J.ORTEGA Y GASSET, DESCONOCIDA SOCIEDAD


 

Muchacha hermosa se acerca y me da un delicioso beso, o un rufián me asesta una puñalada por la espalda. Eso es la sociedad.

En realidad, dice Ortega, no sabemos qué es sociedad: “no tenemos ni la más remota sospecha.”

¿Es la idealizada reunión de personas positivas que viven en un lugar? ¿O es un lugar habitado nada más por alimañas?

De manera abstracta la gente de bien vivir, trabajadora y estudiosa, no vive, como se cree, por “rumbos”, barrios precaristas  o elegantes  fraccionamientos de la ciudad. Sucede lo mismo con los depredadores

¡Todos vivimos juntos y revueltos! A eso  Ortega llama disociedad.

En México a esto se le conoce como “sociedad muégano”. Muégano es un dulce redondo  pero se forma con granos individuales que se van agregando al conjunto.  Todos hacen uno pero cada quien su personalidad o su “granodidad”.

Semejante a la técnica de “pastillaje”, que se conoce  en arqueología, y usaban los mexicanos precristianos en alfarería. A una pieza base se la iban a agregando elementos adyacentes.

 Max Scheler observa, en su Ética, que “los valores a los que la sociedad se refiere  son los más divisibles y los menos comunicables de todos; ni tampoco pueden ser vividos  en común, pues sólo cada cual puede tener su interés y su sensación de conveniencia, por muchos que puedan  ser los que poseen iguales sensaciones  e iguales intereses. Esa igualdad no crea nunca  una solidaridad, sino a lo sumo una cooperación, basada en un contrato, de muchos para la realización de un fin.”

Al interior de los sindicatos la palabra solidaridad es pan de todos los días y retórica obligada de los dirigentes pero, lejos de eso, como dice Scheler, a lo sumo sólo puede haber cooperación para las acciones generales. En lo individual, escalar en el escalafón es  posible sólo en la medida que se compite y se vence al otro aspirante. Lo mismo sucede en la política partidaria. 

Schopenhauer lo dice de manera nada romántica: “¿Ves esos perros tan amigables? ¡Pues arrójales un hueso y verás cómo se destrozan entre sí!

En su Ética, cuarta parte, escolio II, Benito Spinoza, dice que “Si los hombres viviesen bajo el gobierno de la razón cada uno poseería el derecho que le pertenece sin perjuicio alguno ajeno. Pero como los hombres están sometidos a afecciones que exceden en mucho su potencia o la humana virtud son arrastrados en diversos sentidos y son contrarios unos de otros.”

¿DISOCIEDAD?
Humanos somos y ni en los altares los hombres están exentos de querellas. Se vio con respecto a una controversia que estalló en el siglo XVI entre teólogos dominicos y jesuitas. Lo relata F. Copleston en su Historia de la filosofía, Vol.2, Cap. XXI. (Copleston es de la Compañía de Jesús)

El punto de choque  era ¿cómo la gracia de Dios es eficaz en virtud del consentimiento libre de la voluntad del hombre?

La disputa se alargó en el tiempo y subió de tono. Finalmente el papa Clemente VIII ordenó formar una Congragación para discutir el tema. El resultado fue que ambas posiciones fueron permitidas pero:

“Al mismo tiempo se prohibió que lo jesuitas llamasen calvinistas a los dominicos y se dijo a estos que no llamasen pelagianos a los jesuitas.

 “Animal social” se le llama al hombre con la intención de ponerle una medalla en el pecho por su inclinación, o por su necesidad, de juntarse y hacer leyes de conducta.

También habría que darle  una medalla a los leones y a los cocodrilos pues es sabido que viven en  sociedad en sus respectivos grupos. Y tiene sus leyes naturales. El comportamiento para con sus crías deja al descubierto que, en alguna parte de su bestialidad, hay amor maternal, si puede hablarse así.

Si vamos a las distinciones el hombre tiene algo más que instinto bestial. Pero ese “algo más” no se puede garantizar que se manifieste en todos.

Algunos filósofos de la antigüedad griega, lo mismo que más acá Horacio, Montaigne y Spinoza, decían que los dioses se habían equivocado en darle al humano el poder de razonar. Este razonamiento lo usan, en cambio, para hacer triquiñuelas, contratos falsos, despojar al que tiene de sus pertenencias, o echarle la culpa al inocente etc.

Pero, como sea, el “otro”, el otro ciudadano, nos es necesario para moldear nuestra propia personalidad, descubriendo cómo somos o señalando nuestros errores y aciertos, no nuestro ser porque el hombre es como es y no puede cambiar aunque vaya con el brujo.

Con exactitud Jean Wahl dice en sus Introducción a la Filosofía: “ otras personas (nos sirven) para la constitución de la propia personalidad y lo que puede llamarse el carácter vocativo de esta relación,  se refieren a las relaciones entre las personas más bien que a la naturaleza misma de la personalidad.”

Por eso Ortega  dice: “He experimentado que el hombre es capaz de todo, de lo egregio y perfecto, pero también y no menos, de lo más depravado. Tengo la experiencia del hombre bondadoso, generoso, inteligente, pero, a su vera, tengo también la experiencia del ladrón de objetos y del ladrón de ideas, del asesino, del envidioso, del malvado, del imbécil….”

Ortega no es escéptico ni paranoico, en este punto es ecléctico, como quien dice, balanceado, cuando compara la relación social:

“es igualmente que una mujer bonita me dé un beso, ¡qué delicia! O que un transeúnte avieso me dé una puñalada.”

ORTEGA
“José Ortega y Gasset (Madrid, 9 de mayo de 1883 – ibídem, 18 de octubre de 1955) fue un filósofo y ensayista español, exponente principal de la teoría del perspectivismo y de la razón vital (raciovitalismo) e histórica, situado en el movimiento del Novecentismo.”WIKIPEDIA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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