LA IMPORTANCIA DE LA SOMBRA EN EL DESIERTO DE ARENA


De las 13:00 horas a las 16:00 horas en el  desierto de arena la fauna  desaparece de la superficie y busca la sombra o se va hacia el subsuelo de la llanura o se entierra bajo las arenas.

Se debe a que es el tiempo del día en el que nuestro planeta está más cerca del sol. Estamos hablando del Hemisferio norte, primavera y verano, que comprende parte de mayo y de junio. Si bien es de hacerse notar que la franja de desiertos arenosos sigue unos mismos paralelos alrededor del planeta.

  En el desierto de Samalayuca, Estado de Chihuahua, norte de México, nosotros hemos encontrado 52 grados centígrados. En el desierto de Altar, Sonora, unas temperaturas semejantes.

Para los que habitamos climas templados, el Valle de México, por ejemplo, con un promedio de 18 grados, treinta grados más es encontrarse en un rango muy peligroso. Literalmente se siente. La sangre parece ya no fluir con normalidad, el corazón trabaja más  y en cualquier momento puede llegar lo que se conoce  como “muerte súbita”.

Estos valores que estamos señalando pueden diferir para habitantes de las poblaciones del desierto o de la llanura con mayor capacidad para esas temperaturas.
Las bolsas sirven para tensar la manta

Tomar agua con frecuencia parece ser una buena ayuda pero precisamente en el desierto lo que escasea es el agua. Sobre todo en la manera en que nosotros concebimos una travesía que es caminando sin auxilio de vehículo o animal de carga. Todo cargando nosotros en la mochila.

El humano. Al igual que los animales del desierto, debe buscar, con urgencia, una sombra. Con eso restará unos cuatro grados con respecto del exterior. Cuatro grados puede decidir si se sigue con vida o se sale del planeta.
Otro ejemplo de   sujetar la manta de sombra

De los 30 grados a los 40, o de estos a los 45,  es tolerable. Pero llega un sector del termómetro en que un solo grado puede ser mortal. Pasando de los 50 (o algo así) ya se empieza a jugar a los dados con la dueña de la casa. Y todos podemos tener la seguridad  que esta señora ahí juega con dados cargados.

Es urgente, entonces, buscar una sombra. Pero en el desierto, sobre todo en la zona del erg, que es la de dunas, no hay sombras.
Se podría pensar, como hacemos los montañistas, en levantar la tienda campaña y listo. Las de tipo iglú se paran en un minuto. Tiene arco de soporte para la tela propiamente de la tienda.
52 grados.El corazón trabaja ya contra la muerte súbita.

Sólo que en esas temperaturas tan altas no se puede estar dentro de la tienda. El desierto es el ámbito geográfico donde el viento es el gran escultor de las dunas  porque lleva y trae las arenas.

 Pero lo que el grupo puede percibir es una impresionante quietud y se hace necesario aprovecha aun el más  leve paso del viento. Levantar la tienda o la sombra en lo alto de las dunas para aprovechar cualquier vientecillo.

¿Has notado cómo extiende tu Señor la sombra? dice El Corán para acentuar la peligrosidad de las altas temperaturas.

El desierto no es lugar para humanos. Se vive en ellos o se trabaja, por necesidad, no por elección. Se les cruza por deporte   porque así es el humano que siente un gustillo de meter las narices donde menos debiera.
La solución de la doble manta.

La manta del sobre techo de la tienda sirve para el efecto de hacerse de una sombra. Sólo que la dificultad es que el piso, o suelo, es arena y no se fijan los clavos de la tienda.

La solución que nosotros encontramos fue hacer bolsas con arena o con las cosas de la expedición y atarlas al poste en cada extremo.
En ocasiones la temperatura será tan elevada que, los del ejército norteamericano idearon dos niveles de sombra, como se muestra en el dibujo, y de esa manera bajar otros grados.
Solución hipotética.

Alguien más tendrá otra idea. Por ejemplo a base de los delgados brazos seccionados de  las tiendas de campaña construir una armazón o soporte y encima la manta, etc.

Solución hipotética.Brazos seccionados en arco sujetos por una cordeleta. La manta cubriría la parte superior y permitiría la circulación del viento cerca del piso. Se prescindiría de las bolsas-anclas.

Nuestra experiencia fue la que aquí ofrecemos. Y nos dio resultado. Tan es así que pudimos regresar para contarlo.







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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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