuenta que hay mejores modos de vivir, para bien de todos, empezando por él.

Como sea no hay que perder de vista que se aprende de escuchar a otros y de leer a otros. El riesgo es quedarse en los otros y perder de vista lo propio:

“Esta complicación de la cultura  recibida hace engrosar la pantalla entre el sí mismo  de cada hombre  y las cosas mismas que le rodean. Su vida va siendo cada vez menos suya y siendo cada vez más colectiva. Su yo individual, efectivo y siempre primitivo, es suplantado por el yo que es “la gente”, por el yo convencional.” (Ortega)

Esas situaciones, y más, conllevan la práctica del leer.

Pero un paso atrás es cuando aún no se tiene la costumbre de leer libros de cultura.

Es cuando invocamos a Edipo, ese gran descifrador de enigmas, que  nos ayude a resolver   cómo lograr de la lectura una cosa cotidiana en el pueblo porque, pese a todo lo que al respecto se ha publicado, es exiguo lo que se lee.  

FICHTE
Johann Gottlieb Fichte (Rammenau, 19 de mayo de 1762 – Berlín, 27 de enero de 1814) fue un filósofo alemán de gran importancia en la historia del pensamiento occidental. Como continuador de la filosofía crítica de Kant y precursor tanto de Schelling como de la filosofía del espíritu de Hegel, es considerado uno de los padres del llamado idealismo alemán.

 Lo que sigue lo encontramos en Internet y corresponde a lo expuesto en una conferencia por un investigador universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México:

“La situación de la lectura en México arroja cifras alarmantes y preocupantes, pues se calcula que el 70 por ciento de los mexicanos en educación primaria y hasta universidad no lee, "por lo que están en primer lugar en América Latina".

Lo anterior lo señaló hoy aquí el doctor e investigador en filosofía por la UNAM, Federico Alvarez Arregui, de acuerdo a cifras de la UNESCO, al presentar la ponencia "El papel del libro en la cultura actual", en el marco del Día Internacional del Libro.

Alvarez Arregui, quien también es director de la revista Literatura Mexicana, del Instituto de Investigaciones Filológicas, afirmó que no obstante que el desarrollo de la industria editorial en México es la más grande en América Latina, destacó que en el país se lee medio libro por habitante al año.

Indicó que en México existe un mayor número de personas que saben leer y escribir, pero aclaró que la situación en el país es lamentable, "pues no se lee".

Consideró necesario que una de las misiones y deberes es auspiciar la lectura desde la educación primaria, a través de la producción y promoción nacional de la lectura.”

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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