SÉNECA, CUANDO LOS LIBROS SERVÍAN PARA  ALGO

Tratados filosóficos-Séneca

Algunos los leían.

Otros adornaban sus salas con ellos.

Llevo en mi  pequeño teléfono medio millón de libros de cultura y otro medio millón de obras de ciencias de las más diversas. Además un diccionario que dejó obsoletos todos los diccionarios y enciclopedias del mundo.

Séneca dice que en su tiempo, hace veinte siglos, los libros de papel servían para adornar las casas. De aquella famosa quema de cuarenta mil libros de Alejandría,  que durante siglos hemos considerado como una de las grandes tragedias de la humanidad, Séneca opina que no se quemó la cultura sino la ostentación:

“Cuarenta mil cuerpos de libros se abrasaron en la ciudad de Alejandría, hermoso testimonio  de la opulencia real; alguno habrá que la alabe, como lo hizo Tito Livio, que la llamó obra egregia de la elegancia  y cuidado de los reyes. Pero ni aquello fue elegancia, ni fue cuidado, sino estudiosa demasía, o por decir mejor, no fue estudiosa, porque no los juntaron para estudios, sino para sólo la vista, como sucede a muchos ignorantes, aun de las letras serviles a quien los libros no les son instrumentos de estudios, sino de ornatos de sus salas.”    

Los libros desde entonces, y la prueba es Alejandría, servían para quemarse, a cielo abierto, cuando se les consideraba subversivos para el pensamiento de esa parte del planeta. 

También se les desaparecía, en silencio, subrepticiamente, de librerías y bibliotecas, en un trabajo de hormiga, para salvar a la humanidad de literatura que, se consideraba, podía contaminarla.

Otros, como hace N. N. Taleb, con el libro biografía de Lou Andreas, amiga de Nietzsche y de Freud, y que pensaba  jamás leer, pero si usarlo para apoyar y deslizar en él el “ratón” de su computadora, según  confiesa en El Cisne Negro.

Proporcionaba el libro incontables  fuentes de trabajo. Desde la imprenta hasta los que los rescataban, los reconstruían y cuidaban en las bibliotecas y los que los vendían en las librerías. Millones de fuentes de empleo en el planeta.

También servían los libros para que, desde posiciones institucionales, un pequeño grupo de intelectuales, que viajaban en el tren presidencial, dictara el tono de cultura que debía seguirse en ese país o en esa universidad o en ese sindicato. En ocasiones la cultura se teñía de rojo y en otras ocasiones de azul.

El libro de papel daba lugar para las continuas presentaciones de un nuevo libro que salía al mercado. Más que cultural el acontecimiento era social pues se podían comer y beber gratis sabrosos bocadillos y vinillos. Más de un famélico poeta salvo ahí el día.

Servían los libros en papel para que las editoriales se sirvieran de un trabajo de Santayana, pongamos por ejemplo, y de él hicieran cinco libros de cincuenta páginas para ofrecer al público a precio de oro cada ejemplar.

Desde luego otras editoriales, es el caso de Porrúa, en México, ofrecían en un solo tomo, bien cuidado en su contenido y en su fabricación, y hasta “cosidos”, libros  a “precios para estudiante”. Ponemos por caso, en su serie Sepan Cuantos…los números 321, 319 y 641, respectivamente de Leibniz, Spinoza y Fichte, con varios títulos de cada uno de estos trabajos. De tal manera que por cien pesos, digamos, se podía obtener en Porrúa lo que en otras editoriales costaba diez mil. Nada más el citado de Leibniz contiene los siguientes títulos, completos: Discurso de metafísica, Sistema de la naturaleza, Nuevo tratado sobre el entendimiento humano, Monadología y Principios sobre la naturaleza y la gracia.

En los  países sumergentes las cifras que se exhiben oficialmente es que leemos dos libros promedio al año por individuo. Es decir, no leemos. Esto porque en el país pocos leen muchísimo de cultura, muchos leen poco y el noventa por ciento ve las comedias televisivas de las abuelitas.

La incipiente industria del periódico (incipiente si comparamos con el número de diarios y sus tirajes de los países emergentes, como son los del primer mundo) podría hacer mucho por la cultura del pueblo pero, como N. N. Taleb anotó en la obra citada: “Por lo que a los periodistas se refiere, más vale que lo olvidemos. Son productores industriales de distorsión.”

El  culto general argentino, Lucio V. Mansilla,escribió una valiosa obra con el tema de su excursión  que hizo a la región de  los indios ranqueles y fue editada en 1959.Meditando  en qué consiste la civilización,dice, entre otras apreciaciones: "En que se imprimen muchos periódicos y circulen muchas mentiras."

Es cuando me encuentro con la realidad. Me enseñaron a comprar celular pero no me enseñaron el hábito de  leer.

Como sea, antes el libro de papel era el personaje central de la sociedad mexicana en torno del cual se levantaban las polémicas y la vida agarraba color. Dialéctica y devenir, dicen algunos. Alegato, movimiento.

Veo mi  teléfono, maravilla de la tecnología, de apenas 10 X15, que contiene un millón de libros  y me pregunto: ¿Esto sirve para adornar la sala, para la presentación  de libros, para dar fuentes de empleo a millones de gentes ligadas intrínsecamente con el libro, en el mundo, que pronto quedarán sin empleo, para deslizar en él el “ratón”, para que un grupito de intelectuales tiñan  de color el sexenio, para viajar en el tren presidencial, para hacer cinco libros de una misma obra…?

 
L. A. Séneca
“Lucio Anneo Séneca (Latín: Lucius Annæus Seneca), llamado Séneca el Joven (4 a. C.65) fue un filósofo, político, orador y escritor romano conocido por sus obras de carácter moralista. Hijo del orador Marco Anneo Séneca, fue Cuestor, Pretor y Senador del Imperio Romano durante los gobiernos de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, además de Ministro, tutor y consejero del emperador Nerón.”














































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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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