Antiguas
costumbres morales de “occidente”, y que se le achacan al cristianismo como “puritanas”.
Esa teoría filosófica, de conducta ética-moral del individuo, en sus normas
sociales, viene del paganismo, no del cristianismo romano.
El padre de
Horacio, y más tarde su amigo Mecenas, fueron los referentes que moldearon y
confirmaron su conducta mesurada y, casi podría decirse, estoica. Horacio es pagano del último siglo
antes de Cristo.
“Su padre le
enseñó, poniendo como ejemplo viciosas conductas, a huir de los vicios tales
como el derroche, la lujuria, el adulterio,
condenados por las antiguas costumbres, Y lo hizo en tanto que Horacio, ya hombre,
pudiera decidir por sí mismo.” (Horacio, Sátiras,
UNAM, 1993).
El padre
aprovechaba el error, de otros, como elemento didáctico para enseñar a su hijo.
Mecenas
(mecenazgo), es tenido como alguien que acepta proveer de recursos económicos
en vías de la realización de alguna obra de carácter cultural, al estilo, por ejemplo,
el financiamiento en la publicación de un libro, etc.
Más, primeramente, el mecenazgo daba luz verde a las cualidades, no a “las
comunes ambiciones”. Horacio, de cuna casi precarista (su padre había sido
esclavo), es aceptado, como amigo de Mecenas,
por la honestidad de aquel:
Horacio “Ha
logrado la amistad de Mecenas, tan exigente de probidad, no por el azar o la intriga,
sino por la libre decisión de este hombre que no se cuida, para escoger a sus
amigos, de la altura de su nacimiento sino de su alejamiento de las comunes ambiciones,
su honestidad y la pureza de su pecho.”
Esto habla a
nuestro mundo contemporáneo, competitivo y con frecuencia paranoico, intrigante,
en el que el receptor debe estar en la misma frecuencia que el emisor. Unos en
la equidad, otros en el solipsismo. En el que cada día regresa Diógenes con su
linterna encendida, en pleno día, buscando los valores vitales.
En la
fábrica, en el partido político, en el sindicato, en la universidad, en el
templo, en el teatro, en el mercado, en el “metro”, por periodos muy largos
sigue encendida esa lámpara, Diógenes no encuentra…
En rigor, Horacio no es puro, blanco
como la nieve. Horacio es humano. Pero tampoco es muy humano...
“Los vicios
de Horacio son como pequeños lunares en un cuerpo hermoso; él no es avaro ni
sórdido ni culpable, y es querido a sus amigos.”
Horacio
invita a gozar sabiamente de la juventud pero, ¿quién se da cuenta que vive su
juventud? Se da cuenta que fue joven hasta cuando ya es viejo.
Pero, ¿de
dónde sacó Horacio esa conducta humana, no tan demasiado humana?
Es el mismo
planteamiento de los pueblos que tiene el hábito de leer libros de cultura. ¿De
dónde les viene esa costumbre de leer?
No precisamente
del Estado. El presupuesto del Estado, para cultura, suele ser tan magro, en
algunos países, que no alcanza para el progreso sino sólo “para irla pasando”.
En primer lugar está la familia. Al menos ese fue
el caso de Horacio:
“Eso se debe
a su padre, quien a pesar de ser pobre
lo envió, con grandes gastos, a estudiar a Roma, como si fuera de la orden de
los équites o de los senadores.”
El emperador
Cesar Augusto le brindó su protección y le ofreció un puesto como secretario
personal, cosa que rehusó debido a sus principios epicureistas. Buscaba una
vida retirada, evitando perderse en
la boruca patológica de los pasillos del palacio que llevan a la sala del emperador.
Para ir por
la calle Horacio no necesita
guardaespaldas que lo rodeen ni tampoco lo precedan en el restaurante donde piensa comer. Horacio
es libre, no prisionero de sus protectores ni de sus aduladores:
“Horacio
prefiere la vida modesta y tranquila, con el disfrute de las cosas elementales…pasea
cuando quiere y por donde quiere; come pobremente, en vajilla barata.”
“Quinto
Horacio Flaco (en latín Quintus Horatius Flaccus) (Venusia, hoy Venosa,
Basilicata, 8 de diciembre de 65 a. C. – Roma, 27 de noviembre de 8 a. C.), fue
el principal poeta lírico y satírico en lengua latina. Fue un poeta reflexivo,
que expresa aquello que desea con una perfección casi absoluta. Los principales
temas que trata en su poesía son el elogio de una vida retirada («beatus ille»)
y la invitación de gozar de la juventud («carpe diem»), temas retomados
posteriormente por poetas españoles como Garcilaso de la Vega y Fray Luis de
León. Escribió, además, epístolas (cartas), la últimas de las cuales, dirigida
«A los Pisones», es conocida como Arte poética.” WIKIPEDIA
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