MIENTRAS SOMOS JOVENES: SCHOPENHAUER


 

Mientras somos jóvenes… reflexiona Schopenhauer en Parerga y Palipómena.

Mientras somos jóvenes hacemos como cuando nos pagan en la fábrica nuestro salario de la quincena. En esa fábrica en la que trabajamos donde el patrón paga no con dólares ni con euros ni con libras  esterlinas y ni siquiera con oro o diamantes. La moneda se llama tiempo.

Tenemos la sensación, en la primera semana de la quincena, de una gran libertad y el mundo casi al alcance de la mano:

“Mientras somos jóvenes, por mucho que se nos diga, consideramos la vida infinita y manejamos el tiempo como si fuera infinito.”

En la segunda semana de la quincena el dinero empieza  escasear. Nos volvemos más cuidadosos en la manera de emplear las monedas que nos quedan. Consideramos, seleccionamos, priorizamos. Lo superfluo, lo no tan necesario, va quedando de lado y hacemos el intento de alcanzar lo verdaderamente importante, más bien lo básico, con el exiguo capital del que ahora disponemos.

Entonces nos damos cuenta que en la primera parte de la quincena nos excedimos en los gastos en adquirir nimiedades y ahora, como se dice, la pólvora ya no alcanza para grandes incendios sino sólo para infiernitos.

“Cuantos mayores nos hacemos más economizamos nuestro tiempo. Pues en la edad avanzada cada día vivido provocan una sensación afín a la que tiene un delincuente a cada paso que le conduce al patíbulo.”

Mientras somos jóvenes (figura de la izquierda) la moneda-tiempo se gasta con liberalidad...
Dibujo tomas del libro La psiquiatría en la vida diaria, de Fritz Redlich,1968.

Lo verdaderamente sorprendente, casi envidiable, es que muchos parecen no darse cuenta que la moneda- tiempo se acaba…A los ochenta años se quiere vivir como a los veinte, en lo báquico, en el baile, en el amor, en la mesa…

O nunca pasaron de los veinte o tenían mucha claridad que la juventud no es tanto cuestión de biología  y del tiempo –espacio, sino de una actitud positiva ante la vida.

Schopenhauer ha puesto la metáfora del patíbulo.

Nosotros, que habitamos países llenos de  sol intenso todo el año y surcados por grandes ríos, pensamos otra imagen:

Una gran fiesta, bajo pleno sol, sobre una enorme balsa, que nos lleve por el río. Estamos conscientes que la gran catarata es ineludible y nunca está  lejos.

Tenemos conciencia de  ello y, no obstante, seguimos riendo, bailando y disfrutando del festín que, alguien bondadoso, nos ha ofrecido.

 

SCHOPENHAUER
 

“Arthur Schopenhauer [  'ʔatʰu:ɐ 'ʃo:pnhaʊɐ (?•i)] (Danzig, 22 de febrero de 1788 — Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán. Su filosofía, concebida esencialmente como un «pensar hasta el final» la filosofía de Kant, es deudora de Platón y Spinoza, sirviendo además como puente con la filosofía oriental, en especial con el budismo, el taoísmo y el vedanta.”Wikipedia

 

 

 

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Justificación de la página

La idea es escribir.

El individuo, el grupo y el alpinismo de un lugar no pueden trascender si no se escribe. El que escribe está rescatando las experiencias de la generación anterior a la suya y está rescatando a su propia generación. Si los aciertos y los errores se aprovechan con inteligencia se estará preparando el terreno para una generación mejor. Y sabido es que se aprende más de los errores que de los aciertos.

Personalmente conocí a excelentes escaladores que no escribieron una palabra, no trazaron un dibujo ni tampoco dejaron una fotografía de sus ascensiones. Con el resultado que los escaladores del presente no pudieron beneficiarse de su experiencia técnica ni filosófica. ¿Cómo hicieron para superar tal obstáculo de la montaña, o cómo fue qué cometieron tal error, o qué pensaban de la vida desde la perspectiva alpina? Nadie lo supo.

En los años sesentas apareció el libro Guía del escalador mexicano, de Tomás Velásquez. Nos pareció a los escaladores de entonces que se trataba del trabajo más limitado y lleno de faltas que pudiera imaginarse. Sucedió lo mismo con 28 Bajo Cero, de Luis Costa. Hasta que alguien de nosotros dijo: “Sólo hay una manera de demostrar su contenido erróneo y limitado: haciendo un libro mejor”.

Y cuando posteriormente fueron apareciendo nuestras publicaciones entendimos que Guía y 28 son libros valiosos que nos enseñaron cómo hacer una obra alpina diferente a la composición lírica. De alguna manera los de mi generación acabamos considerando a Velásquez y a Costa como alpinistas que nos trazaron el camino y nos alejaron de la interpretación patológica llena de subjetivismos.

Subí al Valle de Las Ventanas al finalizar el verano del 2008. Invitado, para hablar de escaladas, por Alfredo Revilla y Jaime Guerrero, integrantes del Comité Administrativo del albergue alpino Miguel Hidalgo. Se desarrollaba el “Ciclo de Conferencias de Escalada 2008”.

Para mi sorpresa se habían reunido escaladores de generaciones anteriores y posteriores a la mía. Tan feliz circunstancia me dio la pauta para alejarme de los relatos de montaña, con frecuencia llenos de egomanía. ¿Habían subido los escaladores, algunos procedentes de lejanas tierras, hasta aquel refugio en lo alto de la Sierra de Pachuca sólo para oír hablar de escalada a otro escalador?

Ocupé no más de quince minutos hablando de algunas escaladas. De inmediato pasé a hacer reflexiones, dirigidas a mí mismo, tales como: “¿Por qué los escaladores de más de cincuenta años de edad ya no van a las montañas?”,etc. Automáticamente, los ahí presentes, hicieron suya la conferencia y cinco horas después seguíamos intercambiando puntos de vista. Abandonar el monólogo y pasar a la discusión dialéctica siempre da resultados positivos para todos. Afuera la helada tormenta golpeaba los grandes ventanales del albergue pero en el interior debatíamos fraternal y apasionadamente.

Tuve la fortuna de encontrar a escaladores que varias décadas atrás habían sido mis maestros en la montaña, como el caso de Raúl Pérez, de Pachuca. Saludé a mi gran amigo Raúl Revilla. Encontré al veterano y gran montañista Eder Monroy. Durante cuarenta años escuché hablar de él como uno de los pioneros del montañismo hidalguense sin haber tenido la oportunidad de conocerlo. Tuve la fortuna de conocer también a Efrén Bonilla y a Alfredo Velázquez, a la sazón, éste último, presidente de la Federación Mexicana de Deportes de Montaña y Escalada, A. C. (FMDME). Ambos pertenecientes a generaciones de más acá, con proyectos para realizare en las lejanas montañas del extranjero como sólo los jóvenes lo pueden soñar y realizar. También conocí a Carlos Velázquez, hermano de Tomás Velázquez (fallecido unos 15 años atrás).

Después los perdí de vista a todos y no sé hasta donde han caminado con el propósito de escribir. Por mi parte ofrezco en esta página los trabajos que aun conservo. Mucho me hubiera gustado incluir aquí el libro Los mexicanos en la ruta de los polacos, que relata la expedición nuestra al filo noreste del Aconcagua en 1974. Se trata de la suma de tantas faltas, no técnicas, pero sí de conducta, que estoy seguro sería de mucha utilidad para los que en el futuro sean responsables de una expedición al extranjero. Pero mi último ejemplar lo presté a Mario Campos Borges y no me lo ha regresado.

Por fortuna al filo de la medianoche llegamos a dos conclusiones: (1) los montañistas dejan de ir a la montaña porque no hay retroalimentación mediante la práctica de leer y de escribir de alpinismo. De alpinismo de todo el mundo. (2) nos gusta escribir lo exitoso y callamos deliberadamente los errores. Con el tiempo todo mundo se aburre de leer relatos maquillados. Con el nefasto resultado que los libros no se venden y las editoriales deciden ya no publicar de alpinismo…

Al final me pareció que el resultado de la jornada había alcanzado el entusiasta compromiso de escribir, escribir y más escribir.

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