Schopenhauer y la patología llamada lujo




En torno a la filosofía
Arturo Schopenhauer
Editorial Porrúa, México, Serie Sepan Cuantos…Núm.455, 2009



"Arthur Schopenhauer (Danzig, 22 de febrero de 1788Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta. En su obra tardía, a partir de 1836, presenta su filosofía en abierta polémica contra los desarrollos metafísicos postkantianos de sus contemporáneos, y especialmente contra Hegel, lo que contribuyó en no escasa medida a la consideración de su pensamiento como una filosofía «antihegeliana."





El medio más eficaz, para aliviar la humana miseria sería ir disminuyendo el lujo, hasta llegar a su supresión.” 

Las revolucione sociales enseñan cómo, desde la miseria, apoderarse  del lujo y hacer a un lado a los lujosos. Pero también enseñan que, los otrora revolucionarios, se quedan en el lugar de los lujosos.

En este mundo tan argumentador, ¿cuál  sería la señal que se ha suprimido el lujo?  Cuando ya no haya esclavos ni proletarios. Las revoluciones campesinas y proletarias no tiene otro fin que apoderarse de ese lujo y quedar instalados en el lugar de los ahora ex lujosos. Pero los esclavos y los proletarios siguen pululando por las calles. Schopenhauer no se refiere a ese juego histórico. El espíritu de este trabajo de Schopenhauer, sobre el lujo, es una revolución ética, moral y cultural, no de pólvora. De pólvora el planeta ya ha tenido demasiado.

 Se trata de comprar libros, no pistolas. Es probable que esto no sea la panacea pero, escribió Frederick. C. Copleston: “Tal vez esto no logre la paz y la armonía en el mundo pero puede contribuir  al entendimiento mutuo.” (Filosofías y culturas, Fondo de Cultura Económica, México,1984)

El lujo de unos pocos es una patología que enferma a la sociedad, que sería mejor decir, en estos tiempos de la mundialización, a la humanidad. Ya hay suficiente historia por todos lados, para saber y demostrar que frente a la demagogia hay que andarse con cuidado.

 Mandatarios de una nación sin nombre, secretarios de estado, diputados, senadores  y hasta  presidentes municipales,  de un apartado  pueblito, o  titular  de una delegación política de una ciudad, cuando se van dejan una deuda institucional tan escandalosa como inexplicable e impagable  y que el pueblo, quiera que no, tendrá que pagar.

 O al menos abonar durante toda su vida y heredar la deuda a las generaciones que le sigan.

Esclavos  que después se volvieron esclavistas, ex proletarios que luego fueron implacables contra los obreros o convencidos democráticos que más adelante, después de una terrible y devastadora lucha, se eternizaron en el poder  hasta que otros democráticos los echaron a su vez  por la fuerza del poder.

No es este el enfoque que Schopenhauer le da al origen de la pobreza de los pueblos. Por eso alerta contra la demagogia, que él llama astucia. El origen del mal, de la enfermedad, del pecado o  la etiqueta que se le quiera poner, es el lujo.

 Más allá de la sobriedad, que no es otra cosa que la satisfacción de las necesidades naturales, de alimentación, vivienda, vestido y esparcimiento, empieza el lujo.

Tal vez la palabra pobreza ya no nos diga nada, de tanto que se ha pronunciado. La ciencia médica lo explica de otra manera: el cerebro de un niño mal alimentado, que no logra desarrollarse del todo, y que, más grande, necesitará   que se le repita treinta veces algo para poder memorizarlo. ¡Qué futro espera a un pueblo así?

Asimismo, la ciencia médica siempre ha considerado a la tuberculosis  como la enfermedad del hambre.

Veremos enseguida cómo Schopenhauer explica la esclavitud que, tiene un sinónimo muy conocido, con la palabra de proletariado. Pero mientras que al esclavo se le somete por la fuerza, al proletario se le explota por la astucia:

“Para que un corto número de personas  puedan gozar de lo inútil, lo superfluo, y satisfacer artificiales urgencias, debe gastarse a tal fin una formidable parte de las energías humanas, hurtadas  a la producción de lo que  es necesario, indispensable.
"En vez  de construir cabañas para ellos, esos millares de gentes edifican para unos pocos. En lugar de tejer burdas telas  con que cubrir sus cuerpos, laboran finísimos lienzos, sedas y encajes  para los ricos y confeccionan  innumerables objetos  de lujo para el placer de estos…
"La producción de estas superfluidades redunda, pues, en daño de esos millones  de esclavos negros arrancados violentamente de su patria  para laborar con su sudor  y su martirio esos frutos de deleite. Asimismo una gran parte de las energías de la raza humana desviase de la producción de lo que es necesario al conjunto, para procurar a una minoría  aquello que es en absoluto superfluo e inútil.
" Mientras el lujo exista, habrá por consiguiente  exceso de trabajo y de infortunio, ya se denomine a esta vida miserable pobreza o esclavitud. Se trate de proletarios  o de siervos. La diferencia fundamental entre ambos es que cabe imputar  a la violencia el origen  de los esclavos, mientras que el inicio de los pobres  debe derivarse de la astucia…
"El medio más eficaz para eliminar la humana miseria sería, pues, ir disminuyendo el lujo, hasta llegar a su supresión.”( En torno a la filosofía, capítulo: Derecho)









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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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