M.G.MORENTE, NOS GUSTABAN LAS UTOPÍAS


 

El hombre escribe utopías en sus momentos de entusiasmo.

Sabe que las cosas no son buenas ni son malas, sólo son cosas.

No hay castillos tenebrosos, no hay barrios malos de la ciudad, no hay ciudad perversa como Sodoma ni ciudad santa como la piensa San Agustín.

“Lo único que  verdaderamente puede ser bueno o malo es la voluntad humana”, dice Manuel García Morente en su  obra Lecciones preliminares de filosofía. Y agrega que sólo hay “Una voluntad buena o una voluntad mala.”

Algunos tenemos nuestra utopía. Cuando arrojamos una moneda a la fuente, por ejemplo. Pero lo más común son las utopías en la perspectiva de cómo debería marchar el mundo, es decir, la gente, del país o el planeta entero.

 Aquí algunos políticos tienen mucha imaginación.  Si dejaran el mundo como lo encontraron ya sería una ganancia para el pueblo. No pudieron cumplir su utopía que pregonaban cuando buscaban el voto.

Jasper: “Caemos constantemente en deslices y confusiones. Justo cuando nos sentimos seguros incurrimos en el error.”

Normalmente una utopía es un imperativo categórico (como una orden) para que otros la realicen, él no.

“Poco le importa lo que dice el término medio y la multitud, y los que han resbalado y las instituciones corrompidas; pero tampoco esto le es indiferente. Jasper.

El pensamiento laico es tal vez el que más piensa en cosas ideales. Por ejemplo, la Constitución política de un Estado. Sus 200 y tantos artículos, con 800 reformas “para adecuarlas a los nuevos tiempos”, en medio siglo de haberse promulgado tan valioso documento, viene a quedar en la pura utopía no cumplida. En un pantalón de  indigente con parches mal pegados por todas partes. Se le menciona en los aniversarios y demás pero sólo el cielo sabe a qué documentos se estén refiriendo.

Sucede también en el terreno moral, con la Biblia. Es decir, en lo que toca para la Biblia del pensamiento occidental.

Son libros bellos... La Biblia también tiene sus 800 “adecuaciones para los nuevos tiempos”, además  otras 200 interpretaciones.

Jasper, por ejemplo, concibe  al Circunvalente (como él llama a Dios), de ninguna manera. Cada persona puede imaginarlo como mejor pueda y con los atributos que quiera reconocerle. El camino más corto del nihilismo para llegar al solipsismo.

Dice que nadie lo puede ver y cualquier avatar que se haga para invocarlo es una superchería. En contra tesis, Whitehead asegura que divinidad que no se representa no existe.

Jasper insiste que  nadie lo puede ver, sin atender  que son dos modos de mostrarse. El fenómeno de la ciencia especulativa. Buscarlo desde la fenomenología es lo que tradicionalmente se pretende

La razón práctica, en Kant, en cambio, es la  que se acerca  a lo trascendente. “Kant resucita este apelativo y al resucitarlo y aplicar a la conciencia moral el nombre de Razón práctica, lo hace precisamente para mostrar, para hacer patente y manifiesto que en la conciencia moral actúa algo que, sin ser la razón especulativa, se asemeja a la razón.”

En el Antiguo Testamento, y en el Nuevo, todos  ven al Circunvalente. No sólo eso, platican con Él, se inconforman los humanos ante su presencia, y hasta comen con Él. Por cierto  que al Circunvalente, no hay que olvidar, le gusta el olor a grasa quemada de oveja.

“Estuve con ustedes todo este tiempo y ¿todavía no me conocen?”

El Circunvalente quiere estar con los humanos, tiende puentes para comunicarse. Sobre todo se manifiesta con su modo muy propio que es a través de situaciones. Tarea difícil ha de encontrar con el humano que dice sí cuando debiera decir no y viceversa.

Es un humano muy respondón pues no se detiene y dice al Circunvalente “Tú también cambias de opinión”.

Morente: “¿Por qué  el hombre es el único ser, del cual puede, en rigor, predicarse la bondad o maldad moral? Pues lo es porque el hombre verifica actos y en la verificación de esos actos el hombre hace algo, estatuye una acción; y en esa acción podemos distinguir dos elementos: lo que el hombre hace  efectivamente y lo que quiere hacer. Hecha esta distinción entre lo que hace  y lo que quiere hacer, advertimos inmediatamente que los predicados bueno, malo, los predicados morales, no corresponden tampoco a lo que efectivamente el hombre hace, sino estrictamente a lo que quiere hacer.”

Dibujo tomado del diario El País
4/1/2017
Es un hecho histórico que en los lugares en los que se rechaza la moral tarde o temprano el mundo termina oliendo a drenaje.

Sobre el Circunvalente, al que se le quiere ver de carne y hueso (sería atentar contra nuestra libertad de decisión pues nos iríamos detrás de Él como robots) todo se manifiesta con su modo muy propio que es a través de situaciones.

Probablemente el más grande puente que el Circunvalente tendió hacia los humanos, en la antigüedad precristiana, fue ese agradable olor a grasa quemada de carnero. En las tablas proclamó Yo Soy pero a la vista del asado dijo ¡Aquí estoy! Seguro que está en los millones de puntos siderales pero, ¡también aquí!

Kierkegaard hacía todos los días reflexión de su vida y la sometía a Dios. Jasper dice que Kierkegaard “a través de lo hecho por él y a través de lo que le sucedía en el mundo oía a Dios.”

Morente termina esta parte de su pensamiento recordando que desde los Presocráticos, luego Aristóteles, san Pablo y san Agustín, vienen diciendo: “Muchas veces acontece que el hombre hace lo que no quiere hacer; o el hombre no hace lo que quiere hacer.”

Todo revuelto porque no sabe hasta entonces que se está inconsciente, dormido. Jasper:

 “Únicamente despierta el hombre cuando distingue el bien y el mal. El hombre llega a ser él mismo cuando en su acción ha decidido a donde quiere ir.”

En algún momento hay una zona de indecisión, entre la inclinación y el deber, hasta que finalmente se decide el rumbo “ya esta falta de decisión es mala” dice Jasper porque el individuo se encuentra en el centro de una bruma de intereses inmediatos y de valores esenciales.

Algunos sueñan con ser Al Capone y terminan como santos y, otros, viceversa.

Muchas ocasiones, en la historia el hombre,  éste pensó utopías y se puso a escribirlas con la mejor intención para todos. Pero en la práctica alguna veces se fue en sentido contrario a lo que escribió.

Con lo que todo volvió a quedar en utopías.

Morente
“Manuel García Morente (Arjonilla, Jaén, 22 de abril de 1886 – Madrid, 7 de diciembre de 1942) fue un filósofo español y, converso católico, en sus últimos años de vida fue sacerdote. Fue un gran divulgador, traductor de obras del pensamiento europeo, filósofo de cuño original, y gracias a su magisterio oral y escrito se iniciaron en la filosofía, y aún hoy día lo siguen haciendo, multitud de promociones universitarias….En 1912 obtiene la cátedra de Ética de la Universidad de Madrid. Su pensamiento oscila en este momento entre el kantismo —tesis doctoral sobre La estética de Kant (1912); monografía sobre La filosofía de Kant, Una introducción a la filosofía (1917); traducciones de la Crítica del juicio (1914), de la Crítica de la razón práctica (1918) y de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1921) kantianas— y el bergsonismo —La filosofía de Bergson (1917)—. Durante los años veinte inciden sobre su mente el biologismo histórico de Spengler (tradujo la famosa Decadencia de Occidente del citado filósofo de la historia alemán), Rickert, Simmel, y la axiología, merced a la incorporación que se hizo de la obra de Scheler y Hartmann a través de la Revista de Occidente. En las postrimerías de este decenio termina las traducciones de las Investigaciones lógicas de Husserl (1929), junto con José Gaos, y del Origen del conocimiento moral de Brentano: el método fenomenológico será utilizado en adelante con singular destreza en su indagación filosófica.” WIKIPEDIA

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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