Lo filósofos
escriben para los filósofos.
Pero no
todos. Algunos voltean hacia la aridez de la calle por la que deambulan
obreros, oficinistas y “amas de casa” que llevan todavía su delantal de cocina puesto.
Los
filósofos podrían dar información en muchas cosas. Ayudar a comprender, ahora
que se escribe tanta ligereza, al grado que Gregory Peck, el Gringo viejo, veterano escritor en la
trama de la película, tuvo que decirle al periodista norteamericano: “No creas
todo lo que lees”.
Leer a los
opuestos, siquiera una vez al año…Sería una práctica de sana democracia.
Los opuestos
no son mis enemigos, son los que piensan (afortunadamente) diferente de mí. Los
que visten diferente, los que comen diferente, los que leen otros libros.
No puede
haber una sola manera de pensar. Al menos dos. Si quiero saber cómo pienso,
necesito saber cómo piensan ellos. Ellos me van a decir cómo pienso yo.
Sé que el
platillo más sabroso y dietético del planeta se compone de frijoles, tortillas
de maíz, chile y tamales. Ni en la constelación Toro podría haber algo mejor.
Cómo lo
sebes? Porque he probado las otras cocinas.
Lo cual no quiere decir que me prive de gustar, conocer, de las deliciosas
comidas de otros paralelos del planeta, la mediterránea, la china, etc.
Cada pueblo
está hecho como siempre fue. Se alimenta de los frutos de los minerales de su tierra.
¿Chauvinismo?
Cuando
algunos sectores del pueblo mexicano abandonaron su magra dieta indígena, y
conocieron las delicias de la grasas, harinas de trigo y azucares, de las
cocinas extranjeras, se dispararon en él, de manera exponencial, enfermedades
como la diabetes, la hipertensión… No está hecho para esos minerales.
Se considera
por la ciencia médica que, en la actualidad del siglo veintiuno, el mexicano
indígena, ahora habitante de la ciudad, hace el lugar número uno de gordos y
obesos en el planeta.
Cada quien
los minerales de sus lares…
Cuando la
destrucción de México-Tenochtitlán, en el siglo dieciséis, todavía entre los
escombros no retirados de los adoratorios indios, los españoles se apresuraron
a improvisar sus hornos para hacer su pan “español”.
Maximiliano
de Austria, en la guerra del siglo diecinueve, por instaurar en México el
segundo imperio, se trajo, junto con sus escuadrones de guerra, a sus panaderos
para hacer su “pan francés”.
Los ingleses
que trabajaban las minas del Estado de Hidalgo, México, en el siglo diecinueve,
también se trajeron a sus panaderos para hacer sus sabrosos “pastes”.
En
política nadie es chauvinista, pero en la cocina, todos.
Si nos
encontramos en países ignotos, lejos de nuestros minerales, importamos lo
necesario, así sea la salsa chimichurri de Argentina o el aceite de oliva de
España para la paella. Para eso son las tiendas de ultramarinos. En México se
logran sabrosas chimichurris, “pero nunca tan sabrosas como en Argentina”.
Carl
Lumholtz, el antropólogo alemán que en el siglo diecinueve montó una expedición científica (entonces a
puro lomo de mula y caminando) para estudiar cosas y costumbres de México,
empezando por los tarahumaras en Chihuahua, y “bajando”, desde Estados Unidos, hacia Jalisco, nos dejó
un valioso testimonio.
Pasó algún
tiempo viviendo entre la etnia de los huicholes. Al final declaró que, de haber
tenido la oportunidad de haber escogido su nacionalidad, su “terrenidad”, sin
lugar a duda que hubiera escogido ser huichol.
Pero regresó
a su mundo, de la dieta mediterránea, porque le pareció imposible pasarse la
vida comiendo sólo frijoles, tortillas de maíz y chile. ¡y sin leche! En el
tiempo que estuvo entre los dioses de Virikuta se compró una vaca para poder
tomar leche. ¡Imposible pasarse sin esas proteínas!
Algo así es
con la lectura de los libros. Los libros, como la comida, alguna nutre y la
mayoría nos lleva al colesterol malo y al infarto. Hay mucha ligereza publicada,
pero también mucha calidad, aunque esta de cantidad escasa.
Séneca, en Tratados filosóficos, advierte: “La
muchedumbre de libros carga, y no enseña.”
Kant explica
por qué podemos comprender, con una exposición llana, sin necesidad que el
escritor le de todas las vueltas al meandro de la llanura aluvial, aun de los sistemas
filosóficos más complicados. Todo está ahí y sólo hay que traducirlo en
lenguaje sencillo, no complicarlo:
“Los sistemas,
como los versos, parecen salir de una simple ensambladura de conceptos reunidos.
Cortados al principio llegan a ser completos con el tiempo…Todos estos
materiales, reunidos, pueden ser sacados de las ruinas de antiguos edificios y
no presentará grandes dificultades.”(Crítica
de la razón pura)
El que no se
anda con rodeos es Schopenhauer. Dice que muchos escritores no tienen claras
sus ideas y por eso escriben enredados, para ocultar su incapacidad. Entonces
el lector, que necesita orientación, queda como el que ha caído en las arenas
movedizas. Más lejos del asidero y acabará en el eclecticismo disolvente.(Parerga y Palipómena).
Como hay
tantos que escriben mucho, sin decir algo, anota el filósofo, organizan sus
“corrientes”.
Leibniz es
el que se muestra más conciliador. Lee todo lo que puedas, así tendrás más elementos
para ver la vida. Parece que se estuviera refiriendo a su lectura de Don
Quijote de la Mancha:
“El que haya
leído más novelas ingeniosas y escuchado más narraciones ingeniosas, ese, digo,
tendrá más conocimientos que otro cualquiera, aun cuando no haya una palabra de
verdad en lo que se le haya descrito.”
Benito
Spinoza se inclina por un tratamiento más cercano a la dialéctica, como
escritor, para que todos lo lean. Consiste en “bajarse” un poco (más bien ser
legible) el intelectual para que la gente “suba”:
“Si se
limita a encadenar sus razonamientos y a exponer sus definiciones del modo más
conveniente a la rigurosa trabazón de las ideas, escribirá para los doctos,
pero sólo le comprenderá un reducido número de individuos, comparado con la
masa ignorante de la humanidad.”(Tratado teológico-político)
SPINOZA |
“Baruch
Spinoza (conocido como Baruch de Spinoza o Benedict/Benito/Benedicto (de)
Spinoza, según las distintas traducciones de su nombre, basadas en distintas
hipótesis sobre su origen) (Ámsterdam, 24 de noviembre de 1632 - La Haya, 21 de
febrero de 1677) fue un filósofo neerlandés de origen sefardí portugués,
heredero crítico del cartesianismo, considerado uno de los tres grandes
racionalistas de la filosofía del siglo XVII, junto con el francés René
Descartes y el alemán Gottfried Leibniz”wikipedia
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