LA FIESTA DE LOS MUERTOS EN MÉXICO


Fausto quedaría impactado al saber que en México 100 millones de habitantes,  de 120, festejan a los muertos. Les hablan, les preparan comidas y bebidas y al final  los despiden, como cuando una madre se despide del hijo cuando éste se va a trabajar,  en la seguridad que estará de regreso.

 Esto sucede en el mes nahuatl de ochpaniztli, que en el calendario gregoriano es el 1 y 2 de noviembre de cada año (en realidad el regreso de los muertos es al mes siguiente, en Teotleco:”celebrábanse diversos festejos para conmemorar el regreso de sus dioses que, se aseguraba, volvían de larguísimos viajes”)

Brujas, diablos, mictlantecutli´s,muertos hombres y mictlancíhuatl’s, muertas mujeres( en nahuatl se pluraliza de otra manera) llenan calles, plazas y centros comerciales. Millones de niños vestidos, engalanados, y pintados de las más diversas criaturas del averno cristiano (sorprenderían al mismo Dante) y del Mictlán mexicano, acompañados de sus madres  y padres, igualmente maquillados y disfrazados, van pidiendo dulces o monedas.
LAS BRUJAS DE WALPURGIS

 Los comercios se preparan convenientemente para dar, siquiera un dulce, a cada uno de los que componen miríadas y más miríadas de niños.

Después del 12 de diciembre, en el que 119  millones de individuos, festejan a la Virgen de Guadalupe, la Fiesta de los Muertos (la unión, la fundición, del Mictlán nahuatl, y  el Walpurgis europeo),la Fiesta de los Muertos es en México la más concurrida.

Y por más que desde la laicidad intelectual, y la secta religiosa, se arremete contra la magia, el mito y la leyenda, más crece en México la celebración de la  Fiesta de los Muertos.

Ninguna celebración de carácter nacional, seglar espontánea u oficial, se parece ni de lejos, a la Fiesta de los Muertos en lo popular y concurrida. Aquí el que atente contra esta fiesta está trabajando, subterráneamente, contra la voluntad del pueblo.

Y, sin embargo, el mexicano en su mayoría, no está consciente que por fin, al menos en este tema de la muerte, en el país, para no hablar del continente, se tienen desde hace cinco siglos dos grandes culturas, la autóctona, la de Tezcatlipoca-Tlaloc, y la occidental.

Se cree que el Halloween es una invasión, un caballo de Troya cultural, para desplazar a la cultura propia indígena.

Es, en efecto, una invasión. Como invasión es el idioma, la religión, la plus valía, la cultura helénica y la Coca-Cola. 

Cuestiones muy valiosas y muy terribles que llegaron para quedarse. Son parte de nuestra cultura global. No son dos abstracciones de una cultura, son dos grandes culturas que necesitamos conocer a fondo, no en superficie.

Los aventureros se llevaron nuestro oro en su baúl de piratas pero, en su prisa por marcharse, cuando llegaron las guerras de independencia, nos dejaron el baúl lleno de libros de la cultura helénica-cristiana o, como se dice, la grecorromana. Con sus grandes valores religiosos (su elán vital) y filosóficos, vale decir, laicos.

Entre otros la Iliada, el Nuevo Testamento y Novelas Ejemplares.

De esa manera los mexicanos tenemos ahora tres clases de muertes. Schopenhauer cree en la mortalidad de la vida pero a través de la naturaleza que se renueva y se prolonga sobre las generaciones humanas. La Humanidad perdura, el individuo se va. A semejanza de las hojas que caen cada otoño, pero el  árbol permanece: 

“reconoce tu mismo ser en esa fuerza íntima ,oculta, siempre activa, del árbol, que a través de todas sus generaciones de hojas no es atacada ni por el nacimiento ni por la muerte, ¿no sucede con las generaciones humanas como con las de las hojas?” (El amor, las mujeres y la muerte).

La otra inmortalidad de la cultura occidental es metafísica. El cristianismo conserva intacto el yo del mortal después de su fallecimiento. Un alma para un cuerpo, por sobre los tiempos  fenomenológicos y los tiempos vitales.

Con  los valores del bien y del mal, que se representan con imágenes de ángeles bellos de blanca alas, o feas brujas montadas sobre una escoba, cumpliendo ordenes del todavía más feo Satanás y sus legiones de diablos ayudantes.

 Maneras de referirse a  toda una escala de la pureza y su depresión.

En la cultura nahuatl, mexicana, no hay duda de la inmortalidad. Las faltas se pagan en esta vida y no remitirán a nadie al infierno metafísico porque sencillamente no hay infierno. Mictlantecutli es el Señor, el dios, del inframundo, oscuro, como el sótano de los edificios,  que sólo se conoce de pasada.
MICTLANTECUTLI

Al final está el Tlalocan, paraíso nahuatl,representado en un fragmento original del lugar que se llama Tepantitla, dentro de la ciudad sacratísima de Teotihuacán, la más portentosa  concepción espiritual y material, arquitectónica, del Altiplano Mexicano, de tiempos precristianos.

Aquí la muerte es, tal como la imagina Schopenhauer, junto con la vida, el otro polo de la existencia. Uno no tiene razón de ser sin el otro.

En otras culturas la muerte puede parecer terrible, en México es una fiesta a tal punto que los contratos colectivos del trabajo declaran el 1 y 2 de noviembre días no laborables. 

Cosa muy seria debe ser la muerte, porque cuando llega en la realidad, todos lloran, al menos se ponen tristes.
Pero, cuando regresa el mes de noviembre, otra vez se vuelve a reír con la , y de la,   muerte.

Se toman  las cosas con alegría  porque, como observa  Nietzsche, al final de su libro Aurora, durante mucho tiempo nos hemos tomado las cosas con demasiada seriedad.




















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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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