A.CARREL, HÁNDICAP


 

Vemos en la televisión aventuras a través de inhóspitos parajes de la naturaleza. Son sólo eso, aventuras de film.

Llenan el espíritu de aventura innato en el humano. Pero de un humano que ahora está tendido en el sofá viendo una fantástica aventura.

Alguien va atravesando solo un desierto y está a punto de morir de sed. Hace ya dos días que el agua se le ha agotado y la temperatura es de cincuenta grados. No hay oasis a la vista y los cien kilómetros por recorrer están secos. Va a morir. Está atrapado por las arenas.Lo que ve este caminante es una abrumadora soledad.

Por si fuera poco, ese individuo, superdotado, no lleva, deliberadamente,  agua, víveres, tienda de campaña ni bolsa de dormir. En el cenit se enterrará en las arenas para librarse del calor y por las noches hará lo propio  contra el intenso frío.

Sus necesidades de proteína y líquidos los solventará comiendo alacranes y tarántulas. Y, para asar  la víbora que logró matar, frotará piedra contra piedra hasta lograr una chispa de lumbre pues tampoco lleva cerillos o “encendedor”.

Este superdotado pronto es superado, en otro canal de la televisión, por otros más superdotados que, igual, se van a la naturaleza inhóspita pero ahora sin nada. Es decir, van desnudos. El otro cargaba una mochilita, pero estos no llevan, literalmente, ni calzones.

Pocos televidentes caen en la cuenta que el verdadero héroe de la película es el camarógrafo. Va  por todos los accidentes del terreno filmando a los aventureros. Y  detrás del camarógrafo hay todo un equipo de técnicos moviendo cables y micrófonos  desde el camión que tiene la “fuerza de poder” o energía para los reflectores.

La casi fabulosa industria del cine nos lleva por mundos lejanos, y peligrosos, sin siquiera nosotros movernos del sofá, en tanto comemos “palomitas”.

Hace ya muchos años, cuando todo esto de la aventura virtual no existía, Alexis Carrel, premio Nobel de Medicina, casi profeta, publicó un libro que se refería al alejamiento del humano de la “naturaleza natural”.

A diferencia de la gente del campo que vive de lo que con sus manos siembra y cosecha, los que habitamos la ciudad, nos vamos pareciendo cada vez menos a los recios primeros fundadores de pueblos y naciones.

Somos gente  del mundo tecnológico, no campesinos ni leñadores. Sin embargo, dice Carrel, el precio psicosomático por haber abandonado,  no aquella vida sino, el esfuerzo de aquella vida, es demasiado alto. Los jinetes del Apocalipsis nos han caído encima en la manera de presión alta, diabetes, sobre peso, paranoia…

Carrel lo dice de esta manera:

“El hombre moderno, o duerme mucho o demasiado poco. No se adapta fácilmente al exceso de sueño. Todavía se adapta peor  si duerme escasamente durante periodos prolongados. Sin embargo, es útil acostumbrarse a permanecer despierto cuando uno desea dormir. La lucha contra el sueño hace funcionar aparatos  orgánicos cuyo vigor se desarrolla por medio del ejercicio. También exige un esfuerzo de voluntad. Este esfuerzo, junto con otros muchos, ha sido suprimido por las costumbres modernas. A pesar de la agitación de la existencia, la falsa actividad de los deportes y el trasporte rápido, los grandes sistemas orgánicos, reguladores de nuestras funciones de adaptación, permanecen ociosos. En suma, el modo de vida creado  por la civilización científica ha vuelto inútiles un numero de mecanismos cuyas actividades nunca habían cesado durante los milenios de existencia de la raza humana.”(La incógnita del hombre, Cap. VI)

Parece extraño que el autor se refiera a la “falsa actividad de los deportes”. Lo explica enseguida cuando dice de  “nuestras funciones de adaptación”.

Los deportes de ciudad, en su mayoría, se practican dentro de gimnasios a los que no llega el viento ni la lluvia y la temperatura está artificialmente regulada. Y, muy importante, los individuos permanecen en una misma cota sobre el nivel del mar.

En el campo, en la montaña, todo eso entra en actividad  y echa a nadar nuestras funciones de adaptaciones. Entra en vigorosa actividad el hándicap necesario. Contra el frío,  el calor, la subjetividad de la noche.

En la vida real la gente va a la naturaleza con lo necesario para vivaquear.

Entrada al pueblo montañés de Cerezo, Pachuca, Hgo. México.
“Se llama hándicap a la resistencia impuesta por la naturaleza para una actividad, inercia errada que iguala las posibilidades, desventaja impuesta por el deterioro del uso, complemento que impone una carga ideal.”

Y respecto al proceso en el que entra nuestro organismo, pregunten a los alpinistas, cuando van de los tres mil a los cuatro mil, a los cinco mil de altitud o más. Nuestros glóbulos rojos y blancos entran en una actividad    que en términos de pocas horas están decidiendo no sólo el resultado de la ascensión sino de la vida misma del individuo.

La gente ajena al montañismo puede imaginar, esto de las cotas altas ( y su efecto sobre el organismo),   llevar sobre sus hombros una mochila de veinte kilos en la ciudad, y allá arriba, ese mismo peso, será de unos cuarenta kilos. Es sólo una idea para ilustrar el tema.

Todo esto está ausente en la cota fija  del gimnasio.

Las palabras de Carrel tienen la intención preventiva, para evita llegar, en lo posible, a la medicina correctiva, muy cara y, en ocasiones, inútil ya.

Esta voz de alerta ante hándicap, en realidad viene de siglos atrás.

Copleston, comentando al célebre personaje alemán  del siglo XV, conocido como Paracelso, que entre otras actividades fue profesor de medicina, dice que el médico debe ampliar su campo visual y considerar “al hombre como un todo, y no limitar su atención exclusivamente a los síntomas, causas y tratamiento físico.” (F. Coplestón, Historia de la filosofía, Cap. XVII)

El mundo del film, al que varios filósofos se refieren, Ortega y Gasset, Jean Wahl…es en relación a lo virtual del mismo. No a la actividad  cultural que es  ver  cine, sino a la cantidad de tiempo que se le dedica cuando se convierte en   patología.

Lo virtual requiere que se le dedique tiempo. Tiempo que se resta de actividades empíricas o reales, verdaderas, no virtuales de film.

Entretanto el sobrepeso, y los otros jinetes del Apocalipsis, empieza a subir, desde las patas del sofá en el que estamos viendo, los viernes, la película y comiendo “palomitas”.

 
A. Carrel

“El nombre de Alexis Carrel es universalmente conocido: en el campo de la ciencia, por sus estudios y sus realizaciones prácticas en el cultivo de los tejidos, su técnica de sutura con "tres hilos", la anastomosis de los vasos y trasplantes orgánicos, y la construcción de un corazón artificial; en el ámbito de la cultura general, Carrel resulta notable como escritor por su libro La incógnita del hombre, y en el mundo religioso, por su franca actitud de científico La fama de sus trabajos, investigaciones y conquistas alcanzó pronto una difusión tal que en 1912 se vieron coronados con el Premio Nobel de Fisiología y Cirugía fisiológica.” WIKIPEDIA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 





 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
                                                                                                                                                  





 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                                                                                  

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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