El valor que tiene la literatura es
cuando se lee, dice Lewis, de otra manera la literatura no pasa de valor
potencial.
Como de niños vamos a la ciudad
sagrada de Teotihuacán. Subimos, bajamos y corremos. Pero su historia y sus
valores vitales nos son ajenos. Sólo vemos una arquitectura que tampoco sabemos
descifrar.
Sentimos la necesidad de encontrar la
manera de conocerla. La historia humana, la lectura ideográfica de sus paredes,
la arqueología y sobre todo la filosofía nos lo dirán.
Así con el anaquel lleno de libros
que tenemos en casa pero que no abordamos.
“Lo que necesitamos es un método que nos
aparte de la literatura potencial, abstracta, para situarnos en el centro mismo
de su actualización”, agrega Lewis en La experiencia de leer.
Tener libros en casa es una
fascinación difícil de explicar. Con todo el polvo que les cae todos los días,
ahí están. Resistiendo. Como aquella olla de miel con antigüedad de mil años
que se encontraron los arqueólogos en Egipto. La miel resistió todos los virus
patógenos que le llegaron en ese tiempo.
Yo tenía en casa una docena de libros
con obras de los grandes como Shakespeare, Platón, Copleston, Margaret Mitchell, Tolstoi, Séneca,
Ibsen, Santayana, Goethe, Cervantes, etc. No sabía pero en alguna parte había
escuchado que estos eran “los meros, meros”.
Pero en mi caso se trataba de una
ingeniosa obra de artesanía porque en realidad eran botellas de licor en
cubiertas de libros que no eran libros. Eso sí, de piel y con letras de oro.
Con el tiempo hice una cava y puse
las botellas en su lugar y substituí las falsas portadas por los libros reales.
Pero resultó lo mismo, tampoco los leía.
Sólo pensaba, cuando los veía de reojo:
¿Cuántas cosas pensaron y escribieron esos autores a través de los siglos? ¿Por
qué escribieron? ¿Para qué escribieron? ¿Para quiénes escribieron? Y las
preguntas seguían en los modos que hacen los periodistas cuando escriben sus
notas.
Me pareció que el precio de los libros, conforme los iba adquiriendo, era elevadísimo. Alguien me señaló que cualquier botella, de mi cava, costaba más que dos de aquellos libros. Fue cuando pensé que mi pueblo, tal vez en un noventa por ciento, no gasta en medicina preventiva para el cuerpo, sólo en la correctiva, que es mucho más cara. Así con la cultura.
Me pareció que el precio de los libros, conforme los iba adquiriendo, era elevadísimo. Alguien me señaló que cualquier botella, de mi cava, costaba más que dos de aquellos libros. Fue cuando pensé que mi pueblo, tal vez en un noventa por ciento, no gasta en medicina preventiva para el cuerpo, sólo en la correctiva, que es mucho más cara. Así con la cultura.
El Roto, Dibujo tomado del diario El País, España, 11 de junio de 2016 |
Los libros sólo estaban ahí. Como
cuando en la pared de la sala se tiene la cruz. Sólo es una imagen. Pero una
imagen que, como los libros en el estante, se niegan a desaparecer. Sólo
esperan…No tienen prisa.
¡Alguna vez se podrá ver más allá de
la imagen! Están en otra dimensión del tiempo, de ese tiempo mensurable que nosotros conocemos. ¡No tienen prisa! Si
esta generación no les hizo caso, tal vez la que viene o la que le sigue. ¡No
tienen prisa! Algunos están en las reservas de las bibliotecas, llenos de
agujeros de las polillas, pero ahí están.
Si leer fuera sólo una afectación
esnobista, para aparentar ser lo que no se es, ya sería ganancia. Se estaría en
la práctica del imitar, de hacer, de leer. Pero no leer ni siquiera llega al esnobismo.
No leer de cultura tiene
repercusiones catastróficas nacionales, semejantes o peores, como el hecho de no querer vacunarse
contra la influenza estacional.
Basta con asomarse por la
ventana para ver que un pueblo que no cuenta con vacunas culturales es un
pueblo enfermo que, por lo tanto, no está en condiciones de sostener a su
Estado en condiciones terapéuticas.
Por interese propio de la nación, para
la edificación, o en su caso contrario, para su ruina, H. Bergson anota: “El
que conoce a fondo su lengua y la literatura de un pueblo no pude ser
completamente su enemigo.” (Las dos
fuentes de la moral y de la religión)
Santayana escribiendo y leyendo Dibujo tomado del diario El País de España |
Mucho del conflicto humano, tanto
entre los individuos como entre los grupos o naciones, nos dice Leibniz (siglo
diecisiete) en su obra El entendimiento
humano, está en el desconocimiento de la literatura:
“La mayor parte de las sectas de la filosofía
y de la religión las han introducido para sostener una opinión extraña o para
ocultar algún lado débil de sus sistemas…Si examinásemos más a fondo las
imperfecciones del lenguaje, la mayor parte de las disputas terminarían por sí
mismas, y el camino del conocimiento y quizá de la paz estaría más franco a los
hombres.”
Es cuando llegan las palabras
de Lewis: lo que necesitamos es un método que nos aparten de la literatura
potencial. Como potencial, es cierto, se puede dar la lectura, pero en tanto no se dé es
no-literatura. No existe.
A nivel general nadie ha encontrado
el método que haga que el pueblo todo, todo el pueblo (por qué alguien tendría
que quedar excluido), lleve a todas partes el libro y lo lea.
Como se lleva en la actualidad en la
mano el teléfono celular que, por ir viendo su mensaje, no sólo los conductores
de vehículos chocan sino hasta peatones que van leyendo el mensaje deben ser esquivados en la banqueta
porque no hacen caso por dónde caminan.
El binomio tecnología-mercadotecnia
encontró el modo, el método, que ese “milagro” sucediera. Llenó una necesidad
de la gente que es comunicarse, para lo sustantivo o para lo banal, pero
comunicarse.
Los libros también comunican los
sustantivo y lo banal, pero es otro modo que no le ha llegado al pueblo todo. Y los que saben de esas cosas de la pedagogía no han encontrado la clave para descifrar el misterio.
Individuos de todas las clases sociales llevan
su imprescindible, y muy útil, celular
en la mano, o a la mano. Así se trate
del país, pueblo o individuo de lo “más precarista”, hasta el indigente que
duerme en el parque, o el menesteroso que pide limosna y busca entre la basura,
todos lo llevan.
Ese es el método que busca Lewis para
la lectura cuando reitera: “Los libros que están en un anaquel sólo son
literatura potencial.”
Entre tanto se encuentra ese
“milagro”, ese método, los libros esperan…
“Clive Staples Lewis /klaiv steɪplz 'lu:ɪs/ (Belfast, Irlanda del Norte, 29 de noviembre de 1898-Oxford, Inglaterra, 22 de noviembre de 1963), popularmente conocido como C. S. Lewis, y llamado Jack por sus amigos, fue un medievalista, apologista cristiano, crítico literario, novelista, académico, locutor de radio y ensayista británico, reconocido por sus novelas de ficción, especialmente por las Cartas del diablo a su sobrino, Las crónicas de Narnia y la Trilogía cósmica, y también por sus ensayos apologéticos (mayormente en forma de libro) como Mero Cristianismo, Milagros y El problema del dolor, entre otros” WIKIPEDIA.
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