“La medida
es lo mejor de todas las cosas”, es el apotegma que escribió Cleóbulo.
Ese pensador
es de la antigüedad griega y nació en Duris ( o Lindos) de Caira. Diógenes
Laercio lo incluye en su obra La vida de
los filósofos más ilustres.”
El apotegma
de Cleóbulo coincide con el término medio Aristotélico. Ambos hablan de la mesura. En
ningún momento ni Cleóbulo ni Aristóteles pierden de vista que se están
refiriendo a humanos, por eso no hablan de blancura como la nieve. Hablan de
templanza, moderación, equilibrio, porque en los humanos nunca el desequilibrio
está ausente, en especial en la segunda juventud.
Desde
Cleóbulo nos viene la expresión que se usa comúnmente todos los días cuando decimos:
“Todo con medida”.
En las celebraciones
báquicas hacemos bromas pidiendo se nos sirva vino pero, eso sí, con medida, y
señalamos un galón. Un galón es una medida, ¿no?
El apotegma
de Cleóbulo es un pensamiento eterno y de aplicación universal. En la mesa con
la manera de comer, que un aperitivo-tente-en-pie no se convierta en un
atracón. El sano descanso no degenere en el sedentarismo. En la frecuencia de amar,
según la edad, que no adquiera proporciones enfermizas, como Rafael, el
personaje de Balzac en La piel de zapa, que a los veintiocho años de edad ya
parecía un ancianito.
Que en
tiempos actuales no se le dedique el día completo a los videojuegos. Como a
mediados del siglo pasado se lo dedicábamos al “futbolito de mesa”. Que la
maravilla tecnológica del teléfono celular móvil no trasforme la necesidad de
comunicación comercial, y familiar, en otra patología de huida personal, como
advierte Séneca cuando dice “buscas a otros porque no podrías estar contigo
mismo.”
Evolucionar a
través de frecuentar, de conocer, modos de pensar, es un requisito, casi
exigencia, para disfrutar una vida plena, dialéctica, informada.
Pero
frecuentar ideas, sin ton ni son, es como viajar en una cuadriga a toda
velocidad y sin riendas para dirigir la carrera.
Levin L.
Schücking, un pensador moderno, parece tomar el apotegma de Cleóbulo y
advierte, en su obra El gusto literario, que
nuestros gustos o nuestras actitudes, pueden ser orientadas (o desorientadas)
desde el exterior.
No que nos
hagan diferentes a como somos, como no pueden cambiar la forma de nuestras
orejas. Pero sí despertar potencialidades que yacen en nosotros:
“En general
no es el gusto el que se hace distinto y nuevo, sino que los hombres que se harán
árbitros del nuevo gusto son otros”, escribe Schücking.
Mirar
películas pornográficas, de manera asidua, y pronto Calígula y el Marqués de Sade
parecerán principiantes a nuestro lado:
“El
tratamiento de cosas que en un principio parecen repulsivas y asquerosas
pierden lo que tenían de objetable si el espíritu entra en asiduo contacto con ellas.”
Mirar
siempre películas con el tema de la violencia y tarde o temprano se acabará en
el panteón o en la cárcel:
“A la larga, nadie puede sustraerse a la influencia de una
cosa que está viendo u oyendo a cada momento-sigue diciendo Schücking-.El
pacifista Swift hace que cuando Gulliver se ve en el país de los buenos
caballos y habla de las guerras que se suelen hacer en Europa, el que le escucha
le ordena callar pues sus oídos podrían
acostumbrarse a esas cosas tan abominables e ir perdiendo la repugnancia por
ellas.”
De la misma manera, como en los contextos antes mencionados, Laurence
Sterne, citado por Schücking, empieza dando la voz de alarma por el manejo
truculento que hacen los “reflectores” de las luces:
“Estamos obligados a leer a cualquier libro estúpido que la
moda convierta en tema favorito de las conversaciones.”
A la propaganda de las editoriales, lo mismo que a las
entrevistas a escritores publicadas en
televisión, periódicos y revistas, les ha pasado lo mismo que a la
propaganda de los políticos en campaña: han prometido tanto y han rendido tan
poco…
Dibujo tomado de El País (España) 2/5/2015 |
George Santayana coincide con Sterne cuando dice en La ironía del liberalismo (1922): La
publicidad es el sustituto moderno del argumento, y su función consiste en que
lo peor pase por el mejor de los artículos.”
En las conversaciones el que alguien no cite algo del libro, de este o de aquel “icono” de las letras, de
bellaco no pasa. Y, para no parecer bellaco, mejor compro el libro festinado.
Es la irresistible presión invisible a la que Schücking se refiere.
De manera que en esto
de los libros, para leer, ni todo lo escéptico ni todo lo cándido: “La medida
es lo mejor de todas las cosas”.
Ya convencidos, por la mercadotecnia, podemos pasar la vida
parloteando convencidos que también viajamos en el avión en el que van los “iconos”
porque, concluye Schücking:
“…no siempre es posible comprobar hasta qué punto alguien ha
hecho el viaje al Parnaso con boleto falso.”
“Cleóbulo fue un poeta griego nativo de Lindos, y uno de los
siete Sabios de Grecia. Su hija Eumetis o Cleobulina, la cual alcanzó también
cierta notoriedad como autora de enigmas en hexámetros.” Wikipedia
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