MATTHEWS, DESTINOS PROGRAMADOS


 

                                       “Nada es plenamente casual” Schopenhauer

Mattehews hace referencias interesantes de la manera cómo nuestro destino, es decir, nuestra vida, ya estaría escrita y lo que hacemos es sólo desarrollar lo diseñado.

Como un libro salido de las prensas de la imprenta y al que sólo resta ir dándole lectura, así, hasta la última página.

Esto parece ser cierto en teología pero no en filosofía. Allá el devoto dice “hágase tu voluntad y no la mía”. En filosofía en cambio el individuo   defiende el derecho a decidir su vida.

Pero ser, ser libre para decidir, en teología, como en filosofía, es una realidad. En ambo campos  hay libertad de decisión.

En teología es una libertad concedida, desde “arriba”, por decirlo de alguna manera, desde la creación, desde la fe.

En filosofía, en cambio, él busca ser, actuar en libertad, desde abajo, desde la tierra, desde la evolución, desde el laicismo.

En teología es el noúmeno que tiene el inmenso privilegio (ni siquiera los ángeles lo tienen, dice Plotino) de también  ser mortal.

En filosofía es el leñador que va en busca de la Tierra de Oz. Quizá no sea una exageración si decimos que el Hombre de Hojalata es la versión moderna de San Agustín. Buscando, siempre esperando encontrar su Ciudad.

Y para ambos, creyente y laico,  sirve la metáfora del niño cuando da los primeros cinco pasos de su vida. La madre (la madre Iglesia o la madre Filosofía) va detrás de él. A dos pasos del creyente cuidando que no caiga. Si cae se apresura a levantarlo. Del laico es igual, sólo que en lugar de dos pasos, va  tal vez a  diez pasos de distancia.

Dibujo tomado del libro
La psiquiatría en la vida diaria
de Fritz Redlich,1968
Pero se encuentre en el lado del espejo en que se encuentre Alicia, es necesario tener escepticismo y a la vez saber soñar, tener el don de la perplejidad filosófica. Tener imaginación, como un novelista de género policiaco...

 Laico y escéptico porque el escepticismo es uno de los componentes  del pensar filosófico. Pregúntenles sino a San Agustín y a Santo Tomás de Aquino.

(Para no revolver las cosas es oportuno recordar la diferencia sustancial entre laico y ateo)

Y soñar porque sin  la imaginación no se va más allá de la biología mecánica. Soñar desde la realidad. Matthews dice: “Bien, no creo que todo sea un sueño, porque en un sueño la gente no andaría preguntando si era un  sueño.”

Gareth B. Matthews, El niño y la filosofía, Fondo de Cultura Económica, México.

Antes teólogos y filósofos se metían en situaciones por demás complejas para cerciorarse de que existimos, de que no soñamos. Pienso, luego existo, siento dolor, luego existo, la no-existencia quiere decir que existo, etc. Sueño que alguien  diseñó mi vida o yo soy el que traza mi ruta.

Schopenhauer, tal vez el más grande de los laicos, una mañana estaba sentado en el sillón de la sala de su casa, pidió su almuerzo y cuando le llevaron la fuente ya había muerto, tranquilo, sentado, sin más. Schopenhauer además de su filosofía, había escrito la historia de su vida.

La magia, la imaginación, es diferente. Alguien, quien sabe desde dónde, escribe la historia de nuestra vida. Hagamos memoria.

Hace tiempo, cuando las películas eran en blanco y negro, Hollywood hizo una película, Los misterios del oriente, de un matrimonio que va de turismo a la India. Por mera curiosidad el hombre consulta su destino en uno de tantos charlatanes que proliferan en el mercado de esa ciudad.

El supuesto vidente le pronostica que va a morir  decapitado. El hombre norteamericano se ríe al tiempo que arroja una moneda al canasto del charlatán.

En los días siguientes, en su estancia en la India, una banda de maleantes sigue al matrimonio en una espectacular carrera de automóviles. En una vuelta del camino el carro de los norteamericanos pierde el equilibrio, voltea y el hombre, efectivamente muere como se lo había dicho el hombre del mercado, dando vueltas en el aire  una rueda del automóvil…

Es el juego de la imaginación. ¿Ya estaba escrito lo del automóvil?¿Ya estaba  escrito que Sofía Behrs revisara siete veces el manuscrito de La guerra y la paz de  su marido Tolstoi?(pocos leen La guerra y la paz pero leerla críticamente siete veces…)¿Ya estaba escrito la manera cómo moriría el autor de Parerga y Paralipómena?

Schopenhauer también se queda con un pie en el terreno de la causalidad, de la fenomenología, y con el otro en el espacio nouménico.

Para el primero apunta: “ nadie pretende hacer pasar el presagio por un milagro, sino que el augurio nace precisamente  porque la cadena de causas y efectos que se remontan hasta el infinito, con la estricta necesidad y la inmemorial predestinación que le son propias, ha fijado de manera irrevocable la aparición de ese acontecimiento en ese crucial instante.”

En una familia-dicen los ingenuos platónicos-y contra todo contexto social, se da un hijo que va a leer toda su vida y de tiempo completo, bien se puede decir que alguien, allá en las estrellas, movió los dados para que esto sucediera:

Matthews: “Hay cierta inocencia e ingenuidad en muchas, quizá en la mayoría de las cuestiones filosóficas. Esto es algo que los adultos, incluso los estudiantes universitarios, tienen que cultivar cuando toman su primer libro de filosofía, pero es algo natural en los niños.”

Cuando a los niños, por supuesto,  no se les  considera  primitivos preintelectuales. Cuando se les deja que investiguen si la cosa tiene, además, forma.

 “Algunas personas son inmunes-dice Matthews-a la perplejidad filosófica.”

Schopenhauer no se toma tan a la ligera esto de la predestinación, como la del charlatán del mercado. No creemos porque la astrología ha perdido seriedad debido a la creciente demanda de la gente que acude para que le digan lo que quiere oír...

Sólo regresará uno, dijo alguien cuando el Pequod zarpó en busca de su ballena blanca. Ese alguien tenía la necesaria intuición, el suficiente “olfato” para percibir el ambiente malsano de aquel buque ballenero dada la personalidad morbosa del capitán Ahab.

 En una familia en la que no se leen libros de cultura-dice el pensamiento racional-no se necesita mucha perspicacia para saber que los hijos tampoco leerán libros de cultura.

 Encauzarán ahí  a los hijos hacia las cuestiones útiles de la vida, hacia la psicología empírica, lejos de la imaginación libre de los niños. La cosa es la cosa y no hay más, se le dice al niño castrándolo intelectualmente mucho antes que él, por sí, decida si, efectivamente, no hay más que la cosa.

Nietzsche dice que sólo hay la materialidad y no hay que andar buscando debajo de las piedras. Ese imperativo está bien para él. Pero dejemos al niño que haga su propia investigación.

Matthews: “Los adultos desalientan a  los niños para que no hagan preguntas filosóficas, primero tratándolos con aire de superioridad y después dirigiendo sus mentes inquisitivas hacia investigaciones  más “´útiles”. La mayoría de los adultos no se sienten interesados en las cuestiones filosofías, y pueden sentirse amenazados por algunas de ellas.”

El otro pie Schopenhauer lo planta en la consideración de dos clases de fatalismos, el primero que puede ser explicado y el otro, que da la impresión que se sale de las manos:

“el fatalismo demostrable sí puede ser complementado, o, más bien, superado, por un fatalismo trascedente que considera que la necesidad con la que todo acontece no es ciega, sino que la vida de los individuos está planificada por un poder secreto que se remonta al ser en sí de las cosas.”

No se crea que Schopenhauer está hablando de Dios. Se refiere “al ser en sí de las cosas”.

Donde no se leen libros pues no se van a leer libros. Pero, ¿qué pasa cuando alguien lee libros donde no se leen libros?

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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