LEIBNIZ Y UN VIEJO ASUNTO DIALECTICO ENTRE LAS DUNAS DEL DESIERTO



Estamos a cierto nivel de la observación de las cosas.

El desierto es como lo vemos, pero no es el mismo para todos.

El desierto de Altar, Sonora, México, es el campus natural menos desierto que podemos imaginar. Empezando que en su cielo, a diferencia de la ciudad en la que hay muchos semáforos, allá hay muchas estrellas. Arañas  mortales para el humano, algunas (las violín) de apenas unos milímetros de tamaño. Son de origen suramericano y llegaron a Norteamérica en los barcos bananeros.

 Y arriba, en la noche, no muy lejanas, unas luces de trayectoria irregular, como la un papalote. Una  leyenda dice que son extraterrestres y otra leyenda que se trata de naves construidas por  algún país terrícola. Según la información que del asunto se tenga.

 Luces que se   quedan inmóviles en el cielo o se pierden a la distancia en menos de  treinta segundos.   Las hemos visto en varias ocasiones. Y lo hemos publicado  (Desierto de Altar, Dirección General de Actividades Deportivas y Recreativas de la Universidad Nacional Autónoma de México, 1978.El rumor del desierto, Editorial del Magisterio “Benito Juárez”, Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, México, 13 de diciembre, 1985).

En la feria de diversiones miden la estatura de los niños con una barra horizontal. Si da la altura tiene vía libre para esa serie de juegos. Con estatura menor los envían para juegos poco complicados y menos riesgo.

Las cuestiones subjetivas dan más margen para escabullirse pero en general es lo mismo. La verdad es la que yo entiendo a mi nivel, a mi estatura existencial y cognitiva, dice Jean Wahl en su  Introducción a la filosofía.

Nos sorprenderíamos si pedimos a tres que, sentados en el sofá, viendo programas de televisión, escribieran sus opiniones al respecto. A-Encontraría el afán, apenas soterrado, de des culturizar al pueblo, en el supuesto que todavía tenga algo que des culturizarse. B-Diría que un  pueblo culto no toleraría jamás esa basura que entra a la casa por la pantalla chica. C-No hace falta más calidad en la programación pues tiene la necesaria y además es  divertida de manera profesional… Tres estaturas para la feria de  la vida.

Así, según el modo de ver las cosas, cada uno de nosotros, vemos un desierto que seguramente nada tiene qué ver con la manera que los otros lo perciben. 

Lo que se sabe, sin conocer, es que el desierto es una cosa horrible porque así lo ha proyectado el cine y la literatura sensacionalista.

Esto es porque para Leibniz todo viene de Dios pero el humano también debe hacer lo suyo para ir despejando el camino de prejuicios que, a fuerza de tanto oírlos, tomamos por buenos. Y como para nosotros son buenos, después nosotros mismos vamos propalando esos prejuicios.

W.K. Guthrie nos invita, en su obra Los filósofos griegos, “a detenernos y estudiar con cuidado a estos pensadores para evitar una serie de ideas deformadas que, por ignorancia o de manera deliberada, han sufrido a través de los siglos.”

Todo esto se puede cambiar mediante el estudio. Pero nótese que para Leibniz el conocer  no es destruir sino despejar: “a veces los prejuicios pasan por ideas naturales, lo cual es consecuencia de las malas enseñanzas de la niñez o de las malas costumbres que la educación y el ambiente forman en nosotros.” (Nuevo tratado sobre el entendimiento humano)

Y Schopenhauer también cree, como los espíritus religiosos, en los determinismos. Si bien su determinismo es laico. Profundamente respetuoso de la naturaleza de cada individuo. Esta defensa a ultranza, de la personalidad del individuo, es lo que en el mundo de las letras le ha ganado la más persistente y orquestada campaña de desprestigio.

Su respeto empieza por rechazar tajantemente que   todos veamos el mundo de la misma manera ¡cada quien lo ve  como lo puede ver no como es! Eso sí sería un insulto para la persona y habría que apresurarse a llamar a Derechos Humanos. En el tiempo de Schopenhauer no se habían instituidos los Derechos Humanos y algunos filósofos eran los que bregaban en este sentido.

En La sabiduría de la vida, Schopenhauer escribe: “nadie puede modificar su individualidad propia, es decir, su carácter moral, sus facultades intelectuales, su temperamento, su fisonomía, etc.…Por eso, cuando se quiere vivir entre los hombres, hay que dejar a cada uno existir y aceptarlo con la individualidad que se le ha concedido, cualquiera que ella sea. Hay que preocuparse únicamente   de utilizarla en cuanto lo permitan su cualidad y su organización, pero sin esperar modificarla y sin condenarla  pura y simplemente tal como es.”
Leibniz


“Gottfried Wilhelm Leibniz, a veces von Leibniz1 (Leipzig, 1 de julio de 1646 - Hannover, 14 de noviembre de 1716) fue un filósofo, lógico, matemático, jurista, bibliotecario y político alemán. Fue uno de los grandes pensadores de los siglos XVII y XVIII, y se le reconoce como "El último genio universal". Realizó profundas e importantes contribuciones en las áreas de metafísica, epistemología, lógica, filosofía de la religión, así como a la matemática, física, geología, jurisprudencia e historia.” Wikipedia



























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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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