EN LA ÉTICA DE HERMAN NOHL


Introducción a la ética
Herman Nohl
Fondo de Cultura Económica, México, 1986

La ética como estudio es la cuestión más aburrida del mundo, y como practica el asunto más incómodo que alguien pueda imaginar.

Y cuando volteamos la cara había  ya tantas cárceles, y todas en sobrecupo, que había que pensar  en convertir los reclusorios, por sus dimensiones físicas,  en campos de concentración.

 El mundo, en mucha parte, se fue por la trapacería  al tiempo que arrojaba al cesto de la basura los libros de ética, dijo alguien del grupo mientras cruzábamos  el desierto de Chihuahua.

 Luego de forzar aquel sector de altas dunas pasamos la noche en un lugar tan bello que el mismo Mahoma se quedaría con la boca abierta. Un círculo de cincuenta metros de diámetro con árboles en derredor de una minúscula laguna de  veinte centímetros de profundidad.

 Después de eso, un centímetro más allá, el desierto  inmenso y las (ya visibles) vibraciones solares, sus serpientes de cascabel Mojave, que se protegen del sol al pie de las matas de gobernadora, del ocotillo o lagartijas cola de látigo, los pinacates, escorpiones y arañas…

Al echarnos a la mañana siguiente las mochilas al hombro,  nuestro compañero siguió contándonos un montón de cosas de ética. Llevaba consigo, de día y de noche, una obra de Herman Nohl. Y ya fuera en la pequeña sombra de nuestra manta o en el trascurso del campamento, en torno de la hoguera, nos leía.

Ahora que  nos dirigíamos, a pie, hacia un punto llamado El Volcán, algo así como 90 kilómetros de desierto de arena sálica blanca, carente de sombra y de agua, en dirección noroeste, en todo el tiempo bajo la sombra improvisada de nuestra manta, de las 13:00-16.00 horas, y 52 grados Celsius, o en las tiendas, al amanecer, leía a Nohl.
Consultando la brújula. En el desierto no se puede perder el rumbo... En la sociedad tampoco...

Aristóteles se refería al hedonismo y a la abstención. Una referencia muy ad hoc para nuestros tiempos sería la bulimia y la obesidad. El exceso y el defecto al parecer son cuestiones antitéticas pero  que se necesitan o, al menos, ahí están. Y si están es por algo no por adorno. Sobre todo como testimonio didáctico.

Lo bueno y lo malo o el bien y el mal son referentes el uno y el otro. Como la graduación del termómetro que nos lleva al congelamiento del 0 grado y al hervor de 100 grados. O como las bellísimas teorías políticas de las constituciones de los países, aparejadas con sus leyes secundarias y, enfrente, la práctica política, suficientemente turbia como para que el más santo pierda su alma.

Para el caso que tratamos, a la biología y a los valores vitales. La religión una espiritualidad que se hace carne o que actúa a través del fenómeno. En tanto la filosofía parte de la tierra hasta ir conquistando la evolución espiritual.
El oasis

Ya instalados por la noche, en el cuarto campamento, casi sin agua en los recipientes, pero con muchisisímas  estrellas sobre nuestras cabezas, nuestro compañero dijo que todos los días en la charla de café decimos “el ser humano…” y muchos creemos que es la misma cosa cuando en realidad es la manera de decir que es la fórmula que une lo antitético. El ser, es, pero lo humano tiene que hacerse.

Hacerse a través de la cultura con los valores éticos del laicismo y con  los valores morales de lo religioso. Precisamente, dijo, Aristóteles llamó a  uno de sus libros Ética Eudemia. Eudemia es vivir bien a través de una serie de actos ganados por la razón como punto intermedio entre  el exceso y el defecto.

Sólo cuando nos hemos alejado de la cueva (aquella curiosa y trágica manera de presentar al cavernícola del pleistoceno con un garrote en la mano diestra y con la siniestra arrastrando a la mujer agarrada de la cabellera), podemos decir aquí estamos pero sólo de paso. ¿Dijiste pleistoceno? En él estamos…
La sombra artificial.:48°-Sol 52° Esa diferencia de 4 grados nos mantenían todavía en este planeta...

Hablan nuestros instintos y nuestra necesidades básicas, pero no es esta la meta del viaje que hemos emprendido, cita a  Nohl:” Por encima del estrato impulsivo, en donde se realiza nuestra vida física y que absorbe a la mayoría de los hombres, en un grado tal que raya en el tormento, se elevan las actividades superiores de las direcciones fundamentales de nuestro espíritu.”

El camino hacia lo humano es más arduo de lo imaginado. Con frecuencia nos parece más cómodo quedarnos habitando en la cueva. En su novela Lo que el viento se llevó Margaret Mitchell dice que el hombre se queda casi traumado cuando descubre que su mujer es capaz de pensar y, ¡increíble: hasta tiene potencial para las matemáticas! Antes de aceptar eso Schopenhauer se hubiera ido de este planeta.

La conquista de lo humano, del Humanismo, no es ningún juego.

Así de ese tamaño estamos cuando los griegos, del tiempo de Platón, pronunciaron la palabra tyhmos, que es el alma como fuerza vital en el hombre. O cuando Parménides, contemporáneo de Sócrates, empezó a ver la acción del atomismo por todas partes,  en lugar  de los  inmortales del Olimpo. 

Y el mismo Sócrates razonador se fue por el camino de la inducción sin la cual, diría más tarde Fichte, no hay filosofía. Ni ciencia académica.

Pero en realidad es imposible para el humano conducirse con ética de manera mecánica, sin sentimientos, como si estuviéramos fuera de la fenomenología. 

Las pulsiones tiene la misión de asegurar la continuación de la vida y estas no siempre están de acuerdo con las construcciones sociales que hacen los pueblos refinados.

Ir por la vida en la absoluta y virginal pureza, en el rango de los humanos, eso no existe. Aquí es donde aparece un estado supremo de la ética que es rescatar al infractor que quiere rescatarse.

 Se auto rescata o más bien se enaltece, cuando incluye los verbos ayudar y perdonar, tal como dice Nohl que hace el cristianismo: “Que el cristianismo haya incorporado la bondad a su concepto de lo divino, que haya encontrado en lugar del Dios que sólo exige, al que también perdona y ayuda, constituye el máximo ahondamiento ético de esta religión.”

Como sea, nuestra realidad  criminalizada nos está diciendo, casi gritando, que hay otra clase de libertad, más trascendente que la libertad tras las rejas. Y esa libertad sólo se recupera si emprendemos la tarea de sacar  los libros de ética del cesto de la basura.





“Herman Nohl. (Berlín, 1879-Gotinga, 1960) Pedagogo y filósofo alemán. Fue discípulo de Dilthey y profesor en Gotinga. Editó los Escritos teológicos de juventud, de Hegel (1907), y es autor, entre otras obras, deSócrates y la ética (1904), Introducción a la filosofía(1934), Antropología pedagógica (1938) e Introducción a la ética (1939).”Wikipedia
















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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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