Fichte y su forcejeo con la libertad





El destino del hombre
J. G. Fichte Editorial Porrúa, México, Serie Sepan Cuantos…Núm.641, año 2012
Libro Primero: DUDA


“Johann Gottlieb Fichte (Rammenau, 19 de mayo de 1762Berlín, 27 de enero de 1814) fue un filósofo alemán de gran importancia en la historia del pensamiento occidental. Como continuador de la filosofía crítica de Kant y precursor tanto de Schelling como de la filosofía del espíritu de Hegel, es considerado uno de los padres del llamado idealismo alemán.”

Fichte anuncia, se adelanta, quiere ser, el antropocéntrico Zaratustra nietzscheano. Dominar a la naturaleza. Ser el centro de la naturaleza. El conquistador de la montaña:” Quiero ser el señor de la naturaleza, y que ella sea mi esclava: quiero tener sobre ella un influjo adecuado a mis fuerzas, pero que ella no tenga ninguno sobre mí.”

Pero con toda claridad y dolor se da cuenta que es hijo, un producto, de la naturaleza.
Algo así como una computadora queriendo ser libre y además domadora del inventor de la computadora. Un Zeus que quiere destruir a su padre Cronos. Sólo un  diestro jugador de pelota del inframundo que quiere destruir a los sabios dioses creadores del Popol Vuh.

El tema de la libertad en el individuo es de  lo que se ocupa la obra El destino del hombre, de J. G. Fichte. La escribió en el año 1800.En él diseña una imagen general de la vida humana. Se le acusó en un tiempo de ateísmo, en un lugar en el que predominaba el sentimiento místico.

 ¿Es libre el humano o es un robot de la causalidad? ¿No será que es él el que necesita conquistarse, en lugar de pensar conquistar a la montaña? Cuando descubre esto le llena de angustia y está al borde la neurosis: “ Que yo esté destinado a ser sabio y bueno o un necio y un malvado sin poder cambiar nada de mí destino, y sin merecer premio por lo primero ni castigo por lo segundo, es lo que en mí produce tal horror  y espanto.”

Se rebela:
J.G.Fichte

 “Esa fatalidad de mi ser  y ese destino mío que reside fuera de mí, y cuyas manifestaciones están determinadas, es lo que me repugna de tal modo….Yo quiero ser algo independiente, no algo en otra cosa  y por otra cosa, sino por mí mismo…Todo lo que soy, lo soy y seré  necesariamente, y es imposible que  pueda ser de otro modo.”

Más adelante veremos si Fichte  se refiere al Hado que reparte los caracteres de los humanos, para explicar estos determinismos, o se queda en un puro juego de fuerzas mecánicas de causa y efecto, efecto que se convierte en otra causa para ser otro efecto…

Por lo pronto se refiere a las leyes de la causalidad. El Matterhorn está ahí. Y es como es en la actualidad, por una serie de  acontecimientos geológicos que por ahora  no son  de otra manera que los que conocemos. Por algo (o por mucho) no es el Aconcagua ni en forma ni en lugar. Así en el humano. Una serie de acontecimientos biológicos hicieron que naciera así y no de otra especie, forma y manera. Ni siquiera en otro lugar.

La ingeniería genética, como las leyes de Mendelson, que admite los injertos para cubrir las exigencias del mercado, encauzará de manera abstracta la generación de humanos. Pero siempre la naturaleza seguirá su curso:”Las fuerzas en cuyas manifestaciones consiste mi personalidad, las fuerzas de crecimiento, de movimiento y de pensamiento, no son las fuerzas de la naturaleza en general, sino una determinada parte de las mismas. Y que son sólo una parte determinada lo prueba que fuera de mí hay otros seres.”

Una planta o un árbol crecerán en toda su libertad dentro del determinismo que le señala su diseño. Pero esta libertad se alterará  si se le modifica de manera artificial ya sea genéticamente o por algún medio mecánico. De ahí que los sistemas pedagógicos ayudarán a desarrollar positivamente al humano ese modelo natural en libertad, y no que lo modificaran según las necesidades del mercado.

Pero, puesto que las necesidades del mercado llevan y traen, y todo lo revuelven según sus intereses, no tendríamos por qué sorprendernos del caos que vemos por todas partes. Más  siendo el equilibrio tan insospechadamente precario como nos relata Fichte con su ejemplo del grano de arena:

 “ y no puedes mover de su sitio un solo grano de arena, sin que todas las demás partes de este inmenso todo, aunque tú no lo aprecies, se muevan a su vez…qué sabes tú si en aquella conmoción del universo, producida por el movimiento de un pequeño grano de arena, no habría perecido alguno de tus abuelos de hambre, de frío o de calor antes de haber engendrado el hijo del que tú procedes. Según esto, tú no existirías, y todo lo que en la actualidad haces o has hecho o harás en lo porvenir, no existiría sólo porque un grano de arena cambió de lugar.”

Si quiere ser filósofo no lo pueden enviar  (¡y lo hacen!) a topografía nada más porque se acaba de abrir la sección de topografía en la Facultad tal. O si quiere ser matemático no lo pueden mandar (¡y lo hacen!) que estudie actuación teatral.

Por eso Fichte recurre al más extraño contrasentido: Para poder ser, será necesario que lo dejen ser. Es decir, un determinismo en cuya realización, ad hoc, encuentra su plenitud. Siempre y cuando dejen de meter la  mano en ese destino pedagogos conductistas, “orientadores vocacionales” y necesidades del mercado:

“Yo quiero ser libre en la manera expuesta, a saber: yo quiero hacerme a mí mismo aquello que haya de ser. Para ello, debo en cierto modo, ser  ya, ser de ante mano lo que seré en lo futuro, serlo antes de serlo para poderlo ser.”

Como sea,  en eso de la libertad, lo que Fichte  quiere es ser positivo en la perspectiva del amor: “Quiero practicar siempre el bien: alegrarme cuando procedo justamente: entristecerme  si obro injustamente, y esta misma tristeza  debe serme dulce, pues es simpatía hacia mí mismo y prenda de un futuro perfeccionamiento. Sólo en el amor está la vida: sin él todo es muerte y destrucción.”

Por eso, sea  la causalidad, o la oferta del   mercado, lo llevan por otro lado diferente al que él quiere ir, se rebela una y otra vez y exclama: “¡yo quiero ser algo independiente, no algo en otra cosa y por otra cosa, sino por mí mismo!”






  










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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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