SCHOPENHAUER EN VIAJE HACIA EL MINGITORIO


Los dolores del mundo-Arturo Schopenhauer

Cuatro tipos pequeños burgueses, aburridos de la vida, deciden irse de aventura y conquistar el mundo montados en motocicletas. Es el tema de una película estadounidense y uno de ellos es John Travolta.

El plan es atravesar el país de este a oeste recorriendo las carreteras. Sin teléfonos celulares ni relojes. Nada que les recuerde, al menos por un tiempo, la vida rutinaria que han  llevado hasta ahí en la ciudad moderna  y que ha acabado por hacérseles insoportablemente monótona.

 Al final, después de pasar  una serie de aventuras que hacen reír, se dan cuenta que habían perdido de vista que vivían en una situación ordenada hogareña, de trabajo y llena de afectos. La loca, absurda y ridícula aventura,  resultó altamente didáctica. Agarrar conciencia de lo que se tiene antes de perderlo. O no perderlo pero estar en la inconsciencia que se vive en un mundo feliz, humanamente feliz.

Mamá, dice el niño, hijo de uno  de los aventureros, mi papá  se va a conquistar el mundo. Lo dudo, comenta la mamá, cómo puede conquistar el mundo si cada veinte minutos tiene que ir a mear.

Y, en efecto, la juventud no sabe que, llegando a cierta edad, hay que ir a mear cada hora o algo así. Si se tuviera conciencia de ello se vería que viajar en autobús de México a Chihuahua (24 horas), sin ir al mingitorio, es la novena maravilla del mundo.

Uno de los grandes mafiosos de una película de El Padrino, dice: ”daría la mitad de mi fortuna por poder otra vez mear bien”.

Ese es el mundo de la inconsciencia en el que vivimos al que Schopenhauer se refiere en su obra Los dolores del mundo. Viajar hacia el contraste resultaría altamente didáctico, revelador. No se trata de un gen patológico de la eterna inconformidad sino de un “simple”  asunto de  inconsciencia.

Desde luego tengo mucha conciencia que, por enésima vez, no lleguemos a las finales en el próximo mundial de futbol en Brasil. Como aquel ingrato que menciona Taleb (en El cisne negro): “No seamos como el ingrato al que le regalan  un castillo  y se preocupa  por la humedad del cuarto de baño:”

En cierta ocasión un grupo de cinco periodistas mexicanos  se propusieron escribir sobre la vida. El hambre, el mundo laboral, el matrimonio y otros temas. La redacción del diario aceptó, en cada tema, sólo uno y desechó cuatro. Eran interesantes trabajos de investigación bibliográfica y hemerográfica. El trabajo aceptado, en cambio, había sido extraído de la realidad, de la vida vivida.

El trabajo aceptado  sobre la vida dice de una visita  al anfiteatro de la Facultad de Medicina. Escribe que la impresión que recibió, en esa pequeña sucursal del reino de la muerte, fue un brutal latigazo que resultó como un segundo nacimiento pero ahora sí consciente de lo valioso que es vivir. Y empezaba diciendo que la vida  es como una tarjeta de débito que se reduce sin remedio…

El que escribió sobre el hambre dice que intentó vivir tres días, sólo tres días, sin llevar un solo centavo en la bolsa ni tarjeta alguna ni mercancía de trueque.  Nadie puede entender la pobreza hasta que carece de lo necesario para pagar el pasaje del trasporte público.

El del tema del mundo laboral tocó la puerta, entre otros miles de individuos que hacían lo propio, de las bolsas de trabajo. Las pocas oportunidades que encontró fueron bajo la maldición del outsourcing. Sin seguridad en la permanencia del trabajo, sin prestaciones, etc.

El que escribió sobre la libertad, curiosamente no lo hizo sobre el mundo de las cárceles. Fue a los hospitales y conoció a los que agonizan por haber vivido esclavos de alguna adicción como el tabaquismo, el alcoholismo, para sólo mencionar las “patologías autorizadas”

El del matrimonio conoció personas sumidas en inmensurable soledad a las que la Biblia se refiere como “No todos nacen para el matrimonio”. También conoció a las parejas en situación de divorcio que gimen bajo el “síndrome de Medea”, como se llama a  la insana práctica de usar a los hijos de ambos para ofender a la ex pareja.

El que escribió el resumen de esos reportajes anotó que cuando la tan buscada, cómoda y envidiable vida de la ciudad, fue despojada de cierta dosis de ascesis, o como antes se le decía, estoicismo, y ganó el consumismo y el sedentarismo, se perdió mucha de la conciencia  que tenemos, en algún momento de nuestra vida, de los seres, las cosas y las situaciones.

“Salud, juventud y libertad, los tres bienes mayores de la vida mientras los poseemos, no tenemos conciencia de ellos, no los apreciamos sino  después de haberlos perdido. No prestamos atención a los días felices de nuestra vida pasada, sino después que fueron reemplazados por el dolor”, escribe ese viejo sabio tenido por muchos como un insufrible gruñón cascarrabias, Schopenhauer.

Lo entendemos hasta que agarramos nuestra motocicleta para conquistar el mundo. Pero ahora, ya en la edad de las menopausias y los prostáticos, se hace  presente el detalle que cada hora tenemos que ir al mingitorio... Y nostálgicos recordamos cuando viajábamos hasta Chihuahua…

Ahora que si alguien tuvo conciencia, desde su juventud, debe considerase una mente privilegiada.
 
Arturo Schopenhauer
“Arthur Schopenhauer [Acerca de este sonido 'ʔatʰu:ɐ 'ʃo:pnhaʊɐ (?·i)] (Danzig, 22 de febrero de 1788Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta.”
















No hay comentarios:

Publicar un comentario

Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

Seguidores