LA FANTASIA CON ZENON EN LA LITERATURA


Se necesitó ser fantástico, excepcional, para descubrir a la fantasía como  motor que produjera el  movimiento, el devenir, más allá de la actividad biológica animal.

Zenón de Citio tuvo la idea que revolucionaría a la filosofía hasta nuestros días, con la breve deducción que para tener fantasías primero hay que existir: “la fantasía es la impresa, grabada y sellada por quien existe y según existe, cual ciertamente no la produciría quien no existe.”Esto dice de él Diógenes Laercio en su obra Vida de los filósofos más ilustres.

Y cuando se le preguntaba cómo es la fantasía, Zenón  respondía que “la que no dimana de objeto existente.” Es decir que la fantasía es por  sí, es en sí.

Como un anhelo de libertad,  dice Chesterton, de la manera que él ve hacia los milagros: “Creer en los milagros ciertamente es más liberal porque significan, primero la libertad  del alma y segundo, su control sobre la tiranía de las circunstancias.” (Ortodoxia)

 Chesterton agrega  que la fantasía es necesaria para los mitos que es terreno etéreo donde viven los poetas: “Un mito es, ante todo, una obra de arte, una creación de poeta que sólo puede ser criticada por los poetas, y si se juzga por el origen popular de las leyendas, los poetas forman la mayor parte de la humanidad.”

 La fantasía para Zenón fue la que disparó el pistoletazo (expresión de Hegel) para alejarse de la animalidad. La fantasía estuvo antes que el famoso dedo prensil para el trabajo con la urgencia de llenar al estómago.

Como el escalador que, primero, piensa alcanzar aquella cumbre, y luego, ejercitarse de manera conveniente, para tal empresa.

En siglos cercanos Zenón hubiera dicho “fantaseo, luego existo”. 

Por lo que la idea de Zenón llegó al mundo de la filosofía bajo la forma de “Pienso, luego existo” y él, por el contrario, puso el verbo al final de la oración: “primero hay que existir”.

Zenón es el que abre la brecha para despejar el campo a poetas y novelistas: la fantasía.

También para la ciencia pero aquí los hombres procuran evitar la tentación  lirica y prefieren ir paso a paso tratando de comprobar lo que primero imaginan y luego construir las herramientas necesarias.

 En el siglo diecinueve se descubrió la cueva de Altamira, en España, con pinturas de unos treinta mil años de antigüedad. Pero entonces el mundo sólo tenía seis mil años. ¿Cómo resolver eso? 

Alguien tuvo la fantasía de que el mundo debía ser más antiguo. Fue hasta mediado del siglo veinte que se descubrió lo del Carbono 14.

Francis G. Elliot S.J. diría más tarde que “el origen de la vida se retrotrae por lo menos a tres mil millones de años…” (Teilhard de Chardin, Evolución, marxismo y cristianismo)

De ahí que donde el lirismo se mueve con más ligereza es en el campo de las humanidades, según anota Henry Bergson en Introducción a la metafísica: “todo supuesto conocimiento filosófico es una fantasía más o menos bella, ya que no usa de la medida, de la experimentación, de la observación.”

Zenón sabía lo que decía a este respecto de la fantasía entre los hombres de ciencia. Diógenes Laercio escribe de él que: “se entrega todo noche y día, siempre invicto, al estudio de las ciencias.”

Condición principal para poner a prueba, o afinar, la fantasía, fue considerar por qué lado subir a la montaña. ¡Por el norte! ¡No dijo el otro, por el oeste debido a que los vientos…! Así se llegó al acuerdo, a la síntesis. Así se llegó a la práctica de la dialéctica. Y cuando el compañero de escalada dijo: ¡Bien, hagámoslo! empezó el olin, lo que en nahuatl quiere decir, movimiento, y devenir, como se dice en occidente.
LA FANTASÍA VA POR DELANTE
Dibujo tomado del libro Técnica Alpina de A.A.G. y M.S.

Fantasía, dialéctica y devenir, pasaron a formar parte del mismo paquete.

Alguna vez-parafraseando a Joaquín Sabinas-los de la barra brava le harán un monumento a Zenón, por haber descubierto a la fantasía.

Porque la fantasía ya estaba ahí, sólo se necesitó existir, y ser fantástico, para descubrirla.

 O, como dice Schopenhauer, ser en sí. No ya la cosa en sí, que es sustancia metafísica, sino ser en sí, como éste filosofo llama a ese conjunto de músculos, huesos y fantasía, que llamamos "humano".

“Y la fantasía, a la oscuridad, la trasforma en día, en una realidad.” Es parte de la letra de una bella canción el Grupo sueco ABBA.

Para José Ortega y Gasset el requisito para escribir novela es la fantasía: “Sólo será novelista quien, por encima de todas sus restantes aspiraciones, sienta el delicioso frenesí de contar, de imaginar hombres y mujeres y charlas y pasiones.”
ZENÓN DE CITIO



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Zenón de Citio (Cicio o Citio, Chipre, hacia 334 a.C. - 260 a.C.) Filósofo griego, fundador de la secta del estoicismo. Poco satisfecho de los sistemas que Crates, Estilpón, Jenócrates y Polemón enseñaban en Atenas, inventó a su vez uno, y fundó, en el año 300, aproximadamente, la célebre Escuela estoica o del pórtico, llamada así por enseñar bajo el Pórtico Pintado (Stoà Poikile).  Entre sus escritos figuraban La república, Los signos, El discurso, La naturaleza, La vida según la naturaleza y Las pasiones. Todas estas obras se han perdido.”
Wikipedia








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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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