La cuestión se complica cuando vemos que libertad y disciplina pueden ser valores antitéticos. Y se complica más cuando
buscamos que un niño, competitivo, sea disciplinado y también libre. Por que
más adelante será un ciudadano que busca ser libre entre un hato de leyes que
le dicen por dónde tiene que ir. O bien se le
“invitará” a que se vaya vivir entre las fieras. Y saque las uñas con aquellos que también saben sacar
las uñas.
La salud del Estado está siempre presente en Platón, como más
tarde lo estará en Hegel. Como siempre lo estuvo en Tlacaele, el gran
legislador de la civilización azteca.
Pero la salud del Estado implica responsabilidad para el individuo en lo físico y en lo ético. Esta responsabilidad por lo regular se traduce en una carga pesada para ser llevada sobre las espaldas.
Para Platón (en La
Leyes) esta responsabilidad debe ser vigilada desde la niñez. Cuando los
niños empiezan a jugar es cuando, dice, se manifiestan sus tendencias
naturales: “infaliblemente estos niños, que han hecho innovaciones en sus juegos, cuando
sean hombres serán diferentes de los que
les han precedido. Que siendo de otro modo, aspirarán también a otra manera de
vivir. Lo cual les inclinará a desear otras leyes y otros usos, y todo esto
vendrá a parar en lo que yo he llamado
el mayor mal de los Estados.”
Jean Wahl, como Schopenhauer, recuerda que hay valores
inmutables que el individuo tiene y tendrá: “Se ha discutido mucho la
relatividad de los valores y sus cambios
en el tiempo y el espacio. Pero en realidad hay algunos valores que permanecen relativamente estables, porque hay características estables y comunes
de la naturaleza humana y también porque el valor tiene una forma, una especie
de estructura, perfectamente visible, por ejemplo, en la forma del deber que
toma el valor moral.”
Y Fichte dice que al individuo se le tiene que respetar su individualidad,
su yoidad: “Fuera de tí existen también seres semejantes a tí, cuya razón
necesita también de estos medios
corporales como necesitas tú, y que deben conservarse del mismo modo que
tú te conservas. Permíteles a ellos el mismo uso de la parte que a ellos corresponde, como
su propiedad, y dispón de la tuya de un modo adecuado a tus fines.”
En otras palabras que el mundo está lleno de conductistas y
de innovadores en eso de la educación de los niños. Es decir, sólo hay conductistas.
Y ya estamos parados otra vez ante el dilema social, o la
disyuntiva individual, del proceder de
los padres, o los tutores como se llamen, deben tener frente al individuo. El
viejísimo y siempre actual dilema de cómo educar a los hijos. Entre la
ensoñación y la realidad.
Sabemos que en la actualidad hay varios modos de ver la
cuestión. Que el niño, ya en la escuela, entre al salón y empiece a aprender
cuando él decida. Entre tanto, que haga o que no haga, es su decisión. O el
modo tradicional que, a los 23 años de edad, ya debe tener en sus manos al
menos el título de licenciatura
universitaria porque el mundo laboral
entiende capacidades y no de libertades.
Como el pueblo azteca siempre tuvo la mentalidad de ser un
pueblo hegemónico, sus niños desde el hogar, y luego el calmecac
y el telpochcalli, colegios para la
clase dirigente y para el pueblo medio, respectivamente, eran sometidos a una disciplina que recuerda a los niños
lacedemonios de la antigua Grecia.
El niño azteca que le daba por el sedentarismo, y se desatendía de sus deberes en la casa, era
encerrado en un cuarto, sin ventanas, y con un brasero encendido al que sus padres arrojaban chiles (ají) para que su humo fuera
respirado por el rebelde. Una idea aproximada de esto la tenemos, en la
actualidad, en los gases lacrimógenos que se arroja a los manifestantes en las
calles. O bien se le despertaba en la
madrugada y se le enviaba a traer leña o frutos del campo. Que se enfrentara con la soledad, con la oscuridad, con el
rigor de los vientos, la lluvia, la nieve, el hambre y la sed.
Este niño azteca recién nacido
tiene deberes y pocas libertades (Códice Durán).
La idea es que si no había una niñez sana no habría un Estado
sano. Era la casi absoluta negación de la libertad del niño. Una aberración
vistas desde de los derechos actuales de
los niños.
Todo esto, que parecen cosas horriblemente
estoicas, del pasado, está en realidad omnipresente en nuestra vida actual, con los
deportistas, en especial con los deportes que se practican al aire libre, como
el alpinismo, el atletismo, cruzar desiertos
caminando, etc. De hecho sin disciplina no hay deporte.
En la actualidad ya no es así con los
niños en México. Pero la sociedad está
enferma. La Secretaría de Salud informa
que la población infantil en el país, y
lo mismo la población adulta, ocupa el
primer lugar mundial en sobrepeso y en obesidad y, claro, en hipertensión y
diabetes. Las cantidades de dinero que
el gobierno gasta en la atención de sus centros hospitalarios, de atención
gratuita, apenas se pueden imaginar.
Perdidos en este laberinto de la disciplina y la libertad de los niños, es cuando leemos que hay en el mundo libros para niños, que bien podríamos leerles los adultos, sin más intenciones conductistas y sí que tengan acceso a la cultura integral.
Dice que les leamos buenos libros porque en caso contrario
difícilmente la lectura será una actividad significativa para el niño. La
calidad del libro infantil sí cuenta, dice, a pesar de lo que muchos creen: “En
la interacción entre el niño y el libro está presenta la construcción de la
identidad individual y, me atrevería a añadir, de la colectiva.”
Gustavo Puerta Leisse es el autor de
esta cita y fue publicada en el diario El
País, de España, el 28 de diciembre de 2013.
“Johann Gottlieb Fichte (Rammenau, 19 de mayo
de 1762 – Berlín, 27 de enero
de 1814) fue un filósofo alemán de gran
importancia en la historia del pensamiento occidental. Como continuador de
la filosofía crítica de Kant
y precursor tanto de Schelling como de la filosofía del espíritu de Hegel, es considerado
uno de los padres del llamado idealismo alemán.”
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