¿Se búsca la libertad a través de la
funcionalidad psicofísica?
El alpinismo
es una de esas actividades que se practican lejos de los
estadios y las luces accionadas por las leyes del mercado, como sucede con
algunos deportes del valle.
Busca la
soledad terapéutica entre los bosques
pero con relación a la ciudad que es el hábitat al que pertenece.
“Vencimos a
la montaña” o “conquistamos ese meridiano del desierto”, son expresiones del
argot alpino.
Para que eso
tenga sentido fue necesario convertir rocas en células. Antropológizar, primero
a la montaña, y luego darle categoría de cosa animada como lo entienden los
humanos.
Libertad a través de la funcionalidad psicofísica.
Si nos va
bien decimos que la montaña es nuestra amiga. Cuando la tragedia se presenta
juramos contra ella. En su bella novela Grieta en el Glaciar, Roger Frison-Roche,
hace decir a Zian, guía alpino, que
acaba de sufrir la muerte de un “cliente”, durante el descenso de la Aiguille
Ravanel, en los Alpes Franceses: “Furioso, lanza invectivas contra la montaña”.
Sigue toda
una escala de dificultad, que le han dado los hombres a la montaña, de manera artificial y subjetiva, en la que
continua el proceso, o la intención, de humanizar a la montaña. Igual que
sucede en el box con sus categorías de peso mosca, peso ligero, etc.
Sólo que la
montaña pertenece al “reino” de la geología, no al de la antropología.
Gravedad,
altitud, latitud y longitud son las realidades con las que tiene que vérselas el
alpinista. No tanto con la montaña.
Si no hubiera
gravedad andaríamos flotando, quitados de la pena, con una taza de café en una
mano y con la otra fumándonos un cigarro a lo largo de desplomes y paredes de
roca y hielo. Pero la realidad es que es
la gravedad la que nos aplasta contra la
base de la montaña y es necesario ir ganándole metro a metro hacia la cumbre.
La altitud
es la que nos va a indicar la cantidad
de oxigeno que se relaciona con la producción de glóbulos rojos en nuestra sangre.
Además de la temperatura que nos obligará a llevar cierta clase de ropa, sacos
para dormir, tiendas de campaña y material. Temperatura y oxigeno, entonces,
son los factores sobre el nivel del mar
los que nos imponen normas de conducta.
A.A.A. en el ignoto flanco oeste del Citlaltépetl. Vagabundear durante días por sus viejos lahares,bosque y glaciares,arriba de los 4 mil m.s.n.m. Foto diciembre de 2011.
A.A.A. en el ignoto flanco oeste del Citlaltépetl. Vagabundear durante días por sus viejos lahares,bosque y glaciares,arriba de los 4 mil m.s.n.m. Foto diciembre de 2011.
Algo
semejante va a ocurrir con la proximidad que tengamos con la latitud ya sea norte o sur, y sus masas de hielo.
La longitud,
en cambio, nos hace pensar más en sus
paralelos norteños (en torno del paralelo 30) y los desiertos secos donde están distribuidas las grandes extensiones
arenosas del planeta. Sin dejar de anotar que, en esos mismos paralelos, más
allá de Irán, hacia el este, están Paquistán, la India, Nepal…
Todo es pura fenomenología. De la que también es
parte el humano. Sólo que el humano no es pura causa y efecto mecánico. Piensa
y anhela lo ilógico. Habla de voluntad, estética y todas esas cosas. Y aquí es
donde pone un pie fuera de la fenomenología. No hay nada lógico en la intención
de subir la montaña, nada más por subirla. Enfrente queda lo ilógico para el
alpinista.
¿Por ego? Tampoco.
En el valle se puede practicar el hedonismo y el utilitarismo en todas sus facetas que se le puedan ocurrir
al más agudo de los solipsismos, sin necesidad de pasar fríos, hambres y
peligros que pueden ser mortales. Rodeados de placeres, vinos, aduladores,
mujeres y manjares. ¿Para que ir hasta
la lejana montaña?
El reverso
de la moneda nos mostraría al individuo que va a la montaña para conocer las potencialidades propias, físicas,
anímicas y técnicas. Igual que hace el atleta sobre la pista de correr.
Manuel Ramírez,guía alpino de Pachuca Hgo, México, en la cumbre de El Obelisco,Región de los Frailes,1943.
Lejos de
percibir algún dinero por ir a las montañas (sucede en áreas restringidas donde
hace las tareas de guía profesional), el individuo financia de su bolsa todo lo
que haya menester. Esta es la prueba que va por decisión propia.
Por eso se
cree que el alpinista nace, y se hace sólo en el aspecto que debe informarse de
las materias prácticas antes mencionadas.
Nace como
nace el poeta o el místico o el escritor de novelas.
Es una
especie de determinismo, “como un péndulo que se mueve entre el racionalismo e
iluminismo, o sea entre el uso de la
fuente de conocimiento objetivo y subjetivo” según hemos copiado de Schopenhauer.
De alguna
manera, la mayoría de las veces, inconsciente, va buscando, a través del rudo
ejercicio de ascender, bajar montañas o cruzar desiertos, la ausencia del
dolor, porque sus placeres estéticos, él los concibe de manera diferente a como es el fausto en mucha gente del valle.
La ciudad
para él es el lugar donde yacen los valores auténticos de la existencia humana,
pero están revueltos con intereses inmediatos, legítimos, con otros mezquinos y
hasta vesánicos.
En su marcha
por los senderos del bosque, evolucionando por las paredes de roca, nieve y
hielo, el alpinista tiene mucha claridad de la miseria que hay en las clases
sociales desprotegidas y el hastío en las clases acomodadas que habitan el
valle. Esa antinomia provoca muchas fricciones y las calles se llenan de ruido.
El instinto social hace que se reúnan un día y al siguiente se rechacen.
El alpinista
no es un reformador social. Sólo quiere encontrarle un sentido a la vida, a su
vida, yendo cada vez en busca de tres cosas que son salud, funcionalidad y
libertad. Y, ésta última, como su síntesis: libertad.
Pero intuye
que sólo buscando la salud psicofísica, por medio del recio ejercicio de ir por
las sierras, bañarse con el sol de los desiertos o caminando entre los bosque
umbrosos, se puede aspirar a la funcionalidad. Igual que sea de diez años de
edad que de noventa o cien. Cambiarán el ritmo y los grados de la pendiente,
pero él o ella seguirán allí,subiendo y bajando.
Funcionalidad
para la libertad. Porque si hay una cosa de más valor, que la vida misma, es la
libertad. Es lo que nos enseña la historia de los pueblos de todas las épocas.
Los hombres entregan su vida por la libertad.
El alpinista
sabe que la libertad profunda es con relación a su propia cárcel. Sabe que muchos que van por la calle son más
prisioneros que el preso que está tras las rejas de la cárcel. Por algo está la
psiquiatría. Muchos sufren hasta porque son felices. Pero se dan cuenta de ello
hasta que ya no son felices. No supieron ser felices en la ausencia del dolor.
Ser capaz de
llegar a sentir la ausencia del dolor a través del rudo ejercicio de ir por las
montañas. La gente del valle siente el dolor pero no siente la ausencia del
dolor.
Para ello el
alpinista busca defender su individualidad de voluntad y su funcionalidad
física.
Manuel García resolviendo el paso clave de la Vía Whymper,flanco oriental del cerro Chiquihuite,Sierra de Guadalupe,norte de la Ciudad de México.
Fue uno de los escaladores, en los años cincuentas, del siglo veinte, que acometieron y resolvieron problemas de Las Inescalables, 5mil m.s.n.m. flanco norte de la Cabeza de la Iztaccihuatl,México. Foto invierrno de 1958.
Pero
también, siguiendo a Schopenhauer, respetando el principio de que el hombre es
como es, y no cuestionar su manera de ser, así sea el más detestable porque,
reiteramos, el alpinista no es un reformador, él es un escalador.
Lo que sigue
es de Schopenhauer: “cuando se quiere vivir entre los hombres, hay que dejar a
cada uno existir y aceptarlo con la individualidad que se le ha concedido,
cualquiera que ella sea.”
Como sea, lo
suyo del alpinista es prepara sus cosas, echarse la mochila al hombro y marchar
en busca de la soledad terapéutica y de la funcionalidad psicofísica. Antes
que, como una vez dijo, Epicteto, antes que el capitán del barco de la señal de
partir.
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