OVIDIO Y PIGMALIÓN


METAMORFOSIS
Ovidio

La pureza no es de humanos y los dioses  corrigen al que así piensa.

La pureza es tan aberrante como estar servilmente subordinado al sexo. Esta parece ser la lección  que, dice el poeta Ovidio, Venus dio a Pigmalión.

El mundo es como es. Pero cada individuo se lo imagina según la concepción que de  él tenga. Cada modo de mirar la vida es sólo una abstracción del todo. Llevan libros los aviones de un continente a otro y a esto se le llama cultura globalizada. La abstracción étnica, de cada país, va más allá del comercio y trasiego de los libros. Cada etnia también ve al mundo como ella es.

En alpinismo todavía en el siglo veintiuno se cree que hay montañas fáciles o difíciles para escalar. Y para el efecto los escaladores han elaborado ingeniosas escalas de dificultad. Es al revés. La dificultad está en el escalador. Lo que se necesita es elaborar una “escala de subjetivismos”. “Fácil” o “Difícil” son valores subjetivos  humanos, no son valores atómicos  geológicos. También aquí cada escalador ve a la montaña como el escalador es.

De la misma manera el mundo, la humanidad, es tan puro o tan perverso como a mí me parece que es. Estoy midiendo a la totalidad del  mundo  con mi parcial  subjetivismo.

Melanie, unos de los personajes de la novela Lo que el viento se llevó, es una mujer sencilla y bondadosa. Margaret Mitchell, la autora, la describe así: “No había sirviente estúpida en la que ella no descubriera alguna cualidad de lealtad o afectuosidad, ninguna tan fea o desagradable en la que no encontrase  gracia de formas o nobleza de carácter, no había hombre insignificante  o fastidioso en el que ella no  viese la luz de sus posibilidades…”Melanie veía el mundo como ella era. O sólo veía la parte del mundo que era como ella era.

Benedictus Spinoza dice que la intensidad con la que criticamos una cosa, o situación, es la medida que esa afección viven en nosotros: "la fuerza de cualquier afección se define por la potencia de la causa exterior comparada con la nuestra."

Pigmalión creía que la mujer guarda en su corazón una infinita perversidad y se apartó de las mujeres. No repudiaba a la mujer en si sino a su perversidad.  Buscaba la pureza.

 Era escultor y empezó a trabajar el bloque de mármol dándole forma de mujer. Al final logró una figura de  mujer tan perfecta que acabó enamorándose  de ella. Le hablaba y la besaba como si fuera de carne. Y en su lecho dormía con ella como si fuera de carne.

Ovidio, el poeta, habla por medio de Pigmalión a los que  de una u  otra manera tiene confinada en su casa a su mujer para que no tenga contacto con el mundo.  Por los medios sabemos que Fulano mantuvo encerrada, bajo llave, literalmente, a su mujer durante cinco, diez o quince años. Hasta que fue liberada por la policía.

La mujer de Pigmalión también sólo era de Pigmalión. Pero sólo era una escultura de mármol. No había reciprocidad. Como tampoco la hay  con las muñecas inflables de plástico. O en el retrato de mi artista favorita que tengo en la pared de la recámara.

En ocasión de la fiesta que el pueblo hacía a Venus, en aquella isla llamada Páfos, y en todo Chipe, Pigmalión pidió a la diosa Venus que le permitiera conocer a una mujer como la que él tenía de mármol en su casa. No se atrevió a  decir que la de mármol la hiciera de carne.

La obra perfecta de Pigmalión no podía ir más allá del mármol. Le faltan las potencialidades de amor, odio, santidad, perversidad, hastío, alegría, lo que llamamos necesidades vulgares fisiológicas, como pedorrearse o la fantasía para escribir una novela.

Todo eso ya lo hicieron los dioses y basta asomarse por la ventana para comprobarlo. Las calles están llenas de criaturas que tienen todas esas potencialidades. La iracundia de una Scarlett O´Hara o la espiritualidad de una Teresa de Ávila.

La perversidad que él tanto repudia es parte de lo humano. Si bien, sólo una parte, no lo llena todo, como él lo cree. Más aun, pedir pureza, como él lo exige, esa sí es una perversidad. Se puede aspirar a la santidad, que es superación de lo demasiado humano, pero no pureza, que niega la condición humana.

¿Una mujer de carne y hueso como la de mármol que Pigmalión tiene en su casa? Era, ciertamente, una petición absurda. Pero no para Venus. De ahí el dicho que los humanos no vemos la vida como la ven los dioses.

La lógica de la diosa Venus es que la adoren, no que se haga del amor una cuestión puramente virtual. Ver películas pornográficas para Venus es sólo cosa de comer palomitas en el cine que nada tiene que ver con el amor. No hacer el amor realmente es rechazar a la diosa Venus.

 Para Pigmalión parecía una petición imposible pero para Venus fue lo más propio. Y se apresuró a cumplir el deseo de Pigmalión. El amor es de dos, no es de uno. Y de tres, como el de uno, ya no recibe el nombre de amor.

Ahora, desde que a las universidades públicas les dio por laicizarse, Venus ya no se hace presente a los hombres como antaño. En su lugar instaló oficinas por todo el planeta. Se les conoce a estas oficinas  como “Centro de Salud Mental”. Ahí el tratamiento busca  reintegrarlos a la vida de la  comunidad normal, de amor, erótica y sexual. Como Venus hizo con Pigmalión.

Ovidio nos relata el final de la historia de Pigmalión:

“Cuando regresó a su casa, se dirigió hacia la imagen de la doncella y, al ponerse en el lecho, le dio un beso, pareciéndole que estaba tibia. De nuevo acerca su boca y con la mano le toca el pecho. A ese contacto el mármol se reblandece y, abandonando la rigidez se hunde bajo los dedos y cede…La diosa asiste a su matrimonio, que es obra suya. Y cuando los cuernos de la luna  se habían juntado nueve veces  formando el disco completo, la esposa dio a luz una hija, Páfos, cuyo nombre tomó de la isla.”
 
Ovidio
“Publio Ovidio Nasón (Publius Ovidius Naso, Sulmona, 20 de marzo del 43 a. C.Tomis, actual Constanza, 17 d. C.) fue un poeta romano. Sus obras más conocidas son Arte de amar y Las metamorfosis, esta última obra en verso, recoge relatos mitológicos procedentes del mundo griego adaptados a la cultura latina de su época.”








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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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