SÉNECA, ESCRIBIR


 

Pound no podía parar de escribir.

Pedía al cielo que le diera otra profesión porque en ésta maldita de escribir  uno se quiebra la cabeza, durante 24 horas, de tanto pensar.

Como al investigador científico le pagan por las horas que permanece en el laboratorio pero no por el trabajo, que hace fuera del trabajo, pensando en el trabajo.

Así el escritor  debe batallar, aun dormido, con las entradas, los tiempos, los verbos y los enunciados oracionales, los sujetos y los atributos….¡y con los personajes de su relato que con frecuencia reclaman libre albedrio, se van por otro lado o de planos se ponen en huelga pasiva, ni siquiera en huelga activa…

Henry Miller le escribía a su amiga, Anais, que le daba pavor dejar de escribir un solo día pues sentía que ese tiempo jamás podría recuperarlo.

Séneca, en efecto, recuerda que hay una cosa que jamás se recupera y es el tiempo. Llegado el momento nos damos cuenta que entregaríamos las riquezas, en caso de tenerlas, con tal de poder tener más tiempo y continuar  escribiendo.

H.Miller
Sólo en ese momento se tiene conciencia que, a donde todos tenemos que ir, no se lleva nada. El diamante de la corona de la reina de Inglaterra vale, en esa situación, igual, o menos, que un boleto del metro.

“Algunos carísimos varones-dice Séneca en Tratado filosóficos-reciben gajes de otros, y por ellos alquilan su trabajo, su cuidado y su diligencia, pero del tiempo no hay quien haga aprecio; usan de él pródigamente, como de cosa dada gratuitamente. Pon los ojos en lo que estos hacen y míralos cuando están enfermos y cuando se les acerca el peligro de la muerte, y temen el capital suplicio, y verás que dicen, tocando las rodillas de los médicos, que están dispuestos a dar toda su hacienda por conservar su vida.”

No tengo tiempo, decimos con harta frecuencia, sobre todo para las cosas sustantivas.

El ateo (alguno de ellos) no frecuenta,  no tiene tiempo, para cultivar la filosofía en qué sustentar con seriedad el pensamiento lógico.

Los católicos (no generalizamos, pero sí la inmensa mayoría) no tienen tiempo de frecuentar su iglesia. Sólo la conoce en el bautismo, en el casamiento, cuando viene el papa y cuando les administran los santos óleos.

El padre  anda tan ocupado en el trabajo que es un extraño para su familia con la que vive pero con la que no convive.

En el país el promedio de lectura de cultura individuo-año  es bajísimo porque no hay tiempo de dedicarle siquiera una hora cada día al placer-necesidad  de leer.

Entretanto el tiempo corre y un día, aunque yo esté muy, muy, ocupado, tendré que desocuparme:

“No hay quien pueda restituirte los años, y ninguno te restituirá  a ti mismo, la edad proseguirá el camino que comenzó, sin volver atrás ni detenerse; no hará ruido ni te advertirá de su velocidad; pasará con silencio, no se prorrogará  por mandato de los reyes ni por el favor del pueblo; correrá desde el primer día como se le ordenó; en ninguna parte tomará posada ni se detendrá. ¿Qué se seguirá de esto? Que mientras tú estás ocupado, huye aprisa la vida, llegando la muerte, para la cual, quieras o no quieras, es forzoso desocuparte.”


Santayana
También él tiene abierta la puerta
 día y noche a todos  los mortales
 
La vida tiene color, y calor, platicando con todos aunque sea de cosas tan baladíes, como el futbol, las telecomedias y la política partidaria. Son tan reales estas cosas como los cuentos de Scherezada, la de Las mil y una noche.

Pero los tiempos cambian para el escritor. Ahora la gente ya no quiere platicar, aunque sean tonterías. Es lamentable. Porque de lo que se tiene como baladí el que escribe encuentra cosas tan valiosas como un arrecife lleno de tesoros. La vida común, la del mercado, hace al escritor y al filósofo. Es la vida vivida. Lo demás son puras invenciones. Puro periodismo, dice Nietzsche. Puras paparruchadas, dicen en mi aldea del desierto chihuahuense:

“Un poema, si bien es un individuo, procede de la vida  y, por lo mismo, ya realizado, tiene que regresar a ella…Un poema puede considerarse desequilibrado si está demasiado alejado de la vida, o si está servilmente subordinado a ella.” (W. B. Yeats)

“La existencia es siempre su propia destrucción y su propia construcción. El ser existente  existe en los actos con que se constituye  en el presente  como quien tiene este  futuro y aquel pasado.” (Jean Wahl El camino del filósofo)

Oscar Wilde aconseja prestar mucha atención a las pláticas, aun las vulgares. Entre tanta cháchara puede brotar una idea que, trabajada por él, se convertirá en una novela o en un poema.

Pero ahora la gente  ya no platica  in situ. Está ocupada hablando por el celular con el tercero invisible y distante.

“Tú estás destinado a la  soledad, amigo mío” (Holderlin, Hiperión)

Es cuando Séneca dice que sí, sí hay con quien el escritor puede platicar. Son los que hace tiempo físico se salieron de este planeta y ahora viven en las islas afortunadas, donde ya no hay tiempo ni espacio ni celulares:

“Sólo aquellos, podemos decir, están detenidos en verdaderas ocupaciones, que se precian tener continuamente por amigos a Zenón, a Pitágoras, a Demócrito, a Aristóteles, a Teofrasto, y los demás varones eminentes en las buenas  ciencias. Ninguno de estos estará ocupado, ninguno dejará de enviar más dichos y más amador de sí, al que viniera a comunicarlos; ninguno de ellos consentirá que los que comunicaren salgan con las manos vacías. Abierta tienen la puerta día y noche a todos  los mortales.”

Séneca
“Lucio Anneo Séneca (Latín: Lucius Annæus Seneca), llamado Séneca el Joven (4 a. C. – 65) fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de carácter moralista. Hijo del orador Marco Anneo Séneca, fue Cuestor, Pretor y Senador del Imperio Romano durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, además de Ministro, tutor y consejero del emperador Nerón.”WIKIPEDIA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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