EL CONDUCTIMETRO DE SCHOPENHAUER





En torno a la filosofía
Schopenhauer
Editorial Porrúa-Serie Sepan cuantos…Núm. 455, México
2009

Las acciones pequeñas descubren la naturaleza innata del individuo: “Quien es injusto o traidor en cosas pequeñas lo será también en las cosas grandes.”Como el arquitecto que hace su maqueta escala 1:1000, pequeñita, será el edificio enorme. Así es el humano respecto de la conducta.

Si alguien ve que a otro se le cayó inadvertidamente una moneda de cinco pesos, se la devuelve, como igual le devolverá si el billete es de mil pesos. Aunque se burlen de él por su incomprensible conducta, en apariencia nada razonable, él no puede actuar de otra manera porque no está actuando bajo normas de raciocinio o bajo conductas morales, sino según su molde innato. Esto se observaba ya en los tiempos de los grandes imperios de la antigüedad, mucho antes que el cristianismo apareciera.

El individuo arroja un pedazo de papel en la calle, envoltura del dulce que compró o la servilleta de papel con la que se sonó la nariz, sin apenas darse cuenta. Ese mismo tirará la abundante basura de su casa en el boulevard o camellón de la calle, sin importarle que el ambiente se contamine de bacterias de la materia que entra en descomposición. O sacará a su perro a pasear por las calles y uno recogerá las heces del animal y el otro ni volteará siquiera.

El ejemplo de la basura puede extrapolarse a otras áreas en las que el individuo se desenvuelve. Lo mismo creen Cuvier y Séneca, insiste Schopenhauer, que por lo chico se saca lo grande:”Se aplica porque la bondad moral no surge de la reflexión, sino de la voluntad misma, innata, incapaz de mejorar por la cultura.”

Añade: “El botánico reconoce por una hoja la planta, y Cuvier reconstruía  con un hueso todo el animal. Así se reconstruye por una acción determinada y característica  todo un carácter aun cuando esa acción se refiera a una pequeñez, y en este caso mejor, porque en casos importantes obra la gente conscientemente, y en pequeñeces y en bagatelas siguen inconscientemente su naturaleza. Por eso es tan verdad la afirmación de Séneca: Es licito sacar argumentos sobre las costumbre aun de los más pequeños indicios.”

Advierte Schopenhauer, para estar en guardia, respecto de las personas con las que tenemos trato cercano. Desconfiamos de los extraños, pero bajamos la guardia de los conocidos. El hecho que en la juventud se tengan muchos amigos y en la vejez tan pocos, es señal que se tardó mucho tiempo para ir descubriendo nuestras respectivas naturalezas.

Por eso Schopenhauer urge a que saquemos nuestro escalímetro de la conducta, en la  escala 1:1000, no sólo para medir  las acciones de los otros sino también, y de preferencia, hacer conscientes las nuestras. Después de todo nadie es tan buen actor como para engañarse a sí mismo.

Porque además nadie puede observar la conducta de los demás como si se encontrara cómodamente instalado en el cielo de la pureza: “ Según el mismo principio, hay que romper en seguida con un supuesto buen amigo, al advertir en bagatelas un carácter miserable, malvado o malo para evitar mayores desengaños.”



























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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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