LUCIO V. MANSILLA Y PLATÓN


Muy lejos de Grecia, tan lejos como la región de los indios ranqueles, entre el Río Cuarto y el Río Quinto, de la República Argentina, el coronel  Mansilla lee el Fedón, de Platón, cerca de la lumbre de campaña y la enorme olla renegrida del puchero a punto de derramarse.

No está vestido con el elegante traje que lo conoce la historia de cuando tenía que tratar con diplomáticos. Su ropa es de campaña donde no hay agua ni para afeitarse ni retrete como en  la ciudad. De las cosas lindas de la ciudad se puede prescindir si se tiene carácter para ello. De lo que no se puede prescindir, bajo pena de seguir  salvaje, es de leer el Fedón.

Es el siglo diecinueve y ha ido a la región de los indios ranqueles para tratar de convencerlos de no entrar en guerra armada en la que estos  serían exterminados. Los indios defienden con valor los suyo, (como ahora los argentinos defienden sus Malvinas) y hacen cuanto estrago pueden en las poblaciones de los “gringos”, como ellos le dicen a los (blancos) argentinos. 

Hasta los   mismos Buenos Aires han llegado los indios asolando, con flechas y lanzas, pueblos y sembrando el terror, pero su destino está sellado y Mansilla no quiere que eso acabe en una masacre, bajo los cañones de los “gringos”.

Escribirá una obra con el título: Una excursión a los indios ranqueles. Mansilla es un militar culto por haber recibido buena educación pero despega culturalmente de otros, de su mismo estatus, merced a su esfuerzo por la lectura y aprende siete idiomas, lo que quiere  decir allegarse más conocimientos de otros pueblos, otras maneras de ver la vida.


“Lucio Victorio Mansilla (Buenos Aires, 23 de diciembre de 1831 - París, 8 de octubre de 1913) fue un general de división del Ejército Argentino, así también periodista, escritor, político y diplomático, autor del libro Una excursión a los indios ranqueles, fruto de una recorrida que emprendió en 1870 por los toldos de estos pueblos originarios de América. Fue gobernador del Territorio Nacional del Gran Chaco entre 1878 y 1880.”

 Sus textos, más que trazar líneas para el emplazamiento de los cañones, tienen la belleza de un hombre que saborea la filosofía de la vida y de las letras. Lejos de los escritores de la ciudad, con su antropocentrismo como leit motiv,  Mansilla le canta al campo. Siente a su tierra como Juan Carlos Dávalos, otro escritor argentino, cantor de Salta, fue capaz de sentirla. 

 Si en la tierra hay alguna belleza para Mansilla, que remita a la belleza de Dios, esos son sus Andes: “Los Andes son sublimes y majestuosos como la excelsitud de Dios”, escribe.

Nosotros, que hemos vivaqueado por semanas entre las más altas cumbres del sector central de los Andes, entendemos lo que Mansilla   escribía.

En el estudio preliminar de este trabajo Mariano Vedia y Mitre escribe que Mansilla es “Un lector de Platón, un comentador de Platón en la persona de quien era entonces coronel argentino  (luego sería general)…Platón y Shakespeare se mezclan en sus recuerdos de esa época a los baqueanos que empleó, a los viajes en chata por los riachos y a sus observaciones urutaú y el yatay.”

En un momento el coronel  Mansilla escribe, ayudado por la luz que proyectan las llamas del fogón en el campamento indio ranquel, algo que también escribió Alfred North Whitehead, matemático y filósofo inglés."Toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de la filosofía platónica."

 Mansilla lo dice de esta manera refiriéndose a Platón: “ese filósofo inmortal a quien podría tributársele el fanático homenaje de mandar quemar todo cuanto se ha escrito sobre filosofía, desde sus días hasta la fecha, sin que por eso  las ciencias especulativas perdieran gran cosa.”

Una y otra vez Mansilla se refiere a Platón porque está convencido que el mal de la humanidad vive en el fondo de la caverna llena de sombras y que sólo la educación  podrá iluminar las sombras de esa caverna.

La Paideia era la obsesión de aquellos griegos, de manera que  abriendo casi al azar, La República, de Platón, encontramos que habla aquí de educación y cultura con la metáfora de los perros.

 Los pastores tienen perros para que cuiden su ganado. Pero si a  esos perros no se les educan convenientemente, y se les alimenta, también convenientemente, se vuelven lobos y acaban comiéndose a las ovejas que deberían de cuidar.

En los países en los que la corrupción llegó a los altos mandos de la política, la policía y el ejército, sólo es el efecto de la causa. Desde mucho antes se descuidó la causa.  Presupuestos miserables para la educación pública no arrojan  precisamente vacunas culturales adecuadas para que un pueblo crezca sano en todos sentidos.

Platón lo dice de esta manera: “Procuremos pues, a todo trance, que nuestros guerreros no hagan lo mismo  entre sus conciudadanos, tanto más cuanto tienen en sus manos la fuerza, y que en lugar de ser sus defensores, puedan convertirse en sus dueños y tiranos… ¿Y no es el modo más seguro de prevenirles el darles una excelente educación?

Pero la “excelente educación” a rajatablas, dice más adelante, no es garantía, no pocos mega depredadores tiene estudios de posgrados. Se necesita la cultura. Platón lo puntualiza:

“No obstante, con respecto de los sentimientos sencillos y moderados, fundados en opiniones exactas y regidos por la razón, sólo vas a verlos en un exiguo número de gente, cuya hermosa índole está unida a una excelente educación.”


“Platón[n. 1] (en griego antiguo: Πλάτων) (Atenas o Egina,[1] ca. 427-347 a. C.)[2] fue un filósofo griego seguidor de Sócrates[n. 2] y maestro de Aristóteles.[3] En 387 fundó la Academia,[4] institución que continuaría su marcha a lo largo de más de novecientos años[n. 3] y a la que Aristóteles acudiría desde Estagira a estudiar filosofía alrededor del 367, compartiendo, de este modo, unos veinte años de amistad y trabajo con su maestro.[n. 4] Platón participó activamente en la enseñanza de la Academia y escribió, siempre en forma de diálogo, sobre los más diversos temas, tales como filosofía política, ética, psicología, antropología filosófica, epistemología, gnoseología, metafísica, cosmogonía, cosmología, filosofía del lenguaje y filosofía de la educación; intentó también plasmar en un Estado real su original teoría política,”
















1 comentario:

  1. te acuerdas de el señor salvador gramon alias don chosqui te acuerdas de la negra de salvador medina te acuerdas de mario campos te recuerda algo el nombre de jose crus narvaes

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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