CICERÓN HABLA DE LA VEJEZ



De la vejez-M.T.Cicerón

Cicerón dice, en un diálogo entre Catón, Escipión y Lelio, que la vejez feliz debe empezar desde temprana edad: “Se establece por principio  que los fundamentos de una vejez suave y feliz se han de echar muy de antemano en la mocedad.”

Esto parece hablar a la familia, y a la sociedad, en la que nace ese individuo. ¿Quién en la plena  euforia y estallido de las emociones, y de las pulsiones, apenas entrando en la adolescencia, va a pensar en la vejez?

Como integrante que fue de las altas esferas del poder romano de su tiempo, Cicerón debió haber presenciado muchas veces el desgarrador cuadro de madres abatidas por el dolor, suplicando por la vida de su hijo sentenciado a muerte por transgredir de alguna u otra manera las leyes.

Clamaban por la suerte de su hijo malhechor cuando debieron preocuparse de su conducta desde cuando eran niños.

La vejez se construye, dice Cicerón, como todas las cosas de esta vida que están sujetas a la causalidad. Somos hoy lo que fuimos ayer y mañana seremos lo que somos hoy. Como la ladera de un río donde el agua que pasa sin cesar va dejando sus marcas. Es un mañana que viene desde ayer. Un encadenamiento, o fatalismo, para bien o para mal, que empezamos desde nuestra niñez.

La vejez no es como se cree, un fenómeno en sí, algo que “de pronto apareció”,  sino algo que se viene dando desde que nacimos. De ahí el error de creer que somos de viejos diferentes a como fuimos de jóvenes. Si fuéramos diferentes, apunta Schopenhauer, seríamos otro, no el mismo.

Sabemos que la vejez está llena de achaques pero la juventud no. Aquí es cuando Cicerón se refiere, no a esa vida que se apaga lentamente, como resultado de un proceso natural, sino a la vejez como una  patología: “Echan a la vejez los necios la culpa de sus vicios.”

En la medida de nuestras posibilidades tratamos de llevar la vida que queremos, en un constante ejercicio dialéctico con el exterior. Un exterior tan lleno de lacras como de valores vitales. Un yo que se va revelando a sí mismo a través del trato con los otros. En la certeza que sin los otros no habría yo.  Puedo marchar en solitario  hacia las montañas durante varias semanas o meses, pero siempre regresar a la calidez de las ciudades o los pueblos.

Vivir un mismo individuo en un mundo formado por las bellas apariencias, y a la vez las patológicas realidades (lo que se llama doble moral o doble discurso), no va servir de nada bueno:”De todas estas quejas no está la culpa en la edad sino en las costumbres.”

Idea operante es como se conoce, principalmente por Schopenhauer, esa manera de conocer cómo  somos en realidad: no por lo que decimos sino por lo que hacemos. 

Eso hablando en singular  pero aun si la sociedad está patologizada no todo está perdido porque quiere decir, por contraste, que también en algún lugar quedan valores vitales para la vida:”Una vida particular, sosegada, pura y bien ordenada logra también su vejez gustosa y apacible, como sabemos fue la de Platón, que murió escribiendo a los ochenta y un año de edad.”

Quién sabe cuántas cosas el Alzheimer querrá olvidar pero lo cierto es que, al contrario de lo que se cree, las cosas bellas son las que no se olvidan. De las cosas feas procuramos bajar la cortina. Con el riesgo que ese intento de  olvidar nos vaya borrando, como las viejas fotografías en papel, que se van yendo.

Cicerón propone recordar. Porque el recordar es una actividad para la mente, como ejercicio. Ya sea hablando o escribiendo o leyendo:”Se disminuye la memoria, bien lo creo, si no la ejercitas.”

Como hombre que procuraba cultivar los valores vitales, que él y toda la antigüedad grecorromana llamaban virtud, pensaba una vejez feliz pero sólo como resultado de una vida propia  de calidad: “los que no tienen auxilios dentro de sí mismos, para vivir contentos y felices, a estos todas las edades les son pesadas.”
 
Marco Tulio Cicerón
“Marco Tulio Cicerón, en latín Marcus Tullius Cicero1 (pronunciado ['mar.kʊs 'tul.liʊs ˈkɪkɛroː]), (Arpino, 3 de enero de 106 a. C. - Formia, 7 de diciembre de 43 a. C.) fue un jurista, político, filósofo, escritor y orador romano. Es considerado uno de los más grandes retóricos y estilistas de la prosa en latín de la República romana.



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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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