Schopenhauer y el élan vital sobre el desierto


Hay tanta belleza en el desierto  que es difícil pensar que aquí sólo hay átomos llevados por el viento.

Deberías ver al psiquiatra por ver cosas donde sólo hay granos de arena, dijo alguien del grupo.

Otro recordó que hay una escala de cualidades, esencias, hasta que llegan al grado de lo visible, de la fenomenología. Como el fotógrafo conoce la escala de grises que van del blanco hasta el negro, o viceversa. ¿Cuál grado estaría viendo el otro? Era obvio que solamente el del fenómeno.

Cosa curiosa, con las vibraciones de un sol de 50 grados en el desierto, y los espejismos por la sed que se ha ido acumulando hasta los niveles de la deshidratación, parece, no obstante, que tenemos una percepción clara de la realidad. ¿La realidad? Alguien bajo el efecto de los hongos alucinógenos diría ¿cuál de las dos realidades? Se cree  que hay dos realidades.

Cantidad y cualidad parecen ser una misma cosa, la realidad, sólo que partida en dos abstracciones, la material y la virtual. A eso los alucinados llaman dos realidades.

 Algo así como si el ejercicio mecánico sexual lo encerrara todo, nada fuera de la piel, y negar los sentimientos que viven en torno de ello.

En el desierto recordamos que  “cantidad y cualidad son aspectos de la realidad” La pregunta  sería no cuál de las dos realidades   sino ¿cuál de las dos abstracciones? La expresión “yo vivo en la realidad equivaldría a decir vivo ecuménicamente en las dos abstracciones”.

Las cosas son concretamente las cosas, insiste el otro fijándose en la reducida área de la sombra que  proporciona la manta que nos protege y delimita los 45 grados Celsius de los 50 grados de un centímetro más allá. ¡Cinco grados de diferencia!

Cuando en el desierto nos movemos entre los 30 grados y los 40 o los 40 y los 50, todo transcurre bajo los riesgos calculados. A partir de los 50 grados un solo grado ya puede ser mortal.

Se tiene la sensación que el fluir de la sangre se torna viscosa y el corazón debe hacer esfuerzos extras. Sombra y agua son el remedio. De otra manera puede venir lo que la medicina del deporte llama “muerte súbita”. Pero precisamente en los desiertos de arena lo que falta son la sombra y el agua. Al menos en el itinerario que seguimos esta vez.

Enfrente un vientecillo (muy caliente) que recorre las aristas superiores de los médanos se lleva los granos de arena más finos para elevar otra duna más allá. Es un proceso mecánico a cargo, sobre todo, del viento dominante.

Todo parece tan sencillamente mecánico hasta que otro del grupo comenta que el élan vital del desierto también hace lo suyo. Quiere decir que  la cualidad  debe existir en el desierto  en yuxtaposición, o en complementación, a la materia atómica.

“hemos insistido en la dualidad de la cantidad y la cualidad y también en la relación de cada una  con la otra. Son como la interioridad y la exterioridad, o al menos sentimiento de interioridad, y viceversa… -anota Jean Wahl en Introducción a la filosofía-Tocante al materialismo, en tanto es mecanicista debe considerársele  como una filosofía de la cantidad. Pero si en respuesta a la crítica que hizo de él, por ejemplo Hegel, se librase el materialismo de esta categoría de la cantidad, podríamos concebirlo como una filosofía de la cualidad.”

Otro del grupo tiene la intención de molestar y dice: “A la estatua la hace el artista a partir del mármol y se sirve del cincel. A la duna la hace el élan vital y se sirve del viento. La belleza no sólo puede estar en la mujer y en la estatua, también está  en la duna.”

El élan vital de Bergson, o la fuerza vital de Emerson, son considerados más cercanos a la Voluntad de Schopenhauer.

Una fuerza de vivir que surge de alguna parte. Quizá podríamos relacionarlo con la cosa en sí que dicen los filósofos. Esa que es por sí, no por ninguna otra causa…

El mismo Schopenhauer ofrece la siguiente definición de la cosa en sí: “Cosa en sí significa lo existente independientemente de nuestra percepción, o sea, lo que existe realmente…Todo ser en la naturaleza es a la vez apariencia y cosa en sí.”(En torno a la filosofía)

En tanto que Leibniz se refiere a la cosa yuxtapuesta a la materia como sustancia: “La idea de sustancia  no es tan oscura como se piensa. De ella podemos tener el conocimiento que se debe tener  y se tiene de las demás cosas, y el conocimiento mismo de las cosas concretas es siempre  anterior al de las abstractas.” (Nuevo tratado sobre el entendimiento humano).

Como  hay dos puntos de vista, al parecer irreconciliables, les recuerdo algo de Jean Wahl: “Siempre tendremos estos dos puntos de vista, el de que hay  en el fondo de las cosas una homogeneidad abstracta  y en el que hay una homogeneidad concreta. Será interesante insistir  en esta idea de lo concreto, “concreto” quiere decir  un incremento o desarrollo mutuo.”

Mis compañeros del desierto no hacen caso y prefieren seguir viviendo cada uno en su abstracción. Sólo con la mitad del todo.
Schopenhauer


“Arthur Schopenhauer [Acerca de este sonido 'ʔatʰu:ɐ 'ʃo:pnhaʊɐ (?·i)] (Danzig, 22 de febrero de 1788Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta.”




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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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