SALIR DE CASA A VER LA LUNA: EMERSON


¿La belleza es algo, o es alguien, y para qué sirve?

Se fueron por fin las lluvias en el Valle de México y empezó a “salir” la Luna. Sal de casa, recomienda Emerson, y encontrarás la belleza.

Luego veremos que para este pensador la belleza no es algo, sino alguien, que nos anuncia otra belleza todavía más bella o, si se quiere, una belleza superior.

Salgo  de casa, recorro varias calles de la avenida pero no encuentro por ningún lado a la belleza. Sólo veo semáforos, humo y mega anuncios agresivamente luminosos. O mega mantas con retratos de gente que desapareció.

Es que no leí el párrafo completo. Emerson anota que “Para la perfección de la belleza se necesita la presencia  de un elemento  más alto, del elemento espiritual.”

Nadie sabe, dice Emerson, por qué buscamos a la belleza.

Por qué al consultar un plano topográfico siempre buscamos el norte? ¡Para orientarnos! Esa es la misión de la brújula. Lo que quiere decir Emerson es que la belleza es una brújula que nos indica el rumbo de los valores esenciales.

Por lo pronto hay que ir a la naturaleza para satisfacer la necesidad imperiosa del hombre en la belleza.

Ahora que en el siglo  veintiuno hay terapias  para todo  quizá Emerson le hubiera llamado “bellezaterapia”.

La gente de la ciudad se cansa de la rutina. Esa rutina que edifica grandes civilizaciones y alcanza triunfos insospechados en todas partes, negocios, escuela, finanzas…Pero las personas llegan a agotarse porque se persiguen metas utilitarias, muy fácticas. Tarde o temprano aparecerá una de las 45 patologías mortales que recorren las calles de la ciudad. Estamos en el mundo de la fenomenología y no hay escapatoria.


Es cuando cobran vida las palabras de Emerson: sal de casa a ver la Luna. ¿Cuándo fue la última vez que recorriste el sendero del bosque de aquella  montaña azul que se ve en la lejanía? ¿Cuándo practicaste la bellezaterapia?

 Emerson escribe en sus Ensayos  que lo que se busca caminando por el bosque no es el lago, el río o el collado sino su propio yo: “La naturaleza es medicinal y restaura el cuerpo y la inteligencia cuando se encuentran cansados por el trabajo o la compañía. El negociante y el procurador se desentienden del ruido y del trafico de la calle y marchan a  ver el cielo y los bosques y vuelven a ser hombres; en esta eterna calma se encuentran a sí mismos.”

Nietzsche también habla a los cansados de la vida por aferrarse a este momento: “¡Huye a tu soledad, amigo mío! Te veo aturdido por el ruido de los grandes hombres y acribillado por los aguijones de los pequeños”  dijo Zaratustra.

 Y agrega, semejante a Emerson:” Los bosques y las peñas saben callar dignamente en tu compañía…La plaza pública comienza donde termina la soledad.”

Ayer un especialista en medicina del deporte dijo, en el programa de televisión, que le gente no sabe invertir para la salud de su cuerpo. Prefieren comprar cosas que mañana serán arrumbadas en el desván de los cachivaches. Después es necesario vender esas cosas para pagar el tratamiento médico…

Los alimentos básicos que da la tierra, y una inteligente dosis de antioxidantes, bastan para vivir feliz, es decir, con salud en el cuerpo. Y si a esto le agregamos tener conciencia de la ausencia del dolor, tanto mejor.

Y, como aconseja Henry Bergson, reír. Esto después que hace la observación que mucha gente sufre hasta porque es feliz. La risa aleja la vocación patológica por el sufrimiento, valga la tautología. 

Quizá la inversión en uno mismo,gastar dinero en uno mismo, empiece por visitar al sacerdote, si se es religioso, o al psiquiatra, si se es laico.
 
Dibujo tomado del libro La psiquiatría en la vida diaria, de Fritz Redlich,1968
Sal de casa, sal de ti, y contempla  la Luna, fúndete con los bosques de la montaña. Y, si puedes, llega hasta el glaciar y por las noches descubrirás que en el cielo no sólo hay Luna sino también estrellas. 

¿Cuánto tiempo hace que no ves las estrellas? En la ciudad sólo hay brumas pegajosas y semáforos. Pregúntale a la gente del norte mexicano, o a la  del sur norteamericano, y te dirá que sobre el desierto, y la llanura, tenemos un impresionante cosmos lleno de bellos puntos luminosos. ¡En verdad impresionante!


Emerson insiste que para conservar la salud no se gasta dinero más que lo vale una  taza de café: “¡Cómo nos deifica la naturaleza con unos pocos y baratos elementos! Denme salud y un día, y tendré por ridícula toda la pompa de los emperadores.”

Emerson, hombre amante de la naturaleza y filosofo, es, sobre todo, un hombre de fe, por eso anota que la belleza no es la última palabra. “La belleza en la naturaleza no es lo último; es un bien sólido y completo; debe tomarse como una parte y no como la última y más alta expresión de la causa final de la naturaleza. Es el heraldo de una interior y eterna belleza.”
 
EMERSON
“Ralph Waldo Emerson (18031882) fue un escritor, filósofo y poeta estadounidense. Líder del movimiento del trascendentalismo a principios del siglo XIX. Sus enseñanzas contribuyeron al desarrollo del movimiento del Nuevo Pensamiento, a mediados del siglo XIX. “Como conferenciante y orador, Emerson –apodado «el sabio de Concord»- comenzó siendo la voz líder de la cultura intelectual yanqui. Herman Melville, quien conoció a Emerson en 1849, pensó que tenía un “defecto en la región del corazón” y una “autoconciencia tan intelectualmente intensa que en un comienzo uno duda de llamarla por su nombre”, y más tarde admitiría que Emerson era “un gran hombre”. Theodore Parker, un ministro y trascendentalista, notó su habilidad para influenciar e inspirar a los demás: El trabajo de Emerson no solo influenció a sus contemporáneos como Whitman y Thoreau, sino que continuaría influenciando pensadores y escritores en los Estados Unidos y en todo el mundo hasta el momento. Nietzsche y William James reconocieron la influencia del «Sabio de Concord». También en Henri Bergson, cuyo élan vital es una transcripción literal de lo que él llamó “vital force” WIKIPEDIA.




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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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