MONTAIGNE Y TRES MANERAS DE LIAR LOS BÁRTULOS


“Una vida cuyo brillo no llegó a empañarse nunca”, reza el epitafio sobre la tumba de un cementerio de los Alpes europeos. Recuerda a Emilio Z., joven escalador alemán que murió en el transcurso de una ascensión, en el siglo diecinueve.

La lápida fue obra de familiares y amistades pues él murió como se muere en la montaña, sin pensar siquiera en el siguiente minuto.  Según esas palabras, Emilio Z. creía más allá de la mera causalidad.

Otros, que también creían que, de alguna forma la vida sigue, pero que tuvieron tiempo para pensar en la manera de partir, nos dejaron ver su manera de ver en lo referente al postrer momento. Mejor dicho, al primer momento ya estando de “aquel lado”, como  parte de su testamento.

Un hombre sabio, funcionario del Estado mexicano, en el siglo veinte, dispuso que a su muerte (se suicidó) cremaran  su cuerpo y las cenizas las llevaran a la Laguna del Sol, de aguas perenes, en el cráter del Nevado de Toluca, a su amado Xinantecatl (nombre original del Nevado de Toluca), en el Estado de México.
NEVADO DE TOLUCA
SE VE SU LADERA NORTE

No era un adiós de este mundo sino un reencuentro con sus ancestros, su cultura y su paraíso, el Tlalocan, donde habita el dios Tlaloc.

En esa laguna, alimentada por el deshielo de sus seis cumbres nevadas (la más alta de 4,373 m. s. n. m), durante milenios los hombres de las más diversas civilizaciones de la cultura mexica, o nahuatl, han depositado (siguen haciéndolo)  ofrendas a los  dioses.
NEVADO DE TOLUCA
 DISTRIBUCIÓN DE  SUS CUMBRES Y  LAGUNAS

La laguna está situada en los 4 mil metros. Para llegar a ella es necesario cruzar, por carretera, montañas y bosques de un verde oscuro de lo más bello y cruzar cañadas someras. Al pie del volcán, en su lado oeste, empieza una carretera de terracería que bordea y asciende a lo largo de casi veinte kilómetros su ladera norte hasta introducirse, por el este, al cráter y llegar a la orilla misma de la Laguna del Sol.
EL CAMINO DE ACCESO AL CRÁTER
A LA IZQUIERDA LA LAGUNA DEL SOL

Una orquesta sinfónica esperaba la llegada de las cenizas del funcionario. La urna fue depositada en el fondo de una canoa. Cuando el barquero empezó a remar y la canoa adentrarse en la laguna helada, la orquesta empezó la ejecución de la Novena Sinfonía de Beethoven.

Con la última nota, el cofre descendió a formar parte del tesoro milenario que guarda el Xinantecatl.



MARIO CAMPOS BORGES
 SE DIRIGE A LA CUMBRE MÁS ALTA DEL NEVADO
Petronio y su alter ego Trimalción

El Satiricón se compone de varios relatos, uno de ellos es La Cena de Trimalción. Fue escrito en el siglo I de nuestra era, por Petronio. Este fue  tenido como el más elegante poeta de la corte imperial de su tiempo.  Se recordará que Petronio perteneció al círculo íntimo de Nerón. Al final cayó en desgracia frente al emperador y se suicidó cortándose las venas.

La cena de Trimalción se ha señalado en  algunas ocasiones como una parodia de lo que   sería la cena final de Petronio. Como si el poeta hiciera de antemano un guión de su muerte pero satirizándose.

En su  relato Trimalción es  personaje muy rico,  invita a algunos conocidos a  cenar a su casa. Ahí tiene la curiosa  idea que, después que él haya muerto, sus amigos se reúnan en otra cena, a semejanza de ésta, y lo recuerden como si  en esta fecha póstuma  él también estuviera presente, que se dijeran  poemas bellos y se bebieran aromáticos vinos y se cenara hasta el amanecer.

Por lo demás Trimalción  tiene un gusto corriente por las cosas. Como nuevo rico, y romano advenedizo, quiere hacer ostentación del buen vivir.  Acuden a las cena personajes como Agamenón y Menelao, de los tiempos de de la antigua Grecia, pero la cena prefigura  las costumbres de una Roma ya en decadencia.

Por un momento Trimalción se ausenta de la sala y cuando vuelve a aparecer dice a la elegante concurrencia: “Amigos, perdonadme, pues hace ya días que no cago

 Pero al finalizar la cena, de todos modos Trimalción, por más vulgar que sea,  no puede apartar una idea de calidad al pensar en la eternidad y dice: “dejaré bien claro en mi testamento que no me voy a acabar una vez muerto. Dejaré encargado a uno de mis libertos  para que cuide mi tumba  y que no permita que la gente camine encima de ella y que se vaya a  cagar allí”.

Montaigne

Montaigne tiene otro tipo de inquietudes. Como hombre de letras que es le preocupa que a sus  ideas, ya publicadas, se les vayan a poner  palabras con otro sentido. Conoce la pasta de algunos intelectuales y sabe que, hasta al más lógico, acaban por presentarlo como un  torpe que se pierde en sofismas.

Montaigne quiere que la posteridad (no más allá de 50 años, dice) hable de él como fue y lo que dijo, pues para tal efecto se mantuvo lejos de la afectación. Sabe ya que los cinco olímpicos no lo dejarán sentarse en la mesa de los filósofos. Su pecado ha sido escribir con claridad tal que lo mismo lo entiende el erudito, el hombre medio como el campesino inculto. No es de los que escriben rebuscado para  decir nada. O para ocultar que están diciendo los que otros ya dijeron desde hace milenios.

En su esfera de cristal del futuro se ha encontrado con Santayana y ambos recorren, nostálgicos y ya cargados de años, las calles de la vieja Roma que tanto aman.

Al final de la calle, sentados al borde de una fuente, esperándolos, están Plutarco y Séneca. Son como sus paradigmas culturales. De ellos y otros  Montaigne  dice que su instrucción es la flor de la filosofía, que representan de una manera sencilla y pertinente:

 “Con ayuda de los cuales aprendo a poner orden en mis ideas, y en mi vida, los que más me admiran son Plutarco y Séneca. Ambos tienen la ventaja, importante para mí, de verter la doctrina que en ellos busco. Plutarco y las epístolas de Séneca constituyen la parte más hermosa de  sus escritos, aparte de ser la más beneficiosa. Para emprender tal lectura  no se precisa un gran esfuerzo.”

Montaigne hace énfasis, es tautológico, es desconfiado, de cómo se le cite en  la posteridad. Ni es tan fatuo que piensa en centenares de años. Una posteridad que no imagina de no más de cincuenta años, después de su muerte, dice:

“Yo no dejo nada que desear y sospechar de mí. Si sobre mí ha de hablarse, quiero que se hable  verdadera  y justamente. Muy gustoso volvería del otro mundo para desmentir al que me haga diferente de cómo fui, aunque se tratara de honrarme.”
 
MONTAIGNE
“Michel Eyquem de Montaigne (Castillo de Montaigne, Saint-Michel-de-Montaigne, cerca de Burdeos, 28 de febrero de 1533 - ibíd., 13 de septiembre de 1592) Fue un filósofo, escritor, humanista, moralista y políticofrancés del Renacimiento, autor de los Ensayos, y creador del género literario conocido en la Edad Moderna como ensayo.”Wikipedia





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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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