PETRARCA EL, CASI, DESCONOCIDO


 

“Resulta irónico que perdure el prejuicio de que leer a los antiguos es entretenimiento anticuado y nada rentable”, escribió Carlos García Gual, en El País, en octubre del 2016.

Seis siglos antes Petrarca coincidía con García en cuanto conocer a los antiguos.

Con los pies en el humanismo, este pensador italiano resiste al escolasticismo (“método y  sistema que creció del compendio académico de las escuelas”) volviéndose hacia los filósofos de la antigüedad. Piensa sobre todo en Cicerón, Séneca,  Agustín y Montaigne.

Parece referirse al aporte filosófico griego de manera adyacente pero acabará buscando con avidez a Platón y a Aristóteles.

Estudiando a sus autores latinos favoritos se encontraba, una y otra vez, referencias a los griegos de la antigüedad y acabó volteando los ojos hacia ellos.

“Como muchos humanistas posteriores-escribe Paul Kristeller en Los ocho filósofos del renacimiento italiano-Petrarca ignoró todo lo que la civilización romana debía a la griega, pero no pudo dejar de notar las numerosas referencias a fuentes griegas que ocurrían en los escritos de sus autores romanos favoritos.”

Petrarca es un pensador antiguo y moderno y esto quiere decir universal. Estudia a los “paganos” y busca tender una “tirolesa” con el cristianismo.

Se atreve,  desde su siglo catorce, mirar hacia la cultura centenaria antes de Cristo. Y se adelanta a su posteridad como si intuyera el abismo que en los siglos posteriores se insistiera en abrir entre lo religioso y el pensamiento secular.

“Los traductores medievales latinos del griego se dedicaban a la teología, a las ciencias y a la filosofía aristotélica. Cuando sugiere traducir a Homero, Petrarca abre el camino del interés humanista hacia la poesía y la literatura  clásicas griegas.”

En su obra el Triunfo de la fama, Petrarca se refiere a los pensadores célebres

“Volvíme a la izquierda y vi a Platón, que de ese grupo fue el que llegó más cerca de la meta alcanzada por aquellos a los que el cielo concede esto.”

Kristeller: “Platón es el príncipe de la filosofía, dice Petrarca en su tratado sobre la ignorancia, y  Platón es alabado por los más grandes hombres, en tanto que Aristóteles es alabado solamente por un número mayor de hombres.”

Petrarca no es de los que desvirtúa a uno para elevar a otro. Para él Platón y Aristóteles tiene sus campos de originalidad

“Fue Petrarca el profeta del aristotelismo renacentista, como también lo fue del platonismo renacentista.”

Luego de hurgar, estudiar y embelesarse de la cultura griega y latina, con Cicerón y Séneca, decidido se lanza al agua y cruza el río para manifestar, cuando llega a la otra orilla, que lo primordial para él es el cristianismo

“Mejor amar a Dios que conocerlo” dice Petrarca.

“Es más seguro cultivar una voluntad buen y piadosa que un intelecto capaz y claro. El objeto de la voluntad es la bondad, el objeto del intelecto, la verdad. Es mejor querer el bien, que conocer la verdad.”

Petrarca, que también lee con avidez a Montaigne, es escritor prolífico con temas como la soledad, la necesidad de leer, etc. Kristeller dice de él

“Petrarca era, al mismo tiempo medieval y moderno, y como una vez lo declaró, miraba hacia atrás y hacia adelante simultáneamente, como si estuviera colocado en la frontera de dos países.”

Cierto que no se puede amar lo que no se conoce más lo suyo este día es amarlo. O lo conoce mediante el amor.

“Cuando ocurre el pensar o el hablar de religión, es decir, de la verdad más alta, de felicidad verdadera y salvación eterna, no soy por cierto un ciceroniano o un platonista, sino un cristiano.”

Es muy conocido el simbolismo que Petrarca proyecta con motivo de su famosa ascensión al Monte Ventoux. El hombre se maravilla de lo que ve desde la cima, dice, el cielo,  el paisaje  pero, se olvida de sí mismo.

Es un humanismo que baja al hombre del cielo a la tierra. Pero no busca hacerlo un guerrillero contra el cielo, sólo que pise con cuidado y firmeza la tierra por la que camina.

Pisar con cuidado significa para Petrarca, entre otras cosas, apartarse lo más posible del ruido de la ciudad, aun sin salir de la ciudad, para dialogar con los libros
“Lejos de las ciudades, de su ruido y turbulencia, para vivir sin disturbios, con libertad para leer y meditar.”

 Como los alpinistas   no buscan la cumbre. Podrían llegar a la cumbre en helicóptero. Buscan la plenitud del ejercicio.

No pierde de vista, nunca, el modo de vida de Séneca, Cicerón  Agustín y Montaigne. Sabe que la cultura es una meta valiosa, nunca alcanzada a satisfacción y que, sin embargo, se le alcanza en tanto se le busca.

La búsqueda de lo espiritual, desde la fenomenología, ha puesto en la frontera a hombres y mujeres de letras de todos los tiempos, según escribe Jean Wahl en su obra Introducción ala filosofía

"Con su aproximación a la idea de Dios han cobrado a veces los problemas de la filosofía una profundidad que parece no habría tenido de otra manera; y el pensamiento humano ha madurado en medio de este ambiente teológico, a veces por medio de él, a veces en contra de él:"

Y en su afán de conocer a los filosofos griegos del tiempo de Platón, y luego su asentamiento en el cristianismo, Petrarca se acercaría en mucho a lo que Wahl escribiría a  continuación

"No obstante, hay que toma todos estos problemas en sí mismo y examinarlos pieza por pieza antes de ponerlos en relación con lo Perfecto, lo Infinito, lo Uno, lo Absoluto y lo trascendent







Petrarca


"Francesco Petrarca (Arezzo, 20 de julio de 1304-Arquà Petrarca, Padua, 19 de julio de 1374) fue un lírico y humanista italiano, cuya poesía dio lugar a una corriente literaria que influyó en autores como Garcilaso de la Vega (en España), William Shakespeare y Edmund Spenser (en Inglaterra), bajo el sobrenombre genérico de Petrarquismo. Tan influyente como las nuevas formas y temas que trajo a la poesía, fue su concepción humanista, con la que intentó armonizar el legado grecolatino con las ideas del cristianismo. " WIKIPEDIA

 

 

 

 

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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