Obra: Fedón
Recordar. Los pensadores del tiempo de
Sócrates le decían reminiscencia.
Era una técnica provocadora para pensar, para capturar la atención de los oradores y lectores. Como ahora la técnica de periodismo que, en el primer párrafo, debe “enganchar” al lector porque sino éste voltea la página del periódico. Y a otra cosa.
Recordar era instalar un postulado para dar entrada a una
serie de cuestiones de la máxima importancia. Una es la inmortalidad del
individuo. Con la conservación de su cuerpo y su correspondiente alma.
“En tres días estarás en Ftía”, le dijo la misteriosa y bella dama a Sócrates el día que éste bebió la cicuta.
Ftía es un lugar de Grecia pero que de alguna
manera se le identificaba con el paraíso intemporal. Igual que con el Tlalocan
teotihuacano mexicano. Geográficamente éste queda situado arriba del pueblo del actual Río
Frío, sureste del Valle de México, y es también la ubicación del paraíso
metafísico.
“En
tres días estarás en Ftía”. Sólo seis
palabras para decir lo que la teología cristiana necesitarían más tarde volúmenes enteros, San Agustín, por ejemplo.
Sólo seis palabras para disentir de todas esas religiones que anuncian que el
alma, al morir el cuerpo, se funde, desaparece, al integrarse con el gran
espíritu del universo.
Sólo seis
palabras para delimitar los campos entre la teología y la filosofía. Los del
pensamiento laico, ilustrado, buscando ser felices
con su declaración de principios llamada ética. Los religiosos con sus sistemas de creencias,
basados en la fe, que está más allá de la razón práctica.
Con lo de
Ftía no es que se dejara llevar por una idea que pudiera ser sólo una ilusión.
En el Pórtico había enseñado que, si en la vida hay perecederos, también hay
imperecederos: “Todo lo que tiene un contrario nace de este contrario.” Y, si
hay muerte…
Otro tema es
que el conocimiento humano no empieza con el nacimiento del individuo y tampoco
acaba con su muerte individual. Lo saben los padres cuando el niño, apenas
dejada la cuna, empieza a relacionarse con la vida de una manera que no le es
del todo ajena: “Saber no es más que recordar, y el recuerdo supone un
conocimiento anterior.” Se dice en el Fedón.
Si somos partidarios de la teoría evolucionista nada más en su
lugar que la causa y el efecto. El recordar de un conocimiento anterior. Semejante
a lo que en tiempos modernos C. Jung explicaría con su inconsciente colectivo o
más acá la ingeniería genética.
Como contra tesis Chestertón escribió una excelente obra titulada El hombre eterno,descartando la evolución y en su lugar ponderando la teoría creacionista.
Como contra tesis Chestertón escribió una excelente obra titulada El hombre eterno,descartando la evolución y en su lugar ponderando la teoría creacionista.
La
preexistencia del saber, de las generaciones pasadas, se nos trasmite
mediante algo que necesariamente sea inmortal, algo que sirva de puente entre
el pasado y el presente y a eso, ya entonces, más de cuatro siglo antes de
Cristo, se le llamaban alma.
Podríamos
hacer un símil terrenal para más
claridad. ¿Cómo un individuo del siglo veintiuno conoce la Ilíada, el Quijote
de la Mancha, el Popol Vuh o el Cantar de los Nibelungos, todas obras de siglos
pasados? Porque hay algo que sirvió de puente entre nosotros y aquellas, ya pasadas y casi olvidadas,
generaciones que los produjeron. Es el libro. En su forma de tablilla, rollo,
códice de hojas plegadas o como fuera.
Libro:puente entre generaciones. |
Pero creer
en la inmortalidad conduce a llevar una
vida de cierto modo. Porque si todo
acaba aquí, entonces “bebamos, copulemos y comamos, porque esta vida se acaba”,
según escribió Petronio en su obra El
Satiricón, cuando se refriere a la Cena de Trimalción.
En su último
día de vida, mediante el indulto que le concedía el Estado, o la huida que le
habían preparado sus amigos filósofos, sobornando al juez, Sócrates podía seguir viviendo. Pero, dijo, no se trata
de sólo vivir (en el shopping), sino
vivir bien consigo mismo.
Y ese
requisito, para ganarse un lugar en Ftía, reclama un cierto estilo de vida en el “acá”.
Como sea, es
de notar que estos filósofos se ajustaban a la teoría evolucionista. Recordar es el efecto de una causa.
Es de notar que ya con Sócrates la gente se
saltaba de la filosofía a la teología. Como hace un conductor ebrio cuando va
de un carril a otro de la carretera de manera
suicida. Esta forma, en apariencia inocua, de ver las cosas, ha costado millones de vidas.
Con cierta frecuencia se cae en la tentación de suprimir, desde arriba, a la teología o bien a la filosofía. ¡Y ya está otra vez el mundo envuelto en llamas!
El emperador Marco Aurelio, hace veinte siglos, lo destacaba con su famosa frase: “En la ciudad hay lugar para ambas”. Cada una puede caminar por la banqueta que le toca de la calle.
Con cierta frecuencia se cae en la tentación de suprimir, desde arriba, a la teología o bien a la filosofía. ¡Y ya está otra vez el mundo envuelto en llamas!
El emperador Marco Aurelio, hace veinte siglos, lo destacaba con su famosa frase: “En la ciudad hay lugar para ambas”. Cada una puede caminar por la banqueta que le toca de la calle.
Esta
confusión prolifera porque el vulgo permanece vulgo. Hay que apresurarse a
decir que no se refiere al lumpenproletariado
que con tanto afán cortejaban los
oradores del primer tercio del siglo veinte a las masas.
Vulgo, masa,
para seguir la definición de José Ortega y Gasset, se le llama a la falta de vitaminas culturales en
cualquier nicho de la sociedad, no específicamente en uno de sus estratos. El
vulgo puede vestir de pantalón burdo o llevar traje con corbata.
De hecho la mayoría de filósofos, que la vida
aportó a la humanidad, no nacieron
precisamente en pañales de seda. Pero aun así, no se quedaron haciendo la
mañosa apología de la pobreza y, en
cambio, se fueron a buscar otros mundos más allá del shopping.
En el Fedón, Platón escribe que el vulgo se
apega a la vida, porque de lo único de que se cuida es del cuerpo y de los
placeres de los sentidos, olvidándose de que tiene alma. Y así la muerte le
aterra, porque al destruirse el cuerpo, se ve privado de lo que más quiere…
Y si sólo se
apega a la vida… no hay lugar para
meditar en que llegamos ya con un paquete de conocimientos que, de manera
encantadora, aquellos filósofos llamaban recordar.
Aristócles (Platón) |
“Platón[n. 1] (en griego
antiguo: Πλάτων) (Atenas o Egina,[1]
ca. 427-347 a. C.)[2]
fue un filósofo griego seguidor de Sócrates[n. 2]
y maestro de Aristóteles.[3]
En 387 fundó la Academia,[4]
institución que continuaría su marcha a lo largo de más de novecientos años[n. 3]
y a la que Aristóteles acudiría desde Estagira a
estudiar filosofía
alrededor del 367, compartiendo, de este modo, unos veinte años de amistad y
trabajo con su maestro.[n. 4]
Platón participó activamente en la enseñanza de la Academia y
escribió, siempre en forma de diálogo, sobre los más diversos temas,
tales como filosofía política, ética, psicología,
antropología filosófica, epistemología,
gnoseología,
metafísica,
cosmogonía,
cosmología,
filosofía del lenguaje y filosofía de la educación; intentó
también plasmar en un Estado real su original teoría política,”
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