SPINOZA BUSCA LA LIBERTAD EN UN MUNDO YA DETERMINADO


Ética
Spinoza
Editorial Porrúa,S.A.
Serie Sepan Cuantos...Núm.319
1977
Primera edición 1670 


Si es un mundo determinado es que está razonablemente planeado. Son mis limitaciones  las que me impiden verlo así. Como sea, este contrasentido es el que tiene  que resolver Spinoza: ¿Libertad en un mundo ya determinado?

En esto Spinoza coincide con Leibniz  que cree  en una armonía predeterminada del universo en el que hasta los milagros (esos que parecen salirse de la causalidad) son parte de la lógica  de esa armonía.

Spinoza es el clásico ejemplo de que su filosofía es como queramos verla. No como él la escribió sino como yo la veo. Con un espíritu de abstracción o de secta cultural. Por eso, a semejanza de lo que pasa con Platón, Spinoza será un materialista para unos y un religioso para otros. De ahí que sea un filósofo muy controvertido.
 
Estatua a Spinoza, cerca de su casa

Empezando que, por no seguir una lectura literal de la Biblia, este pensador moral fue expulsado, del seno de su comunidad judía, de Holanda, en el siglo XVII, bajo el estigma de inmoral. En este aspecto Spinoza recuerda a Sócrates. Ramón Xirau dice de él: “Pocos filósofos han alcanzado el grado de serenidad espiritual como éste pensador aislado, solitario en un mundo que considera perfectamente equilibrado. Spinoza murió conversando con sus amigos.”(Introducción a la historia de la filosofía) en 1677.

En este siglo veintiuno ya no tenemos idea de lo que significaba en los días de Spinoza eso de la lectura literal o no. Como ejemplo citaremos la historia del descubrimiento de la cueva de Altamira, en España acaecida en el siglo diecinueve. Sus pinturas tenían ya 30 mil años de antigüedad. ¿Cómo era posible eso en un mundo que sólo tenía 6 mil años?

Que Spinoza, doscientos años antes de lo de Altamira, dijera que así no se debería leer la Biblia, era una herejía. La libertad de pensamiento era uno de los valores que perseguía Spinoza y tuvo que irse a vivir en los horizontes más amplios del pensamiento universal, ya no del “mundo.”
 
Estudio en la casa de Spinoza
Y este modo de pensar es lo que lo lleva  a quedar parado en una situación filosófica desconcertante. Si la vida está determinada por Dios, en un mundo equilibrado por Dios, como él creía firmemente, ¿de qué libertad estaba hablando?

Es cuando piensa en la cara opuesta de la libertad. La esclavitud habla de nuestras pasiones que nos impiden llevar una vida serena y de amor. Por el amor y por la razón el humano puede ser libre. Nuestras limitaciones son la que nos hacen  pensar en un Dios limitado que impone camisas de fuerza a sus creaturas.

Pero no se trata tanto de una razón académica sino la que lleva  a la sabiduría de saber renunciar a mí mismo. La esclavitud está en las pasiones y lo que Spinoza dice es que si somos esclavos por nuestras pasiones podemos ser libres por nuestra razón amorosa. No razón atómica sino una razón capaz de hacer juicios subjetivos, humana.

¿Dios espiritual y racional? En ese época también se creía que Dios era espiritual solamente y nada que ver con lo mortal. Spinoza cree que Dios tiene inmensurables atributos, ¿por qué no va a tener el de la razón?

El mundo entonces está equilibrado. Razonablemente equilibrado. Tener la conciencia de tal cosa es saber conquistar la libertad.

Así es como Spinoza llega a la conclusión de que los humanos somos libres cuando tenemos conciencia de que estamos determinados. En la medida que  nos alejamos de la inconsciencia.

 
Spinoza
“Baruch Spinoza (conocido como Baruch de Spinoza o Benedict/Benito/Benedicto (de) Spinoza, según las distintas traducciones de su nombre, basadas en distintas hipótesis sobre su origen) (Ámsterdam, 24 de noviembre de 1632 - La Haya, 21 de febrero de 1677) fue un filósofo neerlandés de origen sefardí portugués, heredero crítico del cartesianismo, considerado uno de los tres grandes racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto con el francés René Descartes y el alemán Gottfried Leibniz


















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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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