C.S.LEWIS Y LEYENDO A PLATÓN


¿Por qué Platón es para unos un materialista y para otros un idealista?

En el acto de leer brota, de manera automática, el asunto de la libertad en lo que respecta del tema  que queremos leer. Pero sobre todo cómo    podemos leerlo. ¿Podemos leerlo desde nuestro subjetivismo  como lo escribió el subjetivismo del autor? O no he leído directamente y me atengo a lo que de Platón he escuchado de otros que dicen haberlo leído.

Tendré que leer y juzgar por mí mismo. Porque Lewis anota que es del todo pernicioso sembrar el escepticismo en alguien con relación a  algún libro: “Una de las cosas más perniciosas que puede hacer el profesor  es incitar a abordar toda obra literaria con desconfianza.”
C.S.Lewis

De hecho la  intención de ese profesor sería loable en   prevenir de la manipulación que esconde tal o cual libro. Esto porque  el mundo de la literatura, como  el del cine, está lleno no sólo de trivialidades sino también de intereses de los que más vale alejarse a toda prisa.

Pero esta apreciación, esta advertencia, está dicha  desde el subjetivismo del otro. Y aquí volvemos a encontrarnos con aquello que no hay dos subjetivismos iguales o, como dice el lugar común, ”cada cabeza es un mundo”. Ni sus pulsiones ni sus experiencias culturales son las mismas.

¿Cómo decir que un libro es de calidad universal o sólo  un sofisma para incautos o un “boom” artificial para aliviar las finanzas de las editoriales?

Para uno la melodía beegin puede parecerle bella porque le está planteando volver a empezar a vivir la vida después de un desastre sentimental con una muchacha. Al otro, nostálgico, le recuerda la remota ocasión que junto con sus amigos, casi adolescentes, fueron a una fiesta y de esos amigos ya casi todos han muerto. El anhelo de vivir otra vez la vida.

Cada quien ve el mundo según su capacidad. Un geólogo, un historiador, un policía y un filósofo, verán cuatro mundos distintos caminando por la misma calle. 

Como esos indicadores en cinco idiomas que hay en los museos, para el público, cada quien leerá en el idioma que lo pueda hacer.”Lo que atrapa a un lector no atrapa a otro”, dice Lewis. Un francés leerá el letrero en francés y un ruso en ruso.

Así en la lectura del libro. Cada quién encontrará  su lectura no según la escribió el autor sino cómo se reflejó en ella el lector: “Cada uno atribuye a su autor preferido lo que cree que es la sabiduría; y, desde luego, esa elección dependerá del calibre de su propia inteligencia. Si es tonto, lo que encontrará y admirará  en su autor será pura tontería; y si es mediocre, pura trivialidad. Si, en cambio, se trata de un pensador profundo es probable que valga la pena leer lo que proclama y expone como la filosofía de su autor.”

 Y si el autor es el que no sirve pronto se le descubrirá y dejará de lado, como hacemos con un film que a los cinco minutos nos damos cuenta que más vale cambiarle de canal.

Pero parece que hay que empezar, como esas películas norteamericanas que, a media película, se regresa por donde debió empezar, con un letrero que dice: “20 años atrás”.

Lewis dice que no hay que prevenir, predisponer, pero sí enseñar que el panorama cultural tiene 360 grados. Y para que no se malinterprete como  condicionar o influenciar en las preferencias, pone el símil de la bicicleta. Alguien que en bicicleta enseña el camino a otro que también en bicicleta lo sigue a través de un terreno hasta entonces desconocido para él. Después él recorrerá por cuenta y riesgo el camino ya conocido y encontrará, a partir de ahí, otras nuevas rutas o incursiones exploradas por él mismo. Acertará o se perderá pero eso ya será una cuestión muy suya.

 No es que con ello  sepamos la sabiduría del mundo, sino que estamos en posición de poder leer mejor esa sabiduría, a lo que seguirá la tarea de apreciación. Es decir, apreciación.

La filosofía es el arrecife del que se surten todas las culturas del mundo laico. Novelas, ensayos, periodismo… Pero como la filosofía tiene sus modos de expresarse, da la impresión que es literatura sólo para iniciados, iniciados allá en el fondo de una misteriosa sala, no para el pueblo del mercado. Por eso las revistas de filosofía no se venden en las carnicerías.

 Pero aparte de los modos de expresión filosófica (al dialogo le dicen dialéctica, al movimiento devenir, al pasado a posteriori  y tratar de    deducir el futuro  a priori, etc.) la filosofía no nos describe otra cosa que lo que pasa con la gente del mercado.

De hecho la filosofía, como la poesía,  encuentra su materia prima y se nutre de la gente mercado. La inabordabilidad inicial de la filosofía es la misma enfermedad que sufre la poesía, por eso hay tan pocos lectores de poesía que no pueden leer al millón de poetas que hay en el mundo:

 “no estoy seguro de que haya que culpar a nade-dice Lewis-.Cuanto más refinado y perfecto se vuelve  un instrumento para su desempeño de determinada función, es natural que menos sean  las personas que necesiten, o sepan, utilizarlo…La poesía moderna es demasiado difícil para la mayoría de la gente. Pero tampoco los poetas deben quejarse de que no se les lea. Si el arte de leer poesía  requiere un talento casi tan excelso como el arte de escribirla, sus lectores no pueden ser mucho más numerosos que los poetas.”  Y luego viene aquello que el subjetivismo del poeta es el del poeta que la escribe, que difícilmente puede decirle algo al  poeta que la lee.

Para unos Platón en La República es un materialista y para otros es un idealista ¿Con cuál Platón me quedo? Con el Platón que pueda entender. Entre más armas filosóficas posea tal vez pueda tener acceso a otro Platón.

Para Withehead “Toda la filosofía europea no es otra cosa que una serie  de notas al pie de las páginas de Platón” (citado por I.M.Bochenski: La filosofía actual) y Jean Wahl dice, en Introducción a la filosofía, “Platón no será jamás superado”.

Ikram Antaki

Ikram Antaki dice que Platón profundizó tanto en el tema del alma que, de hecho, este filósofo marcó  la pauta para las cosas espirituales en la cultura occidental: “De todo esto queda casi una definición del alma que marcará todo el espiritualismo después de Platón.”

Pero también puedo creer que Platón dice una sarta de absurdidades. Aquí es donde C. S. Lewis anota: “La mejor defensa contra la mala literatura es una experiencia plena  de la buena.”

En literatura priva una situación caótica en realidad. Uno, que llamaremos “X”, ha leído a un autor, en este caso, que nos ocupa, a Platón. X1 se refiere a Platón sin haberlo leído sólo en base de lo que leyó de “X”, X2 comenta de Platón de lo que leyó de X1,X3 opina de Platón de lo que leyó de X2…y así, yo puedo ser X36 que leí de Platón lo que escribió X35. ¿De qué Platón estamos hablando?

Sin considerar que ya el mundo de las traducciones es muy complicado (leer a Cervantes en inglés con una traducción del español del siglo veinte que ya no se parece al del siglo dieciséis. O al Popol Vuh en español que fue traducido del alemán el cual se sacó del maya-quiché).

Leer la buena literatura, como dice Lewis, que sale de contraste de  la mala literatura. Con el agregado que sea la lectura directa del original. Ya meterse en el mundo de las traducciones que es, como apuntamos, complicado pero, al menos, es lo más cercano al pensamiento original de Platón si lo leemos directamente en la traducción y no en el N comentario.
 
Platón
“Platón[n. 1] (en griego antiguo: Πλάτων) (Atenas o Egina,[1] ca. 427-347 a. C.)[2] fue un filósofo griego seguidor de Sócrates[n. 2] y maestro de Aristóteles.[3] En 387 fundó la Academia,[4] institución que continuaría su marcha a lo largo de más de novecientos años[n. 3] y a la que Aristóteles acudiría desde Estagira a estudiar filosofía alrededor del 367, compartiendo, de este modo, unos veinte años de amistad y trabajo con su maestro.[n. 4] Platón participó activamente en la enseñanza de la Academia y escribió, siempre en forma de diálogo, sobre los más diversos temas, tales como filosofía política, ética, psicología, antropología filosófica, epistemología, gnoseología, metafísica, cosmogonía, cosmología, filosofía del lenguaje y filosofía de la educación; intentó también plasmar en un Estado real su original teoría política,”





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores